Filosofando sobre un muelle helicoidal...
Desconozco con qué tipo de artilugios sofisticados y modernos se entretendrán las nuevas generaciones de infantes, pero recuerdo con una mezcla de nostalgia y melancolía un muelle helicoidal muy colorido —similar al de la imagen de portada— con el que solía jugar, o más bien filosofar profundamente, en un intento pueril de imitar la experimentación empírica.
Para mi versión infantil desconocedora del mundo aquel muelle era considerado como un enigma en sí mismo: Un bello y curioso misterio paradójico aún sin desvelar. Precisamente esa aparente complejidad escondida en un objeto trivial era lo que me impedía acudir en busca del adulto más próximo para avasallarlo a preguntas; quería hallar la verdad por mí misma, y ya estaba exhibiendo indicios de una notable independencia que no haría más que intensificarse con los años y la madurez adquirida. ¿Por qué no se quebranta? ¿Por qué siempre retorna a su posición inicial? ¿Es normal poseer esa flexibilidad inherente? ¿Para qué sirve que tenga tantos colores? Para mí era mucho más que un juego o experimento de observación, había algo de espiritualidad en esa resiliencia. A veces solía atribuirle personalidad y sentimientos, una creencia inocente en el animismo incluso antes de conocer su existencia.
No era un muelle helicoidal: A veces era una serpiente escurridiza a punto de abalanzarse sobre su presa, o era un poderoso dragón chino mitológico sobrevolando largas distancias a velocidades vertiginosas, incluso podía convertirse en un colorido arcoiris apaciguando los sentidos después de la lluvia torrencial; también podía convertirse en un túnel inestable o en un huracán que transportase al peregrino imprudente a otras realidades como en el mago de Oz... Tenía la diversidad del mundo en la palma de mi mano, infinitas posibilidades a mi disposición. El único límite era mi imaginación desbordante de emoción.
Era un resorte mágico que incentivaba mi imaginación, que estimulaba mis preguntas. Hoy puedo decir con orgullo y pesar que lucho por convertirme en un muelle helicoidal simbólico. Incapaz de romperme ante las dificultades o tormentos padecidos, siempre fiel a mis principios flexibles, huyendo de toda rigidez dogmática o axioma incuestionable. He sido considerada un juguete muchas veces también, usada de forma voluble. Puede ser divertido convertirse en un simple objeto y mercancía, o denigrante. A veces las propias reacciones son un indicio rotundo para saber qué aspectos internos hay que mejorar. Y los demás se convierten en nuestros maestros involuntarios, exhibiendo un espejo en el que atisbar nuestro reflejo graciosamente deformado por sus expectativas.
En un mundo tan materialista lo raro es coincidir con alguien en el camino que no se fije únicamente en la etiqueta «made in China», que más bien admire el conjunto con espontánea reverencia y sepa cultivar el valor emocional. Todos nos desgastamos con el uso, a veces con el simple deambular de forma errática por la vida y el padecimiento provocado por el dolor de las decepciones. ¿Si fueras un objeto a la venta, te comprarían? ¿Tu función sería meramente decorativa? ¿Tienes un precio, o posees una ética y un valor incalculable? ¿Tendrías una historia compleja y un trasfondo tan abismal como la fosa de las Marianas, o todo tu paso por la vida podría resumirse en un epígrafe conciso y anodino? ¿Te restan valor tus heridas y cicatrices personales, testigos silenciosos de tus antiguas batallas libradas?
Son muchas las preguntas que rondan por mi cabeza ahora, ávidas por recibir respuesta. Quizá tú puedas saciar mi curiosidad, misterioso espectador que me devora con la mirada, anónimo visitante que me honra regalándome su presencia y su tiempo. Gracias por leerme.
ENGLISH VERSION:
Philosophizing about a coil spring...
I don't know what kind of sophisticated and modern gadgets the new generations of children will be entertained with, but I remember with a mixture of nostalgia and melancholy a very colorful coil spring —similar to the one on the cover image— with which I used to play, or rather philosophize deeply, in a childish attempt to imitate empirical experimentation.
For my childhood version, unaware of the world, that coil spring was considered an enigma in itself: A beautiful and curious paradoxical mystery still unrevealed. Precisely that apparent complexity hidden in a trivial object was what prevented me from going in search of the closest adult to overwhelm him with questions; I wanted to find out the truth for myself, and I was already exhibiting signs of a remarkable independence that would only intensify with age and maturity. Why doesn't it break? Why does it always return to his starting position? Is it normal to have that inherent flexibility? What is the use of having so many colors? For me it was much more than a game or observation experiment, there was something of spirituality in that resilience. Sometimes he used to attribute personality and feelings to it, an innocent belief in animism even before he knew of its existence.
It wasn't a coil spring: Sometimes it was an elusive snake about to pounce on its prey, or it was a powerful mythological Chinese dragon flying over long distances at breakneck speeds, it could even become a colorful rainbow soothing the senses after torrential rain; it could also become an unstable tunnel or a hurricane transporting the reckless pilgrim to other realities like in the Wizard of Oz... I had the diversity of the world in the palm of my hand, infinite possibilities at my disposal. The only limit was my imagination overflowing with emotion.
It was a magical spring that stimulated my imagination, that stimulated my questions. Today I can say with pride and regret that I am striving to become a symbolic coil spring. Incapable of breaking down in the face of difficulties or torments suffered, always faithful to my flexible principles, fleeing from all dogmatic rigidity or unquestionable axioms. I have been considered a toy many times too, used in a fickle way. It can be fun to become a mere object and commodity, or demeaning. Sometimes the reactions themselves are a resounding indication to know what internal aspects need to be improved. And the others become our involuntary teachers, exhibiting a mirror in which to glimpse our reflection gracefully distorted by their expectations.
In such a materialistic world, it is rare to meet someone on the road who does not focus solely on the «made in China» label, who rather admires the whole with spontaneous reverence and knows how to cultivate emotional value. We all wear out with use, sometimes simply wandering erratically through life and suffering from the pain of disappointment. If you were an object for sale, would they buy you? Would your function be merely decorative? Do you have a price, or do you possess incalculable ethics and value? Would you have a complex history and background as abysmal as the Marianas Trench, or could your entire journey through life be summed up in a concise and nondescript epigraph? Do your personal wounds and scars, silent witnesses of your old battles fought, detract from your value?
There are many questions that are going through my head now, eager to receive an answer. Perhaps you can satisfy my curiosity, mysterious spectator who devours me with his gaze, anonymous visitor who honors me by giving me his presence and his time. Thanks for reading me.
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