Tengo una pregunta que me ronda la cabeza: ¿cuántas veces realmente nos detenemos a ver a nuestro alrededor? No solo para observar lo que nos rodea, sino también para ver a las personas que están ahí, muchas veces en silencio, luchando sus propias batallas. Vivimos tan ocupados con nuestras responsabilidades, con nuestras rutinas y con nosotros mismos, que no notamos cuando alguien a nuestro lado necesita ayuda. Es curioso cómo a veces lo obvio se vuelve invisible hasta que decidimos mirar de verdad.
El otro día me encontré con una amiga a la que tenía tiempo sin ver. Me sorprendió su sonrisa, tan amplia como siempre, pero algo en su mirada no terminaba de coincidir con esa expresión que parecía tan feliz. Al rato de charlar, me contó que no estaba pasando un buen momento, que tenía días sintiéndose abrumada, sin saber cómo continuar. Y ahí fue cuando me pregunté: ¿cuántas veces alguien nos habrá mostrado una sonrisa mientras por dentro se siente perdido? ¿Cuántas veces hemos pasado de largo, pensando que todo está bien solo porque no nos han dicho lo contrario?
Creo que apoyar al prójimo cuando está en dificultades no requiere siempre de grandes gestos, ni de soluciones mágicas. A veces lo único que hace falta es estar presente, ser ese alguien que escucha sin interrumpir, que ofrece un hombro donde descansar o que simplemente está ahí, en silencio, recordándole al otro que no está solo. Porque todos, en algún momento, hemos necesitado sentir eso: compañía. Una mano que no soluciona todo, pero que ayuda a sostener el peso que llevamos encima, aunque sea por un rato.
Y es que, cuando alguien está en dificultades, el simple hecho de mostrar interés genuino puede significar más de lo que imaginamos. Un “¿cómo estás?” que no sea solo una frase de rutina, sino una pregunta que se hace desde el corazón, con tiempo y paciencia para escuchar la respuesta, puede abrir una puerta enorme para quien siente que está atrapado. Muchas veces no nos damos cuenta de que ese pequeño acto, tan sencillo, puede cambiar el día —o incluso la vida— de alguien más.
Creo que vivimos en un tiempo en el que todos estamos tan ocupados con lo nuestro que hemos olvidado la fuerza que tiene el apoyo mutuo. Nos hemos acostumbrado a resolver todo solos, a no molestar, a no contar lo que nos pasa porque "todos tienen sus problemas". Pero ¿no sería todo un poco más fácil si recordáramos que el peso se hace más ligero cuando se comparte?
Apoyar al prójimo no es una carga, es una elección. Es decidir ser parte del alivio de alguien, aunque sea de forma pequeña. Es entender que nadie debería caminar solo cuando atraviesa un momento difícil. Si miramos a nuestro alrededor con más atención, nos daremos cuenta de que todos, en algún momento, necesitamos una palabra amable, un gesto sincero o una presencia que nos haga sentir que todo estará bien.
Ayer, después de hablar con mi amiga, me quedé pensando en lo mucho que nos cuesta pedir ayuda y en lo importante que es ofrecerla antes de que alguien se quede sin fuerzas para hacerlo. No se trata de resolver los problemas de los demás, sino de recordarles que estamos ahí, que no tienen que cargarlo todo solos. Porque, aunque a veces lo olvidemos, estamos hechos para acompañarnos. No somos islas, no somos independientes del todo. La vida nos conecta de formas que muchas veces no vemos.
Así que los invito a mirar un poco más allá, a detenerse y ver quién necesita un poco de lo que ustedes pueden dar. Puede ser tiempo, puede ser escucha, puede ser una palabra. A veces, lo más pequeño es lo más grande. No sabemos el impacto que podemos tener en alguien hasta que lo intentamos. Que tengan una linda semana, y si pueden, denle un respiro a alguien que lo necesite.
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