“The Bedouin” — Spanish & English

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“El beduino”

Aquel sendero inhóspito se extendía irregularmente pareciendo desafiar la eternidad obstinadamente con su hilera interminable de dunas; todas ellas dibujando formas caprichosas que parecían serpentear, sumiendo aún más en la confusión al pobre diablo incauto que tratara de atravesar los confines del desierto buscando un signo de orientación. Aquel paraje no tenía nombre, eran demasiados los rostros anónimos que se habían sumergido en el olvido sepultados bajo capas implacables de arena, víctimas atroces de un terreno tan hostil como salvaje. Forzosamente condenados al olvido. Y, como no podía ser de otra manera, él tampoco tenía nombre. Ni rostro. Su oficio de beduino que tantos sinsabores le había otorgado le obligaba a cargar con el peso que implicaba una existencia volcada al nomadismo, dirigiendo constantemente su caravana hacia un nuevo porvenir; haciendo y deshaciendo su futuro con gran desdén, sin mirar atrás mientras su silueta se perdía en el horizonte.

No comerciaba con telas ni animales. No poseía exóticas mercancías ni esclavos prestos a cumplir órdenes. Su torrente sanguíneo no estaba impregnado de la herencia proveniente de la nobleza imperial, tampoco contaba con ventajas sociales ni riquezas adquiridas y transmitidas con gran celo de generación en generación. Su fortuna consistía en algo mucho más pueril, menos espectacular: El conocimiento que podía esparcir con gran virulencia a través de sus labios agrietados. Una vez que su boca normalmente sellada rompía momentáneamente su voto de silencio y comenzaba a hablar, sus palabras emergían de las profundidades de su garganta con gran sabiduría: Como un torrente de agua fluyendo con gran violencia, como una cascada capaz de aliviar momentáneamente la sed del conocimiento y al mismo tiempo avivar la acuciante llama de la curiosidad y la insatisfacción en el atento oyente. Erosionando para siempre su antigua concepción del mundo, vertiendo ciertas dosis de malicia incontenible en su espíritu...

Pero sin embargo era considerado de forma unánime como un vulgar mercader de relatos, cuentista especializado en la elaboración de fábulas irrisorias y delirantes. Alguien lo suficientemente perspicaz como para embaucar a un buen número de crédulos desorientados y no perecer o enloquecer tras tolerar jornadas interminables a solas con el sol abrasador del desierto, sin más compañía que sus propios pasos.

En ese rincón desapacible la suerte parecía invertirse favoreciendo constantemente a los desdichados, y despojando de todo —incluso la vida— a los afortunados. Muchos se adentraban tentados por la búsqueda de un oasis de existencia improbable, para terminar hallando el peor final presa de violentas alucinaciones o la picadura mortal de un escorpión. El beduino simpatizaba con ese animal y su imponente aguijón, capaz de segar todo tipo de vidas por igual. El escorpión era el silencioso centinela que eliminaba a los curiosos de su territorio, y que le permitía posteriormente apropiarse de sus riquezas momentáneamente extraviadas sin dueño. Curtido por el sol y constantemente desengañado, era totalmente incapaz de admitir la crueldad de su método de subsistencia. Su corazón se había tornado áspero y duro, excepto cuando posaba su mirada distraída en las dunas que coronaban el paisaje a su alrededor. Las formas sinuosas y oscilantes, los reflejos áureos que dotaban de una tonalidad marfil al montículo de arena constantemente le recordaban a otros tiempos teñidos de gloria; al cuerpo extraviado de una antigua amante con sus prominentes caderas y delicada cintura.

A veces deslizaba sus manos con descuido sobre su superficie, impregnándose de arena mientras evocaba el recuerdo de aquella piel tan suave. Cada gota de saliva que probó antaño fue como saborear el rocío, y cada grano de arena le provocaba un nuevo escozor al evocar recuerdos tan áridos como su entorno. Cuando una oleada de viento imprevista arrastraba consigo arena creía oír entremezclados aquellos suspiros inaudibles que perecían sofocados bajo las sábanas de seda. Cuando la noche era apacible y el cielo estaba despejado creía contemplar el antiguo fulgor de su mirada a través de las estrellas más brillantes. Pero lo que nunca pudo confesar fue su descubrimiento inesperado del tan codiciado oasis, y junto a él la figura voluptuosa que tanto anhelaba desdibujada en la oscuridad. En ese momento creyó ser víctima de un nuevo delirio, aquel que se ceba con los desafortunados peregrinos y los conduce lentamente a la muerte. Y sin embargo reconocía a la perfección aquella silueta desnuda parcialmente cubierta por las aguas poco profundas, era imposible concebir que fuera un producto de su imaginación.

