Reevaluar y reorganizar son dos acciones que inevitablemente llegan a nuestras vidas en ciertos momentos, a veces sin que lo busquemos y otras veces porque algo dentro de nosotros nos dice que es el momento. Es curioso cómo estas palabras, aunque parecen simples, tienen un peso profundo, porque nos obligan a detenernos, observar lo que tenemos, lo que hacemos, e incluso lo que somos. ¿Cuántas veces nos hemos sentido atrapados en una rutina, en un lugar, o en un estado mental, pensando que todo está bien, pero con una sensación vaga de que algo falta?
Quizás reevaluar y reorganizar suenan como procesos externos, pero creo que comienzan desde adentro. Es como mirar un espacio que habíamos descuidado; al principio, no queremos ver el desorden, pero una vez que lo hacemos, no podemos ignorarlo. Es ahí cuando surge la necesidad de reorganizar, de mover piezas, de ajustar lo que ya no encaja. Y esto no es solo con nuestras cosas materiales, sino también con nuestras relaciones, nuestras metas, y nuestras prioridades.
A veces, la vida nos envía señales sutiles, como si quisiera invitarnos a hacer este trabajo interno. Tal vez sea una conversación que nos mueve, un momento de pausa que nos hace darnos cuenta de cuánto hemos acumulado sin sentido. ¿No les ha pasado que, en medio de todo, sienten un deseo de soltar aquello que ya no les aporta nada? Puede ser un objeto, una relación, o incluso una idea que hemos cargado por años. Reevaluar es ese acto de preguntarnos: ¿Esto todavía tiene un propósito para mí?
Y es curioso, porque al reorganizar, no solo acomodamos el exterior. También estamos dando espacio a algo nuevo, algo que tal vez ni siquiera sabíamos que necesitábamos. A veces pensamos que reorganizar implica simplemente mover las piezas, pero muchas veces implica dejarlas ir, aceptar que algo ya cumplió su ciclo y que está bien despedirse. Y esto, aunque difícil, también es profundamente liberador.
Pero, ¿cómo sabemos cuándo es el momento de reevaluar y reorganizar? A veces es un proceso natural, casi orgánico, y otras veces lo evitamos porque implica mirar cosas que preferiríamos no ver. Pero creo que, cuando llega el momento, lo sabemos. Lo sentimos en esa inquietud, en ese pequeño ruido interno que nos dice que es hora de hacer algo diferente. Y aunque pueda dar miedo, porque cambiar siempre implica un grado de incertidumbre, es un acto necesario para seguir creciendo.
Por otro lado, reorganizar no significa necesariamente descartar todo o empezar de cero. A veces, solo necesitamos cambiar de perspectiva, mover las piezas para verlas desde otro ángulo. Algo que antes parecía no tener valor puede adquirir un nuevo significado cuando lo colocamos en un contexto diferente. Y eso, en sí mismo, también es un tipo de crecimiento.
Al final, la vida misma es un proceso constante de reevaluar y reorganizar. Cambiamos con el tiempo, aprendemos, y ajustamos lo que necesitamos para avanzar. Y aunque puede ser incómodo, es un recordatorio de que siempre estamos en movimiento, creciendo, y creando espacio para nuevas experiencias.
Espero que este pequeño pensamiento les inspire a mirar hacia adentro y encontrar aquello que necesite un ajuste. A veces, un pequeño cambio puede traer una gran transformación. ¡Les deseo un día lleno de claridad y nuevos comienzos!
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