¿Cuánto tiempo dedicamos a pensar en lo que realmente hacemos bien? Parece que vivimos obsesionados con nuestras debilidades, con lo que nos falta, con lo que no somos. Es casi como si la vida nos empujara constantemente hacia lo que consideramos nuestros fallos. Y, ¿sabes qué es lo curioso? En ese proceso olvidamos lo que realmente somos, lo que sí hacemos bien y lo que nos hace únicos. ¿Cuántas veces te has detenido a reconocer tus fortalezas?
A menudo, pensamos que ser mejor significa ser perfecto, y ahí es donde nos perdemos. Creemos que debemos corregir cada defecto, mejorar cada área que no nos convence, y sí, está bien crecer y aprender, pero no a costa de ignorar lo que ya tenemos. Lo que hacemos bien merece la misma atención, si no más, que aquello en lo que fallamos. Es como si fuéramos un árbol al que le preocupan sus ramas secas mientras ignora las flores que ya han florecido.
El otro día estaba reflexionando sobre esto mientras repasaba mentalmente una conversación. Alguien me decía: "Si quiero avanzar, tengo que enfocarme en todo lo que no soy bueno". Y aunque entiendo la intención detrás de esa frase, no puedo evitar pensar que quizás deberíamos girarla un poco. ¿Qué pasaría si empezáramos a avanzar apoyándonos en lo que sí hacemos bien? Las fortalezas son como pequeños motores, como raíces profundas que sostienen todo lo demás. Si las fortalecemos, todo lo demás comienza a fluir.
Reconocer nuestras fortalezas no es arrogancia, es honestidad. Tal vez seas excelente escuchando, o tengas una habilidad especial para resolver problemas. Puede que seas creativo, paciente o capaz de conectar fácilmente con otros. Esas son las bases desde las que podemos construir, y mientras nos enfocamos en ellas, también podemos ir trabajando en lo que necesitamos mejorar, pero sin olvidarnos de que ya tenemos herramientas.
Me gusta pensar que enfocarnos en nuestras fortalezas también nos da una perspectiva más amable de la vida. En lugar de ver cada desafío como una lista interminable de tareas pendientes que debemos cumplir, podemos enfrentarlos desde lo que ya sabemos hacer bien. ¿Tienes una reunión importante? Aprovecha tu habilidad para comunicarte. ¿Un proyecto difícil? Usa esa capacidad para resolver problemas que siempre te ha caracterizado.
A veces creemos que si no somos buenos en todo, entonces no somos suficientes. Pero la realidad es que nadie es bueno en todo, y tampoco es necesario. La verdadera magia está en descubrir qué es eso en lo que brillamos y permitirnos usarlo, sin sentir culpa, sin pensar que deberíamos ser diferentes. Al final del día, nuestras fortalezas son lo que nos hacen quienes somos.
Hoy quiero invitarte a algo simple pero poderoso: detente un momento y piensa en tus fortalezas. Escribe al menos tres cosas en las que eres bueno, tres cosas que haces con facilidad, tres cosas que te han permitido salir adelante en el pasado. Y cuando las tengas, permítete sentir orgullo por ellas, porque son tuyas, porque te pertenecen y porque son el primer paso hacia todo lo que puedes lograr.