No soy una persona que siempre haya sabido lidiar bien con las emociones. A veces, pareciera que preferimos ignorarlas o esconderlas bajo la alfombra porque enfrentarlas puede ser incómodo, incluso abrumador. Sin embargo, con el tiempo he aprendido que las emociones son inevitables, no podemos huir de ellas por siempre, y lo que realmente importa es cómo decidimos afrontarlas.
Es curioso cómo muchas veces reaccionamos de maneras tan diferentes ante situaciones similares. Puede que algo tan simple como una conversación nos desate una emoción que llevábamos guardada sin darnos cuenta, o que un recuerdo nos haga sentir vulnerables de repente. A veces, la vida se encarga de ponernos frente a un espejo para mostrarnos lo que no habíamos querido mirar. Y eso, aunque incómodo, también puede ser un regalo.
Creo que hay mucha fuerza en aceptar lo que sentimos, sin pretender siempre "estar bien" o proyectar una imagen de control absoluto. Somos humanos, y sentir es parte de lo que nos define. Pero claro, no siempre resulta fácil. Es como si nos hubieran enseñado a etiquetar las emociones como buenas o malas, cuando en realidad todas tienen algo que decirnos. Lo complicado está en aprender a escuchar y en no dejar que nos controlen.
En mi caso, suelo refugiarme en el trabajo cuando las cosas no van bien. Es mi forma de distraerme, de enfocarme en algo concreto que puedo manejar. Pero también he entendido que no todo puede resolverse con ocupación. A veces, es necesario sentarse con uno mismo, respirar profundo y preguntarse qué está pasando, qué es lo que realmente estamos sintiendo.
Afrontar las emociones no siempre significa solucionarlas. A veces, solo implica aceptarlas como vienen, sin juicios, sin prisas. Hay días en los que te sientes fuerte, capaz de enfrentar cualquier cosa, y otros en los que simplemente necesitas un respiro. Y ambos son igual de válidos.
Creo que lo importante es no quedarse atrapado en un estado emocional. Si algo nos afecta, es sano reconocerlo, pero también buscar maneras de seguir adelante. Hablar con alguien, escribir, salir a caminar… cualquier cosa que nos ayude a procesar y liberar lo que llevamos dentro. Porque al final, no somos solo nuestras emociones, somos lo que hacemos con ellas.
Me parece curioso cómo las emociones nos conectan con los demás. A veces, abrirnos y compartir lo que sentimos puede crear vínculos que no imaginábamos. Y es ahí donde la humanidad se muestra en su forma más pura. Ser vulnerables no nos hace débiles; al contrario, nos permite conectar desde un lugar auténtico, real.
No puedo evitar pensar en cómo las emociones nos moldean. Cada alegría, cada tristeza, cada miedo nos enseña algo, nos deja una marca. Y aunque a veces no lo entendamos en el momento, con el tiempo nos damos cuenta de que incluso las emociones más difíciles tienen su propósito.
Hoy pienso que la clave no está en evitar sentir, sino en aprender a vivir con lo que sentimos, en ser amables con nosotros mismos mientras navegamos por esas aguas, y en recordar que, como todo en la vida, las emociones también pasan. Y con ellas, crecemos.
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