“El deseo de Cupido”
Impertérrito, Cupido se hallaba inmóvil como una estatua, suspendido entre hileras interminables de nubes. Paralizado por el aburrimiento y su condición de inmortal que a veces percibía como una condena eterna más que como una ventaja, dibujaba un extraño rictus de desdén y descontento en sus labios carnosos que disminuía parcialmente su belleza. A veces, cuando el hastío era insoportable, sentía el impulso irrefrenable de partir en la búsqueda de una nueva cacería, pertrechado con su carcaj y deseoso de poner a prueba tanto su destreza como el delirio al que podían aspirar los hombres. A pesar de la simpleza del proceso él jamás mostraba signos evidentes de carencia de interés ante la sucesión de hechos predecibles que desfilaban ante sus ojos. Cada ocasión en que practicaba su tiro con arco contemplaba el resultado con la expectación de un niño ilusionado, siendo testigo directo y partícipe de un mágico ensueño colectivo.
Haciendo uso de su puntería magistral arrojaba la flecha envenenada con su poción de amor destilado, hiriendo de gravedad al pobre desdichado elegido para cumplir su capricho y convirtiéndolo en una víctima despojada de su raciocionio y libertad que se entregaba a los delirios del amor desenfrenado con una facilidad pasmosa, como un títere agonizante en manos equivocadas; destinado a ser reducido a miles de fragmentos inservibles e inconexos. Cupido contemplaba la escena desde las alturas, agitando sus alas con ligereza y elegancia, sumido en sus reflexiones profundas y obnubilado por la fiereza de las pasiones desatadas entre los mortales. Ningún amorío era idéntico al anterior; ni en duración ni en intensidad. Las parejas elegidas para semejante misión podían ser inverosímiles —y a menudo lo eran—, aquellos amores creados artificiosamente para suplir la necesidad de compañía y derrotar al demonio de la soledad eran auténticas odiseas incapaces de soportar los embates prolongados del tiempo.
¿Acaso importa? Cupido no era un emisario del amor, un caballero blanco que defiende a capa y espada la nobleza sublime del amor puro y desinteresado; simplemente es un querubín juguetón y deseoso de explorar con cierta dosis de malicia los límites del corazón humano. Sin saberlo estaba sembrando el germen de una nueva enfermedad, una que pudriría irremediablemente los conceptos preconcebidos del amor y causaría discordia.
Con el lento transcurso del tiempo y de manera casi imperceptible los hombres se entregaron en cuerpo y alma a su frivolidad, encerrándose en un caparazón impenetrable de vanidad. El amor había sido relegado: Ya no ocupaba su puesto habitual en el pedestal de las aspiraciones, ahora se hallaba oculto en un rincón oscuro y polvoriento como un secreto vergonzoso. Ahora el máximo logro era la acumulación material, la ostentación, el egoísmo en su estado más puro. Algunos ancianos retrataban al amor como el monstruo más enigmático y terrible, capaz de hundir la trayectoria más brillante. Todos lo rehuían. Incluso parecían inmunes a las flechas insidiosas de Cupido.
Siendo consciente de su error cometido, del terrible daño provocado a la humanidad, decidió hacer un sacrificio para expiar la culpabilidad. Extrayendo la flecha más brillante y afilada de su carcaj Cupido la clavó sobre sí mismo, atravesando su pecho y corazón con gran violencia y precisión. Al principio no pasó nada. Estaba deseoso de contemplar su propia sangre derramándose sin control, anhelaba experimentar el dolor punzante que provocó de forma inconsciente a los mortales en una intensidad similar.
Lo único que brotó de sí mismo fue un éxtasis indescriptible, un sabor dulce como la miel invadiendo su boca y cada rincón de su ser. La flecha se deshizo, convertida en azúcar que después fue espolvoreado sobre las cabezas de los hombres con la ayuda de la suave brisa y el viento. Nunca había intuido que el amor tenía un sabor tan dulce, que solicitar el perdón no era similar a ser atravesado por miles de zarzas, que sólo debía deshacerse de las alas que brotaban de su espalda y aprender a ser finito; humano y falible para comprender el infinito. Desde ese día amó a la humanidad con todas sus imperfecciones y se convirtió en un guía y benefactor silencioso, deseoso de unificar a todos los seres y mostrarles el sendero plagado tanto de sinsabores como de satisfacciones llamado... Amor
ENGLISH VERSION:
Undaunted, Cupid stood motionless as a statue, suspended between endless rows of clouds. Paralyzed by boredom and his immortal status that he sometimes perceived as an eternal damnation rather than an advantage, he drew a strange rictus of disdain and discontent on his full lips that partially diminished his beauty. Sometimes, when the boredom was unbearable, he felt the irrepressible impulse to set out in search of a new hunt, armed with his quiver and eager to test both his skill and the delirium to which men could aspire. Despite the simplicity of the process, he never showed obvious signs of lack of interest in the succession of predictable events that passed before his eyes. Every time he practiced his archery he contemplated the result with the expectation of an excited child, being a direct witness and participant in a magical collective dream.
