Cuidar nuestro plano emocional es una de esas cosas que, aunque muchas veces no lo notamos, impacta profundamente todo lo que somos y hacemos. Vivimos en un mundo donde las prisas, las expectativas y las responsabilidades parecen no dar tregua, y es fácil caer en la trampa de ignorar cómo nos sentimos realmente. Pero, ¿qué pasa cuando no le damos importancia a nuestras emociones? Simple: nos vamos cargando, como una mochila que nunca vaciamos, hasta que un día sentimos que no podemos dar un paso más.

Es curioso cómo somos capaces de notar cuando algo físico no está bien —una tos, un dolor muscular, o incluso algo tan básico como el hambre— y reaccionamos rápido para solucionarlo. Sin embargo, cuando se trata de nuestras emociones, solemos postergarlo. “Después lo arreglo”, pensamos, como si fuera algo que puede esperar sin consecuencias. Pero la realidad es que nuestro plano emocional también necesita atención, cuidado, y en muchos casos, hasta descanso.
Cuando nuestras emociones no están en equilibrio, esto repercute en cómo nos relacionamos con el mundo. Puede que tengamos menos paciencia, que nuestra autoestima se tambalee, o incluso que empecemos a ver las cosas desde una perspectiva más negativa. Y lo peor es que muchas veces ni siquiera lo asociamos a nuestras emociones; creemos que son factores externos los que nos afectan, pero en realidad es algo que llevamos dentro.

Hay que entender que las emociones no son un problema a resolver, sino una parte de nosotros que necesita ser escuchada. Cuando algo nos preocupa, nos duele o nos incomoda, nuestro cuerpo y nuestra mente lo expresan de diferentes maneras, ya sea con estrés, agotamiento, o esa sensación de estar "desconectados". Escucharnos a nosotros mismos, aunque suene simple, es clave.
Yo he notado que cuidar mi plano emocional no significa evitar sentir cosas negativas, sino más bien aprender a gestionarlas. No es posible estar siempre feliz o tranquilo, y está bien. Lo importante es no dejar que las emociones difíciles se acumulen sin atenderlas. A veces hablar con alguien, escribir lo que sientes o incluso dedicarte un tiempo a hacer algo que te guste puede marcar una diferencia enorme.
¿Han notado que cuando no nos sentimos bien emocionalmente, todo parece pesar más? Las tareas más simples se vuelven complicadas, los días parecen eternos, y lo que normalmente nos haría sonreír pasa desapercibido. Es por eso que cuidar nuestro plano emocional no es un lujo ni algo que podamos relegar a un segundo plano; es una necesidad, tan importante como alimentarnos o dormir.

Particularmente, he aprendido que pequeños cambios pueden hacer una gran diferencia. Algo tan simple como salir a caminar, desconectar del teléfono por un rato, o practicar la gratitud en momentos difíciles ayuda más de lo que uno se imagina. Cada persona tiene su propia forma de cuidar su interior, y lo importante es encontrar lo que funcione para ti.
Al final, cuidar tu plano emocional no es solo un regalo que te das a ti mismo, sino también a quienes te rodean. Porque cuando estás bien contigo mismo, es más fácil compartir lo mejor de ti con los demás. Y eso, créanme, es algo que vale la pena.
