El ambiente prostibulario era nefasto, capaz de causar indigestión o un efecto emético incluso en el observador más cínico e indolente. ¿Cómo podía vivir allí esa gente de forma insalubre, amontonada como un montón de ratas, rodeados de constantes efluvios repugnantes? ¿Cómo conservaban el más mínimo atisbo de moral o ética? ¿O acaso sólo se refugiaban allí mujeres y hombres de mala calaña, los residuos infectos de una sociedad decadente que merecían sumergirse en el olvido? Para responder a esta pregunta un joven y distinguido filósofo —o más bien un aspirante avezado al empirismo y su practicidad cáustica— decidió adentrarse en esas callejuelas laberínticas plagadas de miseria y miedos no expresados. Corría el rumor de que una de aquellas mujeres estaba bendecida por la vena artística y deleitaba en sus espectáculos con historias y narraciones de diversa índole, dejando el placer carnal en segundo plano; a veces incluso eludiendo ese molesto trámite sin por ello causar el más mínimo descontento en sus clientes.
Después de una larga travesía y varios momentos fugaces de confusión por fin se adentró en la modesta habitación de la meretriz, dispuesto a desentrañar sus secretos, o tal vez a dejarse dominar por un impulso irracional y atávico. La mujer se arrodilló con respeto mientras comenzaba a despojarse de su vestido pomposo y recargado. Cuando su lencería discreta quedó al descubierto se dio la vuelta y comenzó a buscar algo con mirada distraída, dejándose contemplar y sabiéndose observada con el deseo y lascivia que secretamente tanto le repugnaban. Finalmente tomó entre sus manos con respeto reverencial un sobre desgastado y extrajo la carta de su interior. Era la carta que había destinado a su único amor verdadero, aquél que había de sacarla de aquel martirio constante, pero jamás tuvo el placer de conocer. El papel amarillea, víctima de la humedad y las lágrimas de amargura interminable que vierte sobre él constantemente. Con voz temblorosa y por primera vez exhibiendo una mirada tímida y virginal, cargada de sueños y anhelos, comenzó a leer:
«El genio artístico y romántico que anteriormente ardía en ascuas que asemejaban llamaradas incontenibles, incombustibles, ahora quedó reducido a tenues y titilantes brasas que amenazan con apagarse al menor soplo de incertidumbre. Las cenizas recubren la estancia, los vestigios de aquello que pudo ser y no fue, los deseos inconfesables que reiteradamente se vieron truncados hasta desvanecerse en el olvido. Recorrer la caótica trayectoria de aquel destino desventurado y melancólico constituye un esfuerzo adicional, un intento constante de no perder la compostura y arrojarse a los brazos de la desesperación más frustrante; dejándose envolver por un silencio sepulcral y un frío incapacitante tratando en vano de hallar consuelo aniquilando las emociones.
¿Cambia algo contemplar cómo poco a poco un deseo largamente esperado está siendo consumado? ¿Alivia las penurias que acumula el alma atormentada recibir un bálsamo de amor, efímero y distante pero con promesas de prolongarse hasta el infinito y florecer en diversas formas? Si ese espíritu que dota de gracilidad y vida al cuerpo tuviera alas y libertad de movimientos probablemente se despojaría de las limitaciones físicas y volaría agitadamente, en todo su esplendor, hasta abalanzarse sobre ese objeto de deseo; ese refugio tan cálido que sólo puede otorgar el corazón del ser amado.
Allí reunidos podrían confundirse fácilmente las formas; el observador inexperto no sabría discernir dónde comienza el amante y dónde termina el amado, porque ambos constituyen un “todo” indisoluble. Juntos podrían arrancarse mutuamente las máscaras que constituyen las vestimentas, nombres, procedencias, historias en toda su pluralidad inverosímil... Juntos podrían saborear un fragmento de la eternidad en cada aliento furtivamente robado, en cada mirada pasional cargada de anhelos y complicidad mutua, en cada caricia cargada de ternura y deseo animal apoderándose brevemente de la razón.
¿Cuándo sucedieron todos esos recuerdos ardientes firmemente grabados en la memoria? ¿O está pasando ahora? ¿O quizá el mañana más cercano nos depara todas esas dulces sorpresas que sólo puede proporcionar el romance más desinteresado? El tiempo es esquivo y no deja entrever sus huellas, deforma y altera las nociones de lo real, disfruta jugando con los sentidos de los amantes más desesperados por la separación. Sólo puedo asegurar una cosa: No tiene comienzo, no tiene final; siempre estuvo ahí, como un árbol de hoja perenne, esperando el momento de florecer y regalar sus frutos más jugosos y dulces. Siempre te amé, aunque no conocía tus facciones, a pesar de no saber dónde o cómo buscarte. Con mi persistencia y obstinación, a veces ridícula, a veces adorablemente desquiciada, finalmente logré reunirnos en un mismo lugar.
Te obsequio humildemente mis retazos de inspiración, las canciones y la música que dan vida a este escenario desvencijado y decadente que constituye mi existencia cuando no me iluminas con tu compañía. Te regalo los pensamientos que con tanto cariño plasmo en forma de letras y trato de embellecer para ti. Te ofrezco cada latido cardíaco como ofrenda profana, cada pulsación acelerada al pronunciar tu nombre en mi mente; mientras me deleito evocando la belleza de tu rostro y cuerpo, y mis dedos disfrutan deslizándose con descuido imaginando que recorren tu delicada piel como el mármol...»
—Son gratas tus palabras, lástima que estén mancilladas con la iniquidad de tus labios impúdicos.
—Dedicarme al oficio más antiguo del mundo —y el más vulgar y carente de decoro— no me exime de entregarme a los delirios más apasionados, de sublimar a un nuevo nivel de perfección a mi amante ocasional; quizá incluso de coquetear brevemente con ese sentimiento de amor sin compromisos de ningún tipo. Todas mis palabras las reservo para aquel ser amado y comprensivo capaz de arrancarme de este destino desventurado y ofrecerme la luz de un nuevo porvenir.
El joven filósofo abandonó la estancia sumido en sus cavilaciones, no sin antes dejarle una abundante propina. Incapaz de tocarla, presa de un estado similar al embrujo y la abstinencia, divagaba pensando en qué motivos podrían arrastrar a una joven con tanto potencial a su perdición. Moriría prematuramente, sin descendencia, olvidada; y sin embargo conservaba más entereza que la mayoría de hombres curtidos por el dolor y la tragedia que había conocido. Ella luchaba con su propia fatalidad, día a día. Ella había sido despojada incluso de su propio nombre y linaje, y experimentaba aquello con gozo y no como un desaire.
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Fuente imagen: IA lexica.art
Tanto tiempo, mis compañeros anónimos literarios. No me paso por aquí desde el año pasado, espero que eso no sea un impedimento para cultivar la amistad o al menos cercanía 😋
La imagen no es explícita, quería que quedara a la imaginación ese rincón desolado y esos personajes descarnados, mostrando una realidad tan desagradable que muchos prefieren ignorar.