En días recientes, revisando documentos guardados en viejas carpetas, encontré una fotografía de mi niñez tomada en un día de playa que disfrutamos en familia
Mis recuerdos sobre ese maravilloso día en la playa aún evocan una sensación cálida en mi pecho. Desde que abrí los ojos aquella mañana y vi los rayos de sol filtrarse por mi ventana supe que ese día sería especial. Mi familia y yo habíamos estado planeando el día del fin de semana en la playa durante semanas.
Salimos muy temprano para evitar el tráfico y el calor abrasador del medio día. El camino se me hizo demasiado corto mientras hablábamos todos animadamente y escuchábamos música a todo volumen. Al llegar, el olor a salitre y el sonido de las olas rompiendo en la orilla de inmediato me transportaron a un estado de serenidad y paz interior.
Mi padre y mi hermano mayor fueron los primeros en correr hacia el agua, salpicándose y riendo sin preocupaciones. Mi madre y yo nos tomamos un momento para extender la toalla, poner la sombrilla y sacar la merienda. A pesar de la poca gente a nuestro alrededor, en ese instante nada más importaba que mi propia familia.
Comimos los deliciosos sándwiches que mi madre había preparado y bebimos jugo helado. Yo la observaba con atención, tratando de grabar cada detalle de su rostro en mi memoria: las arrugas que se formaban en sus ojos cuando sonreía, la forma en que se acomodaba el sombrero y los lentes que dejó mi hermana en la playa. Supe en ese momento que nunca olvidaría ese día.
Luego nos unimos a mi padre, mi hermano y hermana en el agua. Las olas me empapaban por completo y el agua salada picaba en mis ojos, pero nada de eso importaba ya. Estaba rodeado de las personas que más amo, riendo y jugando como si no hubiera un mañana.
Aún hoy, años después, las imágenes de ese día en la playa me reconfortan. El calor del sol en mi piel, la risa de mi familia que llenaba el aire. Esos momentos son recuerdos que atesoro en mi corazón, ya que representan lo que más valoro en esta vida: el tiempo compartido con los seres queridos.
Fotografías propias.
Versión en inglés.
English Version
In recent days, reviewing documents kept in old folders, I found a photograph of my childhood taken on a day at the beach that we enjoyed as a family
My memories of that wonderful day at the beach still evoke a warm feeling in my chest. Since I opened my eyes that morning and saw the sunbeams filtering through my window, I knew that day would be special. My family and I had been planning the weekend day at the beach for weeks.
We left very early to avoid the traffic and the scorching heat of midday. The way seemed too short for me as we all talked animatedly and listened to loud music. Upon arrival, the smell of saltpeter and the sound of the waves crashing on the shore immediately transported me to a state of serenity and inner peace.
My father and older brother were the first to run into the water, splashing and laughing carefree. My mother and I take a moment to spread out the towel, put up the umbrella, and put out the snack. Despite the few people around us, at that moment nothing else mattered but my own family.
We ate the delicious sandwiches my mother had made and drank ice-cold juice. I watched her carefully, trying to record every detail of her face in my memory: the wrinkles that formed in her eyes when she smiled, the way she adjusted her hat and glasses that my sister left on her. the beach. I knew at that moment that I would never forget that day.
We then joined my father, brother and sister in the water. The waves drenched me completely and the salt water stung my eyes, but none of that mattered anymore. I was surrounded by the people I love the most, laughing and playing like there was no tomorrow.
Even today, years later, the images of that day at the beach comfort me. The warmth of the sun on my skin, the laughter of my family that filled the air. Those moments are memories that I treasure in my heart, since they represent what I value most in this life: the time shared with loved ones.
Own photographs
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