La vida pasa tan rápido que muchas veces no nos damos cuenta de la cantidad de momentos que dejamos ir sin siquiera detenernos a disfrutarlos. Parece que vivimos con un piloto automático encendido, pensando siempre en el próximo paso, en el próximo objetivo, en lo que vendrá después. Pero ¿qué hay del ahora? ¿Qué hay de esos pequeños instantes que, aunque fugaces, están llenos de vida?
Hace poco estuve reflexionando sobre esto. Pensé en cuántas veces he estado presente físicamente en un lugar, pero con mi mente perdida en otro. Y es que nos cuesta mucho vivir el presente. Nos consume la prisa, la rutina, y a veces hasta los problemas que ni siquiera han llegado, pero que ya imaginamos en nuestra cabeza.
No quiero sonar como si tuviera la fórmula mágica para disfrutar cada momento porque sería mentir. Yo también he pasado por días en los que el disfrute parecía una meta imposible, en los que el cansancio o las preocupaciones me robaban la capacidad de valorar lo que tenía delante. Pero he aprendido, poco a poco, que no se trata de esperar a que todo sea perfecto para empezar a disfrutar. Más bien, se trata de aprender a encontrar algo valioso en cualquier circunstancia, incluso en las más simples.
El otro día, por ejemplo, me di cuenta de lo mucho que me alegraba el olor a café en la mañana. Era algo tan sencillo, tan cotidiano, pero en ese momento me hizo sentir presente, agradecido, y, sobre todo, vivo. Quizás esto suene trivial para algunos, pero creo que es ahí donde radica el secreto: en esas pequeñas cosas que muchas veces damos por sentadas.
También he notado que el disfrute tiene mucho que ver con la actitud que tomamos ante lo que nos ocurre. Conozco a alguien que siempre dice que, si todo lo que tenemos es el presente, entonces al menos deberíamos hacer que valga la pena. Y aunque al principio me parecía una frase cliché, ahora entiendo que tiene toda la razón. El futuro siempre estará lleno de incertidumbre, y el pasado es inalterable, pero el presente está aquí, esperándonos.
Claro, no siempre es fácil. Hay días que nos golpean más fuerte que otros, momentos en los que parece que todo conspira para quitarnos la calma. Pero incluso en esos días podemos encontrar algo, por mínimo que sea, que nos devuelva a nosotros mismos. Puede ser una conversación sincera, un abrazo, o simplemente detenernos a mirar cómo cae la lluvia.
He aprendido también que disfrutar no es algo egoísta. Al contrario, cuando aprendemos a valorar los momentos, por pequeños que sean, también somos más conscientes de lo que podemos aportar a quienes nos rodean. Porque, al final del día, nuestra vida no solo se trata de nosotros; se trata de cómo compartimos con los demás, de cómo construimos recuerdos que valgan la pena.
Así que, si algo puedo decir después de todo esto, es que no esperemos a que llegue el “momento ideal” para disfrutar. Ese momento está aquí, ahora, en este instante, mientras lees estas palabras. La vida es un regalo que, aunque a veces se sienta pesado, sigue siendo un regalo. Vivámosla como tal.