Reflexión comiendo pistachos

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Mi primer pensamiento antes de comenzar a escribir fue: ¿Soy capaz de elaborar un post a raíz de un suceso tan mundano como comer pistachos, y además tener el atrevimiento de extraer una reflexión de ello? Efectivamente 😂

Pistacia vera es el nombre botánico del árbol que lo produce, un familiar cercano del anacardo. El origen de tan selecto manjar se remonta a las regiones de Irán, Turquía, Afganistán...
El simple hecho de recordar sus orígenes remotos ya lo convierte en algo exótico y valioso para mí. Algunas bondades de este fruto son el aporte de proteína vegetal similar a las legumbres, su alto contenido en fibra, la presencia de luteína (que protege la vista y reduce el colesterol, además de problemas cardíacos). También se dice que es un buen afrodisíaco natural, pero basado en mi experiencia el único deseo que incentiva es el de la gula desmedida.

La primera conclusión a la que llegué fue que existen tantos, infinidad de alimentos exóticos y recetas que no he probado, y probablemente jamás haré. Es triste, pero las limitaciones geográficas están presentes, las barreras culturales también. Eso dificulta tener una “visión global”, aumenta el peligro de caer en sesgos y adoptar una visión estrecha plagada de prejuicios y rigidez. Obviamente ningún alimento o sustancia será el equivalente a la panacea de todos los males per se, pero abrirse a distintos sabores e interesarse por hábitos gastronómicos de otros lugares puede tener repercusiones positivas. Para mí sería como integrar distintas piezas de un puzzle, conseguir un mosaico más complejo y diverso. Es interesante fusionar ingredientes, crear amalgamas de distintos platos.

Mientras comía pistachos surgió repentinamente esta frase en forma de pensamiento intrusivo, interrumpiendo mi proceso de degustación:
“Somos dueños de nuestras palabras y anhelos no expresadas, esclavos de cada vocablo que pronunciamos”.
Un deseo latente, que aún no ha sido expresado ni revelado al mundo podría guardar cierta similitud con el pistacho aún intacto. En cambio al pelarlo y romper la barrera con el mundo externo el proceso es análogo a despojarnos súbitamente del silencio, a exponerse a recibir críticas o convertirse en un mensaje malinterpretado. Consiste en abandonar la fortaleza infranqueable del pensamiento y recorrer nuevos caminos con la intención de unión, reconexión con los demás; aunque ese proceso sea doloroso a veces e involucre la aparición de nuevas heridas.

Todos nos hemos forjado distintas “cáscaras” a lo largo de la vida, al igual que los pistachos. Esa dureza inflexible resguarda la sensibilidad del alma, el anhelo secreto del corazón de amar y ser amado... Pero a veces la crueldad y las decepciones son mayores, y obligan a ocultar ese delicado “fruto” en las profundidades del ser, aparentemente inaccesible. Un fruto que puede tornarse en rancio con sorpresiva facilidad si no se cultiva el autocontrol, la necesidad de perdonar y no albergar rencores ponzoñosos.

Sigo comiendo en silencio, distraída, sin darle demasiado pábulo a esa sucesión de pensamientos pseudo filosóficos. Ya habrá tiempo para plasmarlos por escrito... Las cáscaras se amontonan, y no puedo evitar el impulso de intentar apilarlas ordenadamente. Es una acumulación de cáscaras, ¿pero y si fuera una acumulación de dinero? ¿Cambiaría mi reacción contemplar una hilera interminable de monedas, billetes, o dígitos en una pantalla ahora que están en auge las criptomonedas y activos digitales? Ambos valores están condicionados por nuestra percepción, y no me gusta pensar que podrían llegar a influir en el carácter y personalidad. ¿Y si de pronto las cáscaras fueran la moneda de trueque con más valor? ¿Qué haría, a dónde iría, en qué me convertiría? ¿Sería basura orgánica, o un repentino y codiciado tesoro?

El fruto está en el interior, y no sabría asegurar con total certeza si el mío no está en proceso de corrupción o degradación. Cada día es una nueva lucha, un nuevo caminar por la cuerda floja donde la esperanza y la fe combaten y contrarrestan la melancolía y la sensación creciente de desolación. Pero en eso consiste estar vivos, experimentar polos opuestos e integrar las diferencias eliminando para siempre dicotomías irreconciliables.

A veces hay que insistir con un caparazón aparentemente indestructible, saber separar la diferencia entre nuestra apariencia física y circunstancias aleatorias que no pudimos elegir de las que sí. Somos aquello en lo que depositamos todas nuestras fuerzas, lo que aspiramos ser cada día. Somos una metamorfosis interminable... Y un pistacho.

Espero que leer el post no te haya causado apetito o sed, no era el propósito principal. O tal vez sí 😋

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Fuente imagen: http://blog.palumbo .cl/wp-content/uploads/2016/11/pistacho.jpg

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