Si algo he aprendido es que las discusiones no solo nos quitan la calma, sino también una gran cantidad de energía. ¿A quién no le ha pasado? Te involucras en un desacuerdo, y cuando termina (si es que realmente termina), te sientes agotado, con una sensación de pesadez, como si algo importante se hubiese drenado en el proceso. Y no hablo de las conversaciones constructivas o los intercambios de ideas donde ambos se enriquecen; hablo de esas discusiones intensas, sin sentido, donde el orgullo y la necesidad de tener la razón pesan más que cualquier otra cosa.
La energía que dedicamos a una discusión muchas veces podría usarse para algo más productivo. Si lo pensamos bien, hay tantas cosas que requieren nuestra atención y esfuerzo que dedicar nuestro tiempo a algo que, en la mayoría de los casos, no nos dejará nada positivo, resulta absurdo. Es como si estuviéramos alimentando un fuego que no lleva a ningún lado, y al final, somos nosotros mismos los que quedamos vacíos. Mantener la paz no significa quedarnos callados ante algo que nos afecta, pero sí implica saber elegir nuestras batallas, aprender cuándo vale la pena expresar nuestro punto de vista y cuándo simplemente es mejor dejarlo ir.
Por otro lado, cuando evitamos caer en discusiones innecesarias, creamos un espacio de calma dentro de nosotros. ¿Se han dado cuenta de que cuando alguien logra mantenerse sereno en medio de una discusión, esa persona proyecta una tranquilidad que todos perciben? No se trata de mostrarse indiferente o superior; más bien, es tener la madurez de entender que muchas veces el silencio y la paciencia son las mejores respuestas. Hay personas que sienten la necesidad de llevar la contraria o de probar un punto sin importar las consecuencias. Es en esos momentos cuando debemos recordar que nuestra paz mental es invaluable y que, al final, ceder en una discusión no es una derrota, sino una elección consciente para conservar nuestra energía.
Además, evitar discusiones no significa que debamos reprimir nuestras emociones o no expresar lo que sentimos. Al contrario, podemos expresar nuestro punto de vista de una manera tranquila, sin necesidad de elevar el tono de voz o caer en provocaciones. Hay quienes creen que defender su postura implica discutir hasta el final, pero la realidad es que muchas veces una explicación tranquila y clara tiene más impacto que una pelea desgastante.
Después de todo, la energía que invertimos en una discusión es la misma energía que podríamos usar para cuidarnos, para disfrutar de una buena compañía o incluso para descansar.
Es curioso que, en la vida, casi todo se trata de equilibrio. Nos encontramos con situaciones y personas que prueban nuestra paciencia, y aunque no siempre es fácil, elegir la paz es una decisión que nos beneficia en el largo plazo. Piensa en las veces en que lograste evitar una discusión y cómo te sentiste después. Esa sensación de tranquilidad, de haber hecho lo correcto, es algo que vale la pena buscar siempre.
Así que, la próxima vez que te veas en una situación de potencial conflicto, recuerda que tu energía es limitada y valiosa. Dedícala a lo que te hace crecer, a lo que te hace sentir en paz. Las discusiones son inevitables en algunos momentos, pero no tienen por qué ser nuestro lugar común. Aprendamos a valorar nuestro bienestar y a cuidar de esa energía que, al final, es lo que nos permite disfrutar de cada instante de nuestra vida.
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