Story: DÉBORA . Historias de Lobo City . by Mostrorobot (esp+eng)

in blurt-192372 •  8 days ago 

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Saludando a todos los friends por estos lados de BLURT. Ya después de varios días sin publicar, hoy les quiero traer un relato que escribí esta mañana, que está relacionado con la ciudad de LOBO CITY. Estos son una serie de relatos que tienen como epicentro a esta ciudad ficticia del MOSTROVERSO, jeje.

Espero este año ponerle más empeño a LOBO CITY y sus historias, ya que es algo que me gusta hacer pero que no he realizado seriamente. De hecho tengo pendiente por ahí un escrito introductorio de la ciudad que no he terminado, y hasta un mapa, jaja. Veremos sin nos animamos con eso.

De momento vamos con este relato titulado DÉBORA y que escribí temprano juntando un par de ideas inspiradas en tuits aleatorios de X. Pues ya sin másssss, vamos al rollo:

DÉBORA

Historias de Lobo City

El asfalto gris se extendía como una serpiente herida bajo el cielo plomizo. No era un día para pasear, a menos que se disfrutara de la caricia helada del viento, y la desolación de un paisaje desprovisto de calidez. Débora, una joven de unos veinticinco años, caminaba con paso firme, aunque su mirada rojiza, casi del color de su cabello rebelde, reflejaba una tristeza profunda, un vacío inexplicable, que contrastaba con la belleza que la naturaleza le había concedido. Su piel clara, casi translúcida, se sonrojaba ligeramente por el frío, y sus facciones delicadas, enmarcadas por sus cejas finas y arqueadas, parecían esculpidas en marfil. A pesar del abrigo grueso que la envolvía, se podía adivinar la silueta esbelta de su cuerpo.

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A su alrededor, la carretera se abría paso entre una vegetación rala, arbustos bajos y hierba seca que se mecían al compás del viento. El paisaje, vasto y desolado, se extendía hasta el horizonte, donde se vislumbraban, muy diminutas y muy lejanas, las luces de la ciudad y las siluetas de los edificios. Era una mañana sin sol, una mañana perpetuamente gris, donde el cielo y la tierra parecían fundirse en una misma tonalidad apagada. El silencio era casi absoluto, solo interrumpido por el susurro constante del viento, y el crujir de las hojas secas bajo las botas de la chica.

A pesar de la belleza melancólica del entorno, Débora se sentía profundamente sola. No había una razón aparente para su tristeza, simplemente una sensación opresiva, un peso en el pecho que la acompañaba desde hacía días. Sus ojos, normalmente llenos de vida, ahora vagaban sin rumbo fijo, buscando algo que rompiera la monotonía del paisaje, algo que aliviara la angustia que la embargaba.

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De repente, un escalofrío recorrió su cuerpo. No era el frío habitual de la mañana, sino una sensación extraña, una punzada en la nuca que la hizo detenerse en seco. Débora giró la cabeza lentamente, escrutando el horizonte, la vegetación a los lados de la carretera, buscando alguna señal, algo que justificara esa repentina inquietud. No vio nada. Solo el paisaje desolado, el cielo gris y el viento constante. Sin embargo, la sensación persistía, intensa y perturbadora. Débora sintió que alguien, o algo, la observaba. Una presencia invisible, oculta en algún lugar del vasto y silencioso paisaje, la seguía con una mirada invisible, penetrante.

El corazón le latió con fuerza en el pecho, un latido sordo que resonaba en el silencio de la mañana. Una fina capa de sudor frío le cubrió la frente. La belleza melancólica del lugar se transformó, de repente, en algo siniestro, amenazante. Sintió un nudo en la garganta, la respiración se le entrecortó y una necesidad imperiosa de correr la invadió. La sensación de ser observada se intensificó, como si la mirada invisible se hubiera acercado, posándose directamente sobre ella.

Débora tragó saliva con dificultad, sus ojos escudriñando el horizonte con creciente pavor. El viento soplaba con más fuerza, agitando su cabello rojizo y susurrando palabras ininteligibles al oído. El sobresalto la había paralizado, pero una parte de ella sabía que debía moverse, debía huir de esa presencia invisible que la acechaba en la soledad del camino.