Aquella piel como la luna era inconfundible. Con paso vacilante fue acercándose lentamente, incapaz de balbucear una palabra por primera vez en mucho tiempo. Invirtiendo roles con aquella mujer enigmática capaz de robarle hasta el último aliento. Sus labios se fundieron en un largo beso apasionado donde pudo saborearla nuevamente, y comprobar que seguía intacta, tal y como la recordaba. Después se despojó de sus vestiduras con violencia, rasgando y deshaciéndose de aquel molesto tejido que coartaba sus movimientos. No quería sentir ninguna distracción antes de sumergirse en el interior de su cuerpo y sus secretos. Su piel, suave como una pluma. Sus movimientos, lentos y acompasados, como en una danza sincronizada donde ambos eran partícipes de un secreto inconfesable. Pero una punzada repentina de dolor hizo desvanecerse abruptamente aquella fantasía. Los gemidos entrecortados se tornaron en un graznido estridente e insoportable. Una hilera de sangre carmesí se extendía a su lado, semejante al vino que tanto deseaba escanciar en su copa atestada de filigranas.

¿Dónde estaba ella? ¿Y dónde se hallaba él? A su lado sólo había un buitre desgarbado regodeándose en su desgracia: Hundiendo su pico curvado y afilado en la piel expuesta, derramando su sangre inútilmente sobre el suelo baldío mientras rebuscaba su hígado. Todo pudo ser un espejismo, o un atisbo de venganza, al no encontrar su caravana y pertenencias. ¿Aquella ladrona furtiva de mirada pícara pudo arrebatarle todo lo que acumuló en aquellos largos años de retiro y palabrería vandálica, para posteriormente hundirlo en el más vergonzoso de los sueños? ¿Todo fue una mera ilusión? Su última certeza fue que sería sepultado bajo las arenas movedizas, apilado junto a los demás dolientes víctimas de oasis y espejismos, delirios febriles y pasiones alocadas que no debieron avivar en su fuero interno. Y ella... Real o ficticia, furtiva o descarada, su silueta podría resurgir envuelta en la polvareda y aliviar por fin la sed que debilita sus labios. Nunca supo si murió a manos del amor o del envenenamiento de alguna sabandija. O tal vez ambas.

ENGLISH VERSION:

That inhospitable path stretched irregularly, seeming to stubbornly defy eternity with its endless row of dunes; all of them drawing capricious shapes that seemed to meander, plunging even more into confusion the poor unsuspecting devil who tried to cross the confines of the desert looking for a sign of orientation. That place had no name, there were too many anonymous faces that had been submerged into oblivion, buried under implacable layers of sand, atrocious victims of a terrain as hostile as it was wild. Forcibly condemned to oblivion. And, how could it be otherwise, he had no name either. No face. His Bedouin profession, which had given him so many troubles, forced him to carry the weight that an existence devoted to nomadism implied, constantly directing his caravan towards a new future; making and undoing his future with great disdain, not looking back as his silhouette faded into the horizon.

He didn't trade in cloth or animals. He didn't possess exotic merchandise or slaves ready to obey orders. His bloodstream was not impregnated with the inheritance from the imperial nobility, nor did he have social advantages or wealth acquired and transmitted with great zeal from generation to generation. His fortune consisted of something much more childish, less spectacular: the knowledge that he could spread with great virulence through his cracked lips. Once his normally sealed mouth momentarily broke his vow of silence and began to speak, his words emerged from the depths of his throat with great wisdom: Like a torrent of water flowing with great violence, like a waterfall capable of momentarily relieving thirst of knowledge and at the same time fan the burning flame of curiosity and dissatisfaction in the attentive listener. Eroding forever his old conception of the world, pouring certain doses of irrepressible malice into his spirit...

But nevertheless he was considered unanimously as a vulgar merchant of stories, a storyteller specialized in the elaboration of derisory and delirious fables. Someone shrewd enough to fool a good number of disoriented gullibles and not perish or go mad after tolerating endless days alone with the scorching desert sun, with no other company than his own footsteps.

