Si hay algo que puede abrirnos puertas y posibilidades en la vida es nuestra disposición a reconocer que no somos seres estáticos, sino un constante devenir. Puede sonar simple, pero no siempre lo es. Estamos tan acostumbrados a definirnos por lo que hacemos, por nuestros títulos, por lo que otros piensan de nosotros, que olvidamos algo esencial: somos mucho más que eso. Somos un cúmulo de historias, emociones, pasiones y potencial que no siempre nos damos permiso de explorar.
Pensemos en esto: si nos convencemos de que somos buenos en algo, probablemente busquemos más oportunidades relacionadas con esa habilidad o inclinación. Nos arriesgaremos a intentarlo, incluso con miedo, porque en algún lugar de nosotros mismos confiamos en que somos capaces. Pero si, en cambio, creemos que "eso no es para nosotros," que no tenemos lo necesario, lo más probable es que ni siquiera lo intentemos. Nos detendremos antes de comenzar. Y así, muchas posibilidades de crecimiento y realización personal se quedan simplemente en ideas vagas, en "qué habría pasado si...".
Es interesante cómo funcionamos, ¿no? A menudo, lo que pensamos de nosotros mismos es la raíz de nuestras decisiones, de lo que hacemos y dejamos de hacer. Pero lo que a veces olvidamos es que esas creencias sobre nosotros mismos no son inamovibles. Pueden cambiar. Y ese cambio, aunque pueda ser incómodo al principio, nos transforma en maneras que no imaginamos.
He visto cómo las personas que admiramos no son necesariamente las más inteligentes, ni las que tienen más recursos, sino aquellas que se atreven. Las que se lanzan, sabiendo que quizá no lo logren a la primera, pero que entienden que el fracaso no es un final, sino parte del proceso. Esas personas no son especiales por alguna característica innata; simplemente han trabajado en creer en sí mismas. Y ese trabajo, aunque a veces pase desapercibido, está ahí: en cada libro leído, en cada conversación profunda, en cada pequeño reto que deciden enfrentar.
Podemos pensar que nuestras decisiones están determinadas por factores externos, pero en realidad, lo que sucede dentro de nosotros tiene mucho más peso. Nuestra capacidad de enfrentarnos a nuevos retos, de salir de esa zona donde todo es conocido y cómodo, es lo que nos permite crecer. Porque crecer implica exponerse a lo desconocido, a lo que no controlamos, y eso da miedo. Pero también es lo que nos lleva a descubrir de qué somos capaces realmente.
A veces me pregunto por qué nos cuesta tanto confiar en nosotros mismos. Tal vez sea por el miedo al rechazo, a no cumplir las expectativas de otros, o incluso las nuestras. Pero si lo pensamos bien, ¿qué es lo peor que puede pasar? Si fallamos, aprendemos. Si no nos sale como esperábamos, volvemos a intentarlo. Lo que realmente importa no es el resultado inmediato, sino ese cambio interno que ocurre cuando decidimos apostar por nosotros mismos.
No somos solo lo que hacemos. Somos lo que soñamos, lo que sentimos, lo que compartimos con los demás. Somos ese proceso continuo de aprender, equivocarnos, y volver a empezar. Así que, ¿por qué no darnos la oportunidad de ser más, de explorar más, de creer más en nosotros mismos? Quizá ahí radique el verdadero secreto de una vida plena: en la capacidad de reconocernos no como seres limitados, sino como infinitas posibilidades esperando ser descubiertas.
