Una letargia volontaria

De contarlas serían muchas las veces que me acerqué al éxito y lo dejé ir de nuevo, entre mis dedos se escurrió, tan fluido y dósil.

Por situaciones así mis manos están sueltas, limpias y sin nada que atajar, simplemente me declaro agente libre aquí, ahora y en la posteridad.

Sucede a diario que alguien se me acerque y dialogue, pues de su boca no emita más que balbuceos vacíos, escasos de brillo y esperanza.

A veces siento que debo ser yo el que tome las riendas y encamine la carga hacia una ruta distinta, así de incierta y desconocida, pero con una luz al final del túnel que le de un propósito a un posible despertar, pisadas de débil andar.

Todos esos intentos han sido en vano, a veces lo pienso, y son episodios de claridad que ponen sobre la mesa un punto distinto a tratar, sin embargo no es algo que me sonsaque, mi introspección me lleva a definir algo más que líneas perpendiculares sobre mi camino, lejos de mí, fueras de alcance.

Ahora en mi reflejo lo recuerdo...

Después de tantas aspiraciones a penas puedo moverme...

Mirando sobre mi hombro noté que faltaba mi ángel, el de los buenos consejos, al que nunca escuché por distraído y que ahora parece haberse marchado cansado de tanto fracasar.

En cambio mi demonio, ese alfeñique traidor me dijo que todo estaría bien, que a penas tocase tierra todo volvería a ser normal, debe estar riendo feliz de haber cumplido su cometido.

Allí yace mi cuerpo, en un letargo voluntario producto de una agitada travesía, y acá, dos metros más arriba, puedo verme mientras inicia un viaje largo, inesperado y desconocido.