Espero que estén teniendo un buen día, que su semana haya sido productiva, tranquila o al menos con algunos momentos de disfrute. Pero claro, sé que también es probable que haya habido momentos de tensión, de pensamientos agobiantes o de situaciones que simplemente nos han sacado de nuestro centro. Y ahí es donde entra en juego algo tan simple, pero tan poderoso, como la respiración consciente.

A veces, el ritmo de la vida nos arrastra. Nos vemos sumergidos en preocupaciones, pendientes, responsabilidades, y sin darnos cuenta, terminamos respirando de manera superficial, acelerada, sin permitirnos una pausa real. No es algo de lo que nos demos cuenta fácilmente, pero nuestro cuerpo sí lo nota. Se tensa, se fatiga, el corazón late más rápido y nuestra mente empieza a divagar sin control. ¿Les ha pasado?
La buena noticia es que hay algo que podemos hacer. Algo que está completamente en nuestras manos y que no requiere de equipos, ni de grandes esfuerzos, ni de condiciones especiales. Solo necesitamos un par de minutos y la decisión de hacerlo: respirar conscientemente. Suena básico, ¿no? Pero no lo subestimemos. Cuando prestamos atención a nuestra respiración y la hacemos más profunda y pausada, el cuerpo reacciona. Se relaja, los músculos se aflojan, la mente se calma y la sensación de ansiedad empieza a disminuir. Es increíble cómo algo tan sencillo puede tener un impacto tan grande.

No se trata de convertirnos en expertos en meditación ni de hacer prácticas complicadas. Es más simple que eso. Basta con detenernos un momento, inhalar profundamente por la nariz, sintiendo cómo el aire entra hasta el abdomen, y luego exhalar despacio por la boca, soltando la tensión acumulada. Puede ser una sola vez, o varias, hasta que notemos cómo la sensación de calma empieza a llegar.
Quizás algunos piensen: “Eso no es suficiente, mi mente sigue acelerada”. Y sí, puede que al principio no notemos cambios inmediatos. Pero con práctica, la respiración consciente se convierte en una herramienta poderosa para manejar el estrés, los pensamientos abrumadores y esas emociones que a veces parecen querer desbordarnos. No es magia, es biología: al respirar mejor, oxigenamos nuestro cerebro, activamos el sistema nervioso parasimpático y ayudamos a nuestro cuerpo a entrar en un estado de mayor equilibrio.

A lo largo del día tenemos muchas oportunidades para hacerlo. Puede ser en la mañana, antes de empezar la jornada, para prepararnos con más claridad. O en medio del tráfico, cuando la impaciencia empieza a aparecer. O antes de responder un mensaje que nos ha molestado, para evitar reaccionar desde la impulsividad. Incluso antes de dormir, para soltar el peso del día y permitirnos descansar mejor.
Lo más curioso es que todos sabemos respirar, lo hacemos desde que nacemos. Pero aprender a hacerlo de manera consciente, con intención, es otra cosa. Es un recordatorio de que, aunque no podamos controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor, sí podemos influir en nuestra respuesta ante ello. Y si tenemos herramientas que nos ayuden a llevar el día con más calma, ¿por qué no usarlas?
Así que, si en algún momento del día sienten que la mente se acelera, que el estrés empieza a acumularse o que la paciencia se agota, prueben esto: una pausa, una inhalación profunda, una exhalación lenta. Puede parecer poco, pero a veces, eso es justo lo que necesitamos para recuperar nuestro equilibrio.
Cuéntenme, ¿alguna vez han probado la respiración consciente? ¿Cómo les ha funcionado?

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