Creciste con un nombre y un apellido que no elegiste. De hecho, tampoco escogiste a tus padres.
Creciste creyendo que tenías que ir a la escuela, al instituto, luego a la universidad, obtener un título y encontrar un trabajo en una buena empresa y trabajar unos 25 años hasta la jubilación.
También creciste pensando que tenías que pasar tu vejez sin hacer nada, cuidando de tus nietos, cosiendo o leyendo los periódicos en una mecedora tomando café.
Conectemos con nuestra mente, con nuestro interior, con nuestro intelecto
La cuestión de los nietos es obvia, porque también te enseñaron que tenías que casarte, y si era por la iglesia, mejor. Luego tenías que tener hijos ( a mayor cantidad mayor bendición) y dedicarles tu vida. El matrimonio según enseñan, es para toda la vida, para vivir felices para siempre. Algunos incluso te llaman pecador por divorciarte y acabar con una relación en la que hay de todo, menos felicidad y vida.
Hablando de pecados, también te han enseñado que existe un ser supremo llamado Dios, que creó el mundo y lo controla todo, al que debes respeto, amor y obediencia ciega y absoluta. Que es amor y siempre cuida de ti, pero que además de ser amor, también es un fuego devorador y castiga la desobediencia a sus mandamientos con el sufrimiento o la muerte eterna (por supuesto, el tipo de castigo dependerá de la religión o tipo de cristianismo que profeses).
En cuanto a la muerte, has crecido, por supuesto, huyendo de ella, rechazándola con cada fibra de tu ser. Te han dicho que la muerte es lo peor que le puede pasar a un ser humano, y por eso la temes y no quieres morir. Quieres prolongar tu existencia todo lo posible.