Hoy es otro día más que me toca conversar con mis hijos vía WhatsApp a través de una video llamada, ya tenía más de mes y medio sin poder hablar con ellos porque a su madre se le había dañado él teléfono y fue difícil no quebrarme de la emoción cuando los vi a través de una vídeo llamada medio borrosa y que se detenía de vez en cuando por fallas del internet, la emoción de poder escuchar esas diminutas vocecitas fue un sentimiento que explotó de alegría en mi persona, la alegría de escuchar que pidieran la bendición de Dios a través de un “ción papá”, término que se usa del país de donde vengo para referirse a solicitar la bendición de Dios, nuestro Creador todo poderoso, y que ya es una costumbre típica de nuestro país que se requiere desde muy pequeño, hasta para salir a la bodega o cuando recién llegamos de la calle o que también usamos para saludar a nuestros familiares de mayor edad.
En fin, palabras más o palabras menos, lo cierto que hoy me invadieron los recuerdos de aquellos días que estaba planificando ese viaje para Lima–Perú desde hace varios años, pero que no se había podido concretar por haberse presentado algunas situaciones personales como lo fueron los estudios de maestría y el nacimiento de mi primera hija que me hicieron postergar ese viaje, entre otras muchas cosas.
La intención del viaje era conocer a mi familia materna y compartir experiencias y sentimientos que no se habían intercambiados de manera personal por no haber podido tener ese contacto por la lejanía en la que estábamos, y que solamente cruzábamos conversaciones por medio telefónico y que obviamente no es igual cuando hay ese acercamiento directo que permiten expresar sentimientos a través de un abrazo y un beso.
Era el año 2017, en enero más o menos; cuando comienza mi pleno interés en viajar y tomo la decisión de dejar todo a un costado, como lo fue mi trabajo como docente de bachillerato (secundaria le llaman en otros países) en el cual ya cumplía un poco más de diez años y también renunciar a mi trabajo como profesor universitario en la universidad nacional abierta (UNA), en la cual apenas iba a cumplir el año o un poco más.
Recuerdo que comienzo a redactar mis cartas de renuncias y agradecimiento al mismo tiempo, porque uno nunca debe dejar de agradecer, cosa que he aprendido con más ímpetu en estos últimos años de vida. Rememoro con exactitud la expresión de asombro en las caras de mis jefes inmediatos por tal decisión y que ellos creían que era un juego e incluso no me querían aceptar la renuncia, pero con un agradecimiento profundo y con una firmeza en mi decisión, les entregué en sus manos aquel documento que me hacían sentir liberado de toda responsabilidad en aquellos trabajos y que le permitieran abrirles las puertas a alguien más, pues al final ya le decisión estaba tomada, no había vuelta atrás, cartas que entregué un 31 de enero, dos días antes de emprender mi viaje de aventura en busca de aquella familia que quería conocer con anhelo.
Se llegó el 2 de febrero de ese mismo año, eran las 6:00 am cuando le comunico a la mamá de mis hijos que me voy de viaje y que no sabía cuándo iba a volver cosa que no le había dicho por no causarle preocupación y que no me fuera a entorpecer mis planes de viaje para que todo saliera lo mejor que se pudiera. Ella no salía del asombro con semejante noticia y tampoco lo podía creer, pues; no era para menos, se me ocurrió decirle solo horas antes de salir, aunque ya hace tiempo le había comentado algo de mi viaje y la intención de conocer a la familia, pero a veces las decisiones se ejecutan sin tanta planificación, sin decirle muchos a los demás, porque después se vuelven excusas y ya desde hace tiempo rondaba por mi cabeza la idea del viaje, era algo que venía planificando en silencio e investigando toda la información posible para poder enfrentar con mayor fuerza y precisión las situaciones que se me pudieran presentar en el camino.
Estaban mis niños todavía durmiendo cuando empiezo a empacar mi maleta y los veía allí arropados y acurrucados como unos pollitos y