Asumir un riesgo es parte de la vida, y muchas veces no lo vemos como algo natural, sino como un acto temerario. Sin embargo, detrás de cada riesgo hay una oportunidad, y el simple hecho de atrevernos a tomarlo ya nos pone un paso adelante. Pero, ¿qué pasa cuando el resultado no es el que esperábamos? ¿Nos lamentamos? ¿Nos reprochamos? Esto es algo que ocurre con frecuencia, pero tal vez deberíamos ver el asunto desde otra perspectiva.
Cuando decides asumir un riesgo, aceptas implícitamente que hay un margen de error. Nadie puede garantizar el éxito absoluto, y eso está bien. Lo importante no es la garantía de ganar, sino la posibilidad de aprender. Si los resultados no son los esperados, ¿es realmente un fracaso o es una oportunidad para reflexionar, reajustar y seguir intentando? A veces perdemos de vista que el simple acto de arriesgarnos ya es un triunfo en sí mismo, porque rompimos nuestras propias barreras, enfrentamos nuestros miedos y demostramos valentía.
Muchas personas evitan riesgos por miedo al fracaso, y ese miedo las paraliza. Prefieren quedarse en su zona de confort, soñando con lo que podría ser pero sin moverse hacia ello. Pero, ¿qué tipo de vida es esa? ¿Es preferible vivir con la duda de “qué habría pasado si…” que enfrentar una posible derrota? Creo que no. La duda pesa más que la derrota, porque al menos cuando te arriesgas tienes una respuesta, incluso si no es la que querías.
Claro, asumir un riesgo no significa hacerlo de manera impulsiva. Implica evaluar opciones, trazar un plan, y ser consciente de que no todo saldrá como lo imaginas. Pero, aun así, dar el paso es lo que cuenta. Cuando lo haces, aceptas que ganar o perder son dos caras de la misma moneda, y que ambas te pueden enseñar algo valioso.
Lamentarse después de haber perdido solo añade más carga emocional al proceso. No se trata de ignorar lo que sientes, sino de canalizarlo para algo positivo. Si te quedas atrapado en el lamento, pierdes la oportunidad de analizar lo sucedido, identificar qué podrías haber hecho diferente, y usar ese conocimiento para futuros intentos. Al final, lo que importa no es cuántas veces pierdes, sino cuántas veces estás dispuesto a intentarlo de nuevo.
Tal vez deberíamos cambiar la narrativa interna que tenemos sobre el riesgo. No es un enemigo; es un aliado que nos ayuda a crecer. Cada vez que decides arriesgarte, amplías tus límites, conoces más sobre ti mismo y descubres de qué eres realmente capaz. ¿Acaso no es eso más valioso que el miedo a perder?
Así que, si estás a punto de asumir un riesgo, hazlo con la certeza de que, pase lo que pase, saldrás enriquecido. Y si pierdes, no te lamentes. Usa esa experiencia como una herramienta para seguir avanzando. Porque, al final del día, la vida misma es un gran riesgo, y sólo quienes se atreven a enfrentarlo con valentía son los que realmente viven. ¿Qué opinas? ¿Estás dispuesto a arriesgarte por lo que realmente quieres?