Ya estamos en pleno transcurso del año, un ritmo que para algunos puede sentirse vertiginoso, mientras que para otros quizás ha sido un andar más pausado, casi eterno. Esta percepción del tiempo, que parece tan subjetiva, es precisamente lo que nos hace humanos: nuestras experiencias, emociones y formas de ver el mundo moldean la manera en que vivimos cada instante. Y, hablando de tiempo, quiero centrarme en algo que solemos subestimar o relegar a un segundo plano: nuestro tiempo libre. Ese espacio que a menudo dejamos escapar entre obligaciones y rutinas, pero que es esencial para nuestra mente y bienestar.
Vivimos inmersos en un sistema que nos empuja constantemente hacia la productividad. Nos enseñan que descansar puede ser sinónimo de pereza, que siempre debemos estar haciendo algo para demostrar nuestra valía. Pero ¿hasta qué punto esta idea nos beneficia realmente? Nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan tiempo para desconectar, para respirar. Es en esos momentos de aparente quietud donde muchas veces surge la claridad, donde los pensamientos encuentran su cauce y donde la creatividad puede florecer.
Sin embargo, solemos llenar nuestro tiempo libre con actividades que, lejos de relajarnos, terminan agotándonos más. Revisar el teléfono constantemente, responder mensajes pendientes o incluso planificar hasta el más mínimo detalle de un supuesto "día de descanso" puede convertirse en una carga más. Es como si hubiéramos olvidado cómo simplemente estar, cómo disfrutar de nuestra propia compañía o del placer de no hacer nada sin culpa.
¿Te has dado cuenta de lo difícil que puede ser parar? No hablo solo de detenerse físicamente, sino de hacerlo mentalmente, de apagar ese constante ruido interno que nos lleva de un pensamiento a otro sin tregua. El tiempo libre no se trata únicamente de no trabajar; se trata de darnos permiso para ser, para existir fuera de nuestras responsabilidades y etiquetas, para reconectar con lo que somos realmente.
No es necesario que este tiempo esté lleno de grandes eventos o actividades extraordinarias. A veces, lo más sencillo es lo más significativo: sentarte a leer ese libro que tienes pendiente desde hace meses, caminar sin rumbo por el parque, mirar el cielo al atardecer. Son pequeñas cosas que, aunque parezcan insignificantes, tienen el poder de devolvernos a un estado de equilibrio y calma.
En esos momentos de pausa, la mente encuentra el espacio para procesar, para sanar. Quizás descubras que eso que parecía un problema insuperable comienza a perder peso, que las soluciones surgen casi sin esfuerzo. O tal vez, simplemente, sientas un alivio al darte cuenta de que no necesitas tener todas las respuestas ahora mismo.
El tiempo libre no es un lujo ni un capricho; es una necesidad. Nuestra mente, al igual que nuestro cuerpo, requiere descanso para funcionar correctamente. Sin él, nos exponemos a una fatiga constante, a un desgaste que nos aleja de lo que realmente importa. No se trata de huir de nuestras responsabilidades, sino de encontrar un balance, de cuidar de nosotros mismos para poder cuidar de los demás.
Así que, cuando sientas que el ritmo de la vida te abruma, date el regalo de detenerte. Haz de tu tiempo libre un espacio sagrado, un refugio donde puedas recargar energías y recordar quién eres más allá de lo que haces. Al final, en esos momentos de pausa encontramos muchas veces las respuestas que tanto buscamos. Y quizá, lo que más necesitabas no era hacer más, sino simplemente ser.
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