El corazón de Débora martilleaba contra sus costillas como un ave enjaulada. Apretó las manos contra su pecho, como intentando contener el miedo que la invadía, y aceleró el paso. Sus botas resonaban con fuerza sobre el asfalto, un eco solitario en el silencio opresivo. Cada célula de su cuerpo gritaba que corriera, que escapara de esa presencia invisible que la acechaba. Pero sus piernas parecían pesar toneladas, y el terror la paralizaba a cada instante. De pronto, tropezó con una piedra suelta y cayó de rodillas al borde de la carretera, el impacto resonando en sus huesos. El aire se le escapó de los pulmones en un gemido ahogado.

Con el corazón latiendo con fuerza, Débora levantó la vista. El miedo se había convertido en un terror paralizante. Sentía la presencia invisible a su alrededor, como un manto frío que la envolvía, una miríada de ojos invisibles que la escrutaban desde la nada. El aire se espesó, cargándose de una energía extraña, palpable. El gris plomizo del cielo se intensificó, volviéndose un manto tormentoso, preñado de electricidad. Relámpagos blancos y cegadores descendieron de las nubes, iluminando el paisaje con destellos fantasmales que hacían que las sombras danzaran a su alrededor.

De repente, una decena de brazos oscuros, etéreos, surgieron de la nada, rodeándola. No eran brazos humanos, sino sombras con forma de extremidades, que se deslizaban sobre su cuerpo, acariciándola con una frialdad que helaba hasta los huesos. El cabello rojizo de Débora se alborotó con una ráfaga de viento helado que la envolvió como un sudario. El frío no era solo físico, sino que emanaba de esas presencias fantasmales que la rodeaban.

Sus ojos rojizos, desorbitados por el terror, observaban con horror cómo las luces de la ciudad, que antes se vislumbraban a lo lejos, se fusionaban en un fuego irreal, un resplandor anaranjado que iluminaba el cielo tormentoso. De entre las llamas surgió una colosal torre oscura, una estructura imponente que parecía crecer segundo tras segundo, elevándose hacia el cielo como una aguja negra que perforaba las nubes.

En lo alto de la torre, como un estandarte infernal, se materializó la imagen de un feroz lobo negro, sus ojos brillantes como brasas ardientes. La mirada de Débora y la del lobo se cruzaron, un instante que pareció eterno. En los ojos de la bestia, Débora vio una maldad ancestral, una sed insaciable. Un terror primario, visceral, la recorrió de pies a cabeza. Su belleza, antes marcada por la tristeza, ahora se veía distorsionada por el pánico, sus facciones contraídas, sus labios temblando, sus ojos inyectados en sangre.

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Un grito desgarrador escapó de su garganta, un grito que resonó en el silencio tormentoso. Débora cerró los ojos con fuerza, esperando lo peor. Pero cuando los volvió a abrir, todo había cambiado. El cielo ya no era tormentoso, aunque aún conservaba un tono grisáceo, pero sin la amenaza de la tormenta. Los relámpagos habían desaparecido, al igual que los brazos oscuros y la torre con la imagen del lobo. La carretera se extendía ante ella, solitaria, y las luces de la ciudad brillaban con normalidad en la distancia. La mañana ya no lucía tan gris, e incluso parecía que el sol intentaba abrirse paso entre las nubes.

Con lágrimas corriendo por sus mejillas, Débora intentaba calmarse, relajándose. Miró a su alrededor, buscando alguna señal de lo que acababa de presenciar, pero no había nada. Solo el paisaje desolado, la carretera y la ciudad al fondo. El sobresalto la había dejado temblando, pero también con una extraña sensación de alivio. ¿Había sido todo una pesadilla, una alucinación producto del miedo y la soledad. La pregunta seguía dando vueltas en la mente de Débora, una y otra vez, como un eco persistente.

Justo cuando comenzaba a dudar de su propia cordura, un ruido de motor rompió el silencio. Un vehículo se acercaba por la carretera y, para su alivio, se detuvo lentamente a su lado. Era la vieja camioneta pickup de los Gibson, un modelo antiguo con la pintura desgastada por el sol y los años. La puerta del copiloto se abrió y Ronny, su vecino, le dedicó una sonrisa amable. Con un gesto de la mano, la invitó a subir.

Una ola de alivio recorrió a Débora. Por un momento, sintió que podía respirar de nuevo. Se secó las lágrimas que aún resbalaban por sus mejillas y, sin dudarlo, subió a la camioneta. El interior olía a cuero viejo y a tabaco, un aroma familiar que la tranquilizó aún más.

