Conflictos en la realeza —

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Eran 2 reinas beligerantes, disputándose para sí la atención del apuesto y joven caballero que tuvo la desgracia de atravesar aquellas tierras salpicadas por el eterno conflicto de ambos reinos vecinos. Al ser colindantes el rumor se propagó como la pólvora, y pronto se vio en el desatino de verse obligado a decidir. ¿Jurar lealtad eterna al reino de las copas, o al de los oros? Su decisión implicaba convertirse en un desertor perseguido, acarrear bajo sus espaldas un destino similar a la muerte.

Pero esos eran los caprichos del destino; sin sospecharlo montó a lomos de su recién adquirido díscolo corcel de pelaje blanquecino e inmaculado, que no tardó en desobedecer sus directrices y arrastrarlo al paraje inhóspito donde habría de firmar su condena. ¿Qué es la lealtad? Él nunca había sido retribuido. Escapó del hogar de su familia autoritaria con un mazo de madera retorcida que apenas podía procurarle defensa, robando del establo a aquel estúpido equino que no tardó en odiar por meterlo en semejante aprieto. Desposeído de riquezas o incluso vivienda no tenía muchas opciones, así que se dispuso a cavilar una respuesta en silencio. No quería retornar a las obligaciones del caballero cliché, dispuesto a arriesgar su vida ante la misión más ridícula y carente de sentido. No, el honor y la nobleza no eran su vocación.

El reino de las copas podía procurarle jolgorio permanente, la efusividad de la bebida y el buen vino... Y acceso privilegiado a la alcoba de la reina, una solterona inconforme a los reglamentos de la realeza. Se rumoreaba que nunca tuvo cónyuge y alcanzó su estatus envenenado a familiares rivales, competidores que podían privarla de su posición acomodada. En cuanto al reino de los oros... Todo parecía girar en torno a la riqueza y ostentación, la reina era una mujer fría y autoritaria con visos de celopatía. Pero al menos siempre tendría acceso a un buen arsenal de monedas de oro, y podría comprar todo lo que su imaginación desquiciada pudiera recrear en forma de deseo. ¿Qué pasó con el rey? ¿Acaso lo convirtió en una estatua de oro al tocarlo como en la temible fábula del rey Midas? El caballero en su inconsciencia y cegado por el lujo prefería ignorar esa posibilidad y cubrir la inexactitud con un velo de indiferencia.

La reina de copas era una mujer rubia, alta y estilizada, tan frágil y delicada como fiera. La reina de oros en cambio era una pelirroja inquietante, una figura arcana que bien podría representar a la bruja que logró evadirse de la hoguera. Ambas reinas le ofrecieron una pequeña dádiva para intentar cautivar su atención —y corazón—. La reina de oros depositó a sus pies una espada que relucía y parecía capturar todos los rayos de luz, la empuñadura estaba decorada con filigranas y un mensaje en lenguaje indescifrable. Si juraba lealtad al reino le sería desvelado. La reina de copas —haciendo honor a su nombre— hizo llenar 2 copas inmensas del vino más selecto, la panacea que guardaba con más celo y aseguraba que podría resolver todas sus inquietudes. ¿Cómo un estado de ebriedad permanente podría solucionar todos mis problemas? — pensó el caballero. Pero después la idea de convertirse en rey le sedujo, y esa posición acaudalada le eximiría por fin de obligaciones y responsabilidades.

El amor es el deber más elevado, la única responsabilidad que no se vive como tal. Las nupcias fueron rápidas, y el ingrato corcel tuvo la oportunidad de redimirse al transportarlo rápidamente al palacio de la reina, aún más rápido que sus perseguidores —mercenarios sedientos de sangre reclutados por la vengativa reina de oros—. Pero las complicaciones no harían más que agravarse... Pronto fue manifiesta la grave adicción al alcohol de la reina, y la causa aún era inexplicable. ¿Por qué ahogaría sus penas en el vino alguien que lo tiene todo? ¿Por qué lágrimas amargas surcaban diariamente sus mejillas? El caballero rehusó el título de rey: No lo aceptaría hasta que fuese capaz de proporcionarle paz y bienestar a su esposa. Los días transcurrían lentamente, la contemplaba en silencio con gesto de gravedad mientras ideaba una solución. Y finalmente urdió un plan maestro, tan creativo que lo llenaba de orgullo y satisfacción.

Sin mediar palabra la “secuestró” a medianoche y cabalgaron juntos a lomos del caballo. No tardaron en llegar a su destino, un lugar impensable para la reina que le provocó un rictus de disgusto. Pronto se abrieron las puertas de la fortaleza de par en par y hubo un intenso duelo. Las miradas se sucedían sin descanso, pero nadie movía ni un músculo. La reina de oros fue la primera en romper la atmósfera opresiva haciendo algo inesperado: Corrió a abrazar a la reina de copas. Ambas se fundieron en un intenso abrazo emotivo que después dio lugar a las lágrimas ¿Qué había sucedido? ¿No eran enemigas acérrimas?

El utilitarismo y aparente materialismo de la reina de oros era una coartada para no desvelar su vertiente emocional. La fragilidad era duramente castigada, esa era la imagen que había inculcado a sus súbditos bajo amenazas para lograr un reino próspero sin rebeliones. Y aquel personaje ficticio sin emociones que regentaba tantas vidas finalmente se había resquebrajado. La reina de copas era su contraparte: Un dechado de emocionalidad que jamás conoció la mesura y se dejaba llevar por su orgullo, permanente víctima de la inmadurez y los caprichos. Antaño fueron las mejores amigas, pero años de silencio e incomprensión las sumieron en una dosis de desesperanza y amargura idénticas. ¿Y cómo logró percatarse de tantos detalles el caballero, si jamás logró conversar profundamente con ambas ni sonsacar los entresijos de sus versiones ante el mismo suceso? Tal vez sus dotes consistían en la escucha activa y la creatividad, más que embarcarse en aventuras arriesgadas o convertirse en rey...

Fuente imagen: IA lexica.art

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