In that bleak corner, luck seemed to reverse itself, constantly favoring the unfortunate, and depriving the lucky of everything—even life. Many entered tempted by the search for an oasis of improbable existence, to end up finding the worst end, prey to violent hallucinations or the fatal bite of a scorpion. The Bedouin sympathized with that animal and its imposing sting, capable of taking all kinds of lives equally. The scorpion was the silent sentinel that eliminated the curious from its territory, and that later allowed it to appropriate its wealth momentarily lost without an owner. Sun-baked and constantly disappointed, he was utterly unable to admit the cruelty of his livelihood. His heart had grown rough and hard, except when he vacantly cast his gaze on the dunes that crowned the landscape around him. The sinuous and oscillating shapes, the golden reflections that endowed the mound of sand with an ivory hue constantly reminded him of other times tinged with glory; to the missing body of a former lover with her jutting hips and delicate waist.

Sometimes he ran his hands carelessly over its surface, impregnating himself with sand as he evoked the memory of that soft skin. Every drop of saliva he tasted once was like tasting the dew, and every grain of sand caused him a new sting, evoking memories as arid as his surroundings. When an unexpected wave of wind dragged the sand with it, he thought he heard intermingled those inaudible sighs that seemed suffocated under the silk sheets. When the night was still and the sky was clear, he thought he saw the ancient glow of her gaze through the brightest stars. But what he could never confess was his unexpected discovery of the much coveted oasis, and next to it the voluptuous figure he so longed for blurred in the dark. At that moment he believed he was the victim of a new delusion, the one that preys on unfortunate pilgrims and slowly leads them to death. And yet he perfectly recognized that naked silhouette partially covered by the shallow water, it was impossible to conceive that it was a figment of his imagination.

That moon-like skin was unmistakable. With unsteady steps he slowly approached, unable to stammer a word for the first time in a long time. Reversing roles with that enigmatic woman capable of stealing his last breath. Her lips melted into a long passionate kiss where he could taste her again, and check that she was still intact, just as he remembered her. Then he stripped off her clothing violently, ripping and getting rid of that annoying tissue that restricted her movements. He didn't want to feel any distractions before he plunged inside her body and her secrets. Her skin, soft as a feather. His movements, slow and measured, as in a synchronized dance where both were participants in an unspeakable secret. But a sudden pang of pain made that fantasy abruptly vanish. The broken moans turned into a shrill and unbearable croak. A streak of crimson blood spread beside him, like the wine he so wanted to pour into his filigree-filled cup.

Where was she? And where was he? Beside her was only a gangly vulture wallowing in his misfortune: plunging its sharp, curved beak into exposed skin, spilling its blood uselessly on the waste ground as he searched for her liver. It could all be a mirage, or a hint of revenge, for not finding his caravan and belongings. Could that furtive thief with a mischievous look take away everything she accumulated in those long years of retirement and vandalistic talk, to later plunge him into the most shameful of dreams? Was it all just an illusion? His last certainty was that he would be buried under the quicksand, piled up with the other mourning victims of oases and mirages, feverish delusions and crazy passions that should not have stirred up in his inner self. And she... Real or fictional, furtive or shameless, her silhouette could resurface wrapped in the dust and finally alleviate the thirst that weakens her lips. He never knew if he died at the hands of love or poisoned by some vermin. Or maybe both.

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Excelente relato, viajé con él; por un momento hasta me vi caminando en el desierto, siendo también testigo ocular de los sentimientos, qué bonito y a la vez enigmático.

Compartiré la publicación.
Saludos, myrthana.


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  ·  last year  ·  

Que tal Myrt, nos gustó tu pox, está bien estructurado al punto de manternos con expectativa a medida que nos adentramos en la lectura, créeme que no nos imaginamos que estuviera relacionado con la muerte aunque se me pasó por la mente que se trataba de una persona sufriendo de aura migrañosa.

Hago esta pregunta en forma seria:
¿Existe la posibilidad que el Beduino se haga el muerto para atraer al buitre, al tenerlo cerca, atraparlo para luego alimentarse del mismo?, Disculpa mi idea loca, pero si he escuchado historias donde algunas persona comen ese animal.

Gracias por compartirnos esta historia.

Chau.

🐺🐺🐺🐺🐺


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  ·  last year  ·  

Nunca se me habría ocurrido esa posibilidad, sería una buena forma de continuar la historia con una segunda parte. Aunque tendría más desventajas como el hecho de curar y cerrar la herida que provoca el buitre, el riesgo de infección...
Pero quién sabe, quizá el beduino usa el plumaje y las alas a modo de vendaje improvisado ¿?
Yo tampoco sé qué pasaría en esa situación hipotética, simplemente dejo que los personajes vaguen libremente por medio de la escritura. Después narro esos acontecimientos, a veces de forma fidedigna, a veces con licencias literarias 👀