—¿Todo bien, Débora? Te ves… afectada —preguntó Ronny, con una expresión de genuina preocupación en el rostro.

—Sí, estoy bien —mintió ella, intentando forzar una sonrisa—. Solo… me asusté un poco caminando sola.

Ronny asintió, sin insistir más. Puso en marcha la camioneta y se alejaron lentamente del lugar. Mientras conversaban sobre banalidades, sobre el clima, sobre los cultivos y los chismes del pueblo, Débora intentaba olvidar la experiencia aterradora que acababa de vivir. Sin embargo, una inquietud persistía en su interior, una sombra que se negaba a desaparecer.

Mientras se alejaban, la ciudad, que antes se veía como un refugio seguro, comenzó a adquirir un aspecto inquietante. Las luces parpadeaban de forma irregular, y las sombras parecían alargarse y retorcerse de maneras extrañas. Débora sintió un escalofrío al observar el perfil de los edificios recortados contra el cielo grisáceo. Algo en la atmósfera había cambiado, algo sutil pero profundamente perturbador.

Y entonces, muy atrás en la carretera, donde Débora había estado hacía apenas unos minutos, se sintió nuevamente la presencia, resurgiendo de la nada. No era una figura definida, sino una sensación, una densidad oscura que se materializaba en el aire, y que observaba el auto alejarse, sabiendo que la chica del cabello rojizo pronto volvería estar cerca de sí.

Fin.


Espero que les haya gustado la historia, recuerden dejar sus comentarios y opiniones y recomendaciones. yeahhh!!!


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Now, English Version:

DEBORAH

Tales of Lobo City

The gray asphalt stretched like a wounded snake under the leaden sky. It wasn't a day for a stroll, unless one enjoyed the icy caress of the wind and the desolation of a landscape devoid of warmth. Deborah, a young woman of about twenty-five, walked with a firm pace, although her reddish gaze, almost the color of her unruly hair, reflected a deep sadness, an inexplicable emptiness, which contrasted with the beauty nature had bestowed upon her. Her fair, almost translucent skin was slightly flushed from the cold, and her delicate features, framed by her thin, arched eyebrows, seemed sculpted from ivory. Despite the thick coat that enveloped her, the slender silhouette of her body could be discerned.

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Around her, the road cut through sparse vegetation, low bushes and dry grass swaying in the wind. The vast and desolate landscape stretched to the horizon, where the city lights and the silhouettes of buildings could be seen, very tiny and far away. It was a sunless morning, a perpetually gray morning, where the sky and the earth seemed to merge into a single dull hue. The silence was almost absolute, broken only by the constant whisper of the wind and the crunching of dry leaves under the girl's boots.

Despite the melancholic beauty of the surroundings, Deborah felt profoundly alone. There was no apparent reason for her sadness, simply an oppressive sensation, a weight in her chest that had accompanied her for days. Her eyes, normally full of life, now wandered aimlessly, searching for something to break the monotony of the landscape, something to alleviate the anguish that gripped her.

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Suddenly, a shiver ran through her body. It wasn't the usual morning chill, but a strange sensation, a prickling at the nape of her neck that made her stop abruptly. Deborah slowly turned her head, scanning the horizon, the vegetation on the sides of the road, looking for some sign, something to justify this sudden unease. She saw nothing. Only the desolate landscape, the gray sky, and the constant wind. However, the feeling persisted, intense and disturbing. Deborah felt that someone, or something, was watching her. An invisible presence, hidden somewhere in the vast and silent landscape, was following her with an invisible, penetrating gaze.

Her heart beat forcefully in her chest, a dull thud that echoed in the morning silence. A fine layer of cold sweat covered her forehead. The melancholic beauty of the place suddenly transformed into something sinister, threatening. She felt a lump in her throat, her breath became short, and an overwhelming urge to run washed over her. The feeling of being watched intensified, as if the invisible gaze had drawn closer, settling directly upon her.

Deborah swallowed with difficulty, her eyes scanning the horizon with growing dread. The wind blew harder, whipping her reddish hair and whispering unintelligible words in her ear. The shock had paralyzed her, but a part of her knew she had to move, she had to flee from this invisible presence that was stalking her in the solitude of the road.

