Mi última y más reciente adquisición literaria en formato digital fue un librito de cuentos titulado “Al este del sol y al oeste de la luna”, un ejemplar que me cautivó por la belleza de sus ilustraciones. El dibujante Kay Nielsen fue un danés que incluso después de su muerte continúa ejerciendo esa influencia hipnótica con su arte en el presente. Ilustró cuentos también para los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, hizo aportaciones para Disney... Una mente inquieta y con carrera prolífica, te recomiendo indagar más sobre su trabajo. Sólo diré que con la llegada de la primera guerra mundial su trayectoria artística fue obstaculizada. Como siempre los conflictos bélicos nos privan de las mejores perlas de la sensibilidad humana...
Personalmente no creo que haya una edad límite para consumir o disfrutar de cuentos y fábulas, sobre todo si además de aforismos va acompañado de moralejas instructivas. Pienso que es una forma de reconectar con la inocencia perdida: Una manera de aprender a decir más contenido con menos palabras, la verborrea no siempre es sinónimo de erudición. Además me gustan las versiones de cuentos escandinavos, sus descripciones quizá son más evasivas y con un estilo distinto al que estaba acostumbrada a leer, pero no deja de ser interesante comparar diferencias; quizá también influenciadas por la traducción.
Sobre todo me produce nostalgia: Una fuerte sensación de querer retornar a esos paisajes fascinantes, a esos lugares aparentemente ficticios pero inspirados en ubicaciones reales. Quiero perderme en algún bosque sombrío, quizá embrujado, y quiero sentir nuevamente el gélido abrazo del clima invernal mientras juego con la nieve. Leyendo de madrugada, casi en la penumbra, es más fácil visualizar esas situaciones y poder transportarme al menos mentalmente a esa época anacrónica, a ese mundo extraño que ya no existe.
Qué opinas tú: ¿Es infantil leer cuentos?
La reflexión de hoy es corta, pero según lo que he tenido oportunidad de experimentar... “si menos es más, entonces la nada lo es todo”.
Antes de que te vayas del post te comparto un breve escrito que hice inspirada después de leer, imaginando ese ambiente invernal y esa época mágica del invierno.
Tuve una visión nostálgica: Nosotros recostados en un estado cercano a la somnolencia mientras nos fundimos en un abrazo y contemplamos con descuido el crepitar hipnótico del fuego de la chimenea; cómo envuelve lentamente con su calidez nuestros cuerpos y corazones, expulsando hasta el último ápice de preocupación que nos invade y carcome las entrañas. Fuera el frío exalta su dominio: El viento arrecia, lo que comenzó siendo un murmullo silencioso ahora es un grito ensordecedor, la tormenta y el tiempo inclemente se enseñorea sobre la creación. Pero aquí dentro nuestros corazones se refugian el uno en el otro, y el tiempo parece detenerse fugazmente como un destello. En este refugio seguro y mullido nada más importa.
Es el tiempo propicio para leer cuentos, para compartir fábulas e historias, o tal vez para compartir algunas anécdotas propias, mientras la luz titilante que ofrecen las ascuas amenaza con desvanecerse y abandonarnos a la intemperie. Es el momento adecuado para deleitarse con la mezcla del aroma dispar que emana la madera envejecida, el musgo y la humedad que esperan al otro lado de la ventana. En ese ambiente hogareño rústico y silencioso, en ese pequeño reducto aclimatado a prueba del invierno por fin podemos deshacernos de los pesados abrigos cubiertos de escarcha, por fin podemos reencontrarnos con nuestra propia piel y experimentar nuevas texturas y senderos inexplorados a través del tacto.
Como dueña de esta fantasía imperecedera no quiero que pierda su lustre con detalles innecesarios, así que la ventisca permanece, y el mal tiempo también. Fuerzas mayores nos obligan al enclaustramiento y reclusión en la cabaña, y azares del destino nos empujan a darnos calor mutuamente, piel con piel. Nuestras respiraciones acompasadas marcan el ritmo, y ese destello especial que ilumina la mirada y le aporta una leve dosis de malicia nos hace cómplices del mismo secreto. En un acto de rendición a la vida nos dejamos morir el uno en el otro; dejándonos envolver por la penumbra, por las sombras que devoran todo a su paso, por un deseo tan creciente como las llamas que se consumen abruptamente y dejan tras de sí una espesa nube de humo. ¿Y todo para qué? Para renacer después de esa muerte conjunta y consensuada, envueltos en sudor y el éxtasis embriagador de poseer momentáneamente al otro.
