Todo proceso tiene su antagónico análogo: Reposo y actividad frenética, melancolía y regocijo, reflexión prolongada y un cúmulo de decisiones tomadas arbitrariamente... ¿Qué importancia tiene la quietud en el día a día, la pausa de esa obligación aplastante de verse reducido a un ser completamente funcional y productivo para la sociedad? ¿Cuál es la utilidad del descanso? Incluso buscamos maximizar el rendimiento transformando el ocio en fuentes de ingresos inagotables; abusando de los escaparates virtuales que constituyen las redes sociales, templos al ego donde exhibir la faceta más brillante y distorsionada de la personalidad camuflando y desdibujando los defectos propios.
Ya no existe esa secreta camaradería que se fraguaba durante las festividades señaladas, tampoco existe el asombro que suscitaba antaño la visión de la naturaleza indomable, o la religión y sus respuestas metafísicas a preguntas jamás formuladas por temor o incomprensión. El presente es vacío y gris, desolador y carente de significado trascendental o atractivo. Para paliar ese desierto yermo se recurrió a adoptar el consumismo más despiadado, a expoliar inútilmente los recursos limitados de la naturaleza. Todo en nombre de un ideal, del propósito irrealizable de hallar la libertad, quizá intentando ocultar con la desmedida adquisición de posesiones materiales costosas la creciente insatisfacción que procura la sociedad neurótica actual.
¿No sería idílico renunciar a ese anhelo absurdo de mercantilizar la existencia y retornar a las raíces más profundas que nos conectan a la naturaleza y su silencio sepulcral? ¿No hallaríamos más respuestas escuchando el murmullo del viento y entregándonos al reposo?
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Aviso de #Fotopropia ¿Aún están de moda los hashtags, o ya pasó esa edad de oro?
Escribo estas palabras inspirada —o influenciada— por la lectura que acabo de finalizar. Como todo buen librito de filosofía contemporánea no está exento de extractos y alusiones a otros autores y obras. No es el primer título que leo de este autor, ni el segundo, ni probablemente el último que caerá en mis manos. Si es uno de los autores más vendidos en la actualidad será por algo, ¿no? Aunque siempre he creído que al alcanzar determinada masa crítica un gran porcentaje de gente lo seguiría por inercia, sin criterio propio, guiándose por esa opinión predominante popular que dicta que es un buen autor y sin atreverse a contradecirla. ¿Lo es? Me gusta guiarme por esta frase: “Lo bueno, si es breve, dos veces bueno”. No me gustan los prolegómenos interminables, y disfruto del lenguaje accesible y los frecuentes juegos de palabras que convierten la lectura en una suerte de anagrama políglota donde los idiomas se entremezclan hasta formar una amalgama irreconocible. Un tópico recurrente puede convertirse en algo novedoso y cautivador usando las palabras adecuadas.
¿Hace cuánto que no disfrutas de la naturaleza? ¿Cuánto tiempo llevas encadenado al vertiginoso ritmo de la sociedad y su cantinela interminable incitando a la búsqueda de la rentabilidad económica? Son algunas preguntas que disfruté rumiar, y hoy me atrevo a compartirlas a título de reflexión personal. El propio libro tiene una historia paralela, cierta dosis de valor sentimental al ser un regalo.
Me doy cuenta de que mi rincón literario deja mucho que desear: Repleto de descripciones crípticas e incompletas, mucha información que queda a la imaginación del atento lector que se entretiene leyendo mi esquela... Pero mejor así 😋
La curiosidad es un bien preciado que vale la pena custodiar.