Using his masterful aim, he threw the poisoned arrow with his distilled love potion, seriously wounding the poor unfortunate chosen to fulfill his whim and turning him into a victim stripped of his reasoning and freedom who gave himself over to the delusions of unbridled love with a astonishing ease, like a dying puppet in the wrong hands; destined to be reduced to thousands of useless and unconnected fragments. Cupid contemplated the scene from above, waving his wings with lightness and elegance, immersed in his deep reflections and dazzled by the fierceness of the passions unleashed among mortals. No love affair was identical to the previous one; neither in duration nor in intensity. The couples chosen for such a mission could be unlikely – and often were – those loves artificially created to meet the need for company and defeat the demon of loneliness were true odysseys incapable of withstanding the prolonged attacks of time.
Does it matter? Cupid was not an emissary of love, a white knight who defends tooth and nail the sublime nobility of pure and selfless love; He is simply a playful cherub eager to explore the limits of the human heart with a certain dose of malice. Without knowing it he was sowing the germ of a new disease, one that would irreparably rot preconceived concepts of love and cause discord.
With the slow passage of time and almost imperceptibly, men gave themselves body and soul to their frivolity, enclosing themselves in an impenetrable shell of vanity. Love had been relegated: It no longer occupied its usual place on the pedestal of aspirations, it was now hidden in a dark and dusty corner like a shameful secret. Now the maximum achievement was material accumulation, ostentation, selfishness in its purest state. Some elders portrayed love as the most enigmatic and terrible monster, capable of sinking the most brilliant trajectory. Everyone shunned him. They even seemed immune to Cupid's insidious arrows.
Being aware of his mistake, of the terrible damage caused to humanity, he decided to make a sacrifice to atone for his guilt. Drawing the brightest and sharpest arrow from his quiver, Cupid stabbed it into himself, piercing his chest and heart with great violence and precision. At first nothing happened. He longed to watch his own blood spilling out uncontrollably, he longed to experience the searing pain that unconsciously caused mortals to a similar intensity.
The only thing that came out of himself was an indescribable ecstasy, a honey-sweet taste invading his mouth and every corner of his being. The arrow fell apart, turning into sugar which was then sprinkled on the men's heads with the help of the gentle breeze and wind. He had never intuited that love had such a sweet taste, that asking for forgiveness was not similar to being pierced by thousands of brambles, that he just had to get rid of the wings that sprang from his back and learn to be finite; human and fallible to understand the infinite. From that day he loved humanity with all its imperfections and became a silent guide and benefactor, eager to unify all beings and show them the path plagued by both disappointments and satisfactions called... Love
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Aburrimiento:
Esta es una de las claves para entender su normal hastío, es que, ¿quién querría vivir una vida tan monótona, aunque por leyes naturales los días sigan siendo días, el cielo tenga el mismo color, y las flores el mismo aroma?, ¿las mujeres de Venus sin enlazarse a los brazos de Marte y los hombres de Marte sin pasarse a la cama de Venus?... todo un enredado que sentenciaba al joven arquero a más abatimiento a raíz de un supuesto aburrimiento hasta de verse en una estrella la forma apetecible y carnosa de sus propios labios.
Este estado de muerto viviente, de inerte (aunque sí trabajaba) en el agua que corría en los arroyos de las nubes y el regalo paisajista del Olimpo, rellenaba el caraj con sus preguntas y despechos, entonces cada flecha lanzada solo llegaba a un cuerpo totalmente envenenada de todo, menos de lo que en verdad debía figurar en cada estocada: amor.
El problema de Cupido es que impartía un sentimiento a todo el mundo, pero él mismo no lo había experimentado, por eso, como carcoma cada alma fue un títere de hilos que no pertenecían a tal expresión vertical y horizontal que hace libre de pensar, de tocar, de besar y produce alegría, a pesar del dolor cotidiano y normal, más que mortales desdichas que ennegrecían más el panorama.
Un trabajo de semidiós mal enfocado porque quería brindar estabilidad con el típico dicho de "un clavo saca otro clavo", pretendía reemplazar la soledad por el amor, cuando este último no se juega en los casinos de las pruebas, sino que debe ir directo al número ganador para saltarse la exploración del método científico sobre los límites del corazón humano con lo cual se iba a estrellar a pesar de tener alas.
La costumbre apareció: inmunidad perfecta a las flechas de Cupido, por eso quiso remediarlo probando lo que nunca saboreó y tal vez le quedó gustando, se vació, se entregó, se dio a sí mismo y entonces todo destino cambió con el sentimiento azucarado, de mieles y azahares no contaminados, pero tampoco de contrabando meloso que produce hartazgo y diabetes al borde de la muerte, sino de calidad de exportación.
No podía dar lo que no tenía, pero cuando lo consiguió espolvoreó su ser a raudal y el extraño rictus de sus labios carnosos cambió a una bella sonrisa eterna que poseía un signo dual.
Gracias por la historia de Cupido, mi amiga querida.
Un placer volver a leerte aquí con el loquero a mi lado.
Saludos grandes y un abrazo.