ENGLISH VERSION: My last and most recent literary acquisition in digital format was a book of stories titled “To the East of the Sun and to the West of the Moon”, a copy that captivated me due to the beauty of its illustrations. The cartoonist Kay Nielsen was a Dane who, even after his death, continues to exert that hypnotic influence with his art in the present. He also illustrated stories for the Brothers Grimm, Hans Christian Andersen, and made contributions to Disney... A restless mind with a prolific career. I recommend you investigate more about his work. I will only say that with the arrival of the First World War his artistic career was hindered. As always, war conflicts deprive us of the best pearls of human sensitivity...
Personally, I do not believe that there is an age limit for consuming or enjoying stories and fables, especially if, in addition to aphorisms, they are accompanied by instructive morals. I think it is a way to reconnect with lost innocence: A way to learn to say more content with fewer words, verbosity is not always synonymous with erudition. I also like the versions of Scandinavian stories, their descriptions are perhaps more evasive and with a different style than what I was used to reading, but it is still interesting to compare differences; perhaps also influenced by translation.
Above all, it makes me nostalgic: A strong feeling of wanting to return to those fascinating landscapes, to those apparently fictional places but inspired by real locations. I want to get lost in some dark, perhaps haunted forest, and I want to feel the icy embrace of winter weather again while I play in the snow. Reading at dawn, almost in the dark, it is easier to visualize those situations and be able to transport myself, at least mentally, to that anachronistic time, to that strange world that no longer exists.
What do you think: Is it childish to read stories?
Today's reflection is short, but according to what I have had the opportunity to experience... "if less is more, then nothing is everything."
Before you leave the post, I will share with you a brief writing that I wrote inspired after reading, imagining that winter atmosphere and that magical time of winter.
I had a nostalgic vision: Us lying in a state close to drowsiness as we melted into an embrace and carelessly contemplated the hypnotic crackling of the fireplace fire; how it slowly envelops our bodies and hearts with its warmth, expelling every last iota of worry that invades us and eats away at our insides. Outside, the cold exalts its dominance: The wind picks up, what began as a silent murmur is now a deafening scream, the storm and inclement weather lord it over creation. But here inside our hearts take refuge in each other, and time seems to stop fleetingly like a flash. In this safe, fluffy haven nothing else matters.
It is the right time to read stories, to share fables and stories, or perhaps to share some of your own anecdotes, while the flickering light offered by the embers threatens to fade and abandon us to the elements. It is the right time to delight in the mix of disparate aromas emanating from aged wood, moss and humidity that await on the other side of the window. In that rustic and silent home environment, in that small winter-proof acclimatized redoubt we can finally get rid of the heavy coats covered in frost, we can finally reconnect with our own skin and experience new textures and unexplored paths through touch.
As the owner of this enduring fantasy, I don't want it to lose its luster with unnecessary details, so the blizzard remains, and so does the bad weather. Greater forces force us to cloister and seclude ourselves in the cabin, and chances of fate push us to give each other warmth, skin to skin. Our rhythmic breathing sets the rhythm, and that special sparkle that illuminates our gaze and gives it a slight dose of malice makes us complicit in the same secret. In an act of surrender to life we let ourselves die in each other; letting ourselves be enveloped by the darkness, by the shadows that devour everything in their path, by a desire as growing as the flames that burn out abruptly and leave behind a thick cloud of smoke. And all for what? To be reborn after that joint and consensual death, wrapped in sweat and the intoxicating ecstasy of momentarily possessing the other.
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Debo decir que todavía leo cuentos infantiles, pues me ayudan a desarrollar más mi creatividad, y lo más importante, mantengo vivo ese ñino que me hace vivir plenamente.
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