Deborah's heart pounded against her ribs like a caged bird. She pressed her hands against her chest, as if trying to contain the fear that invaded her, and quickened her pace. Her boots echoed loudly on the asphalt, a solitary echo in the oppressive silence. Every cell in her body screamed for her to run, to escape from this invisible presence that was stalking her. But her legs seemed to weigh tons, and terror paralyzed her at every instant. Suddenly, she tripped over a loose stone and fell to her knees at the side of the road, the impact resonating in her bones. The air escaped her lungs in a choked gasp.

With her heart pounding, Deborah looked up. Fear had turned into paralyzing terror. She felt the invisible presence around her, like a cold shroud enveloping her, a myriad of invisible eyes scrutinizing her from nowhere. The air thickened, charged with a strange, palpable energy. The leaden gray of the sky intensified, becoming a stormy mantle, pregnant with electricity. White, blinding lightning bolts descended from the clouds, illuminating the landscape with ghostly flashes that made the shadows dance around her.

Suddenly, a dozen dark, ethereal arms emerged from nowhere, surrounding her. They were not human arms, but shadows in the shape of limbs, which glided over her body, caressing her with a coldness that chilled her to the bone. Deborah's reddish hair was tossed by a gust of icy wind that enveloped her like a shroud. The cold was not only physical, but emanated from these ghostly presences that surrounded her.

Her reddish eyes, wide with terror, watched in horror as the city lights, which had previously been visible in the distance, merged into an unreal fire, an orange glow that illuminated the stormy sky. From the flames emerged a colossal dark tower, an imposing structure that seemed to grow second by second, rising towards the sky like a black needle piercing the clouds.

At the top of the tower, like an infernal banner, the image of a ferocious black wolf materialized, its eyes gleaming like burning embers. Deborah's gaze and the wolf's met, an instant that seemed eternal. In the beast's eyes, Deborah saw an ancestral evil, an insatiable thirst. A primal, visceral terror ran through her from head to toe. Her beauty, previously marked by sadness, was now distorted by panic, her features contracted, her lips trembling, her eyes bloodshot.

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A heart-rending scream escaped her throat, a scream that echoed in the stormy silence. Deborah closed her eyes tightly, expecting the worst. But when she opened them again, everything had changed. The sky was no longer stormy, although it still retained a grayish tone, but without the threat of the storm. The lightning had disappeared, as had the dark arms and the tower with the image of the wolf. The road stretched before her, solitary, and the city lights shone normally in the distance. The morning no longer looked so gray, and it even seemed that the sun was trying to break through the clouds.

With tears running down her cheeks, Deborah tried to calm down, relaxing. She looked around, searching for some sign of what she had just witnessed, but there was nothing. Only the desolate landscape, the road, and the city in the background. The shock had left her trembling, but also with a strange sense of relief. Had it all been a nightmare, a hallucination brought on by fear and loneliness? The question kept going around in Deborah's mind, over and over, like a persistent echo.

Just as she was beginning to doubt her own sanity, the sound of an engine broke the silence. A vehicle approached along the road and, to her relief, stopped slowly beside her. It was the old Gibson family pickup truck, an old model with the paint faded by the sun and the years. The passenger door opened and Ronny, her neighbor, gave her a friendly smile. With a wave of his hand, he invited her to get in.

A wave of relief washed over Deborah. For a moment, she felt like she could breathe again. She wiped the tears that were still running down her cheeks and, without hesitation, got into the truck. The interior smelled of old leather and tobacco, a familiar scent that reassured her even more.

"Everything okay, Deborah? You look… shaken," Ronny asked, with an expression of genuine concern on his face.

"Yes, I'm fine," she lied, trying to force a smile. "I just… got a little scared walking alone."

Ronny nodded, without pressing further. He started the truck and they drove slowly away from the place. While they chatted about trivialities, about the weather, about the crops and the town gossip, Deborah tried to forget the terrifying experience she had just lived through. However, a disquiet persisted within her, a shadow that refused to disappear.

As they drove away, the city, which had previously looked like a safe haven, began to take on a disturbing aspect. The lights flickered irregularly, and the shadows seemed to lengthen and twist in strange ways. Deborah felt a chill as she observed the silhouette of the buildings outlined against the grayish sky. Something in the atmosphere had changed, something subtle but deeply unsettling.

And then, far back on the road, where Deborah had been just a few minutes before, the presence was felt again, resurfacing from nowhere. It was not a defined figure, but a sensation, a dark density that materialized in the air, and that watched the car drive away, knowing that the girl with the reddish hair would soon be close to it again.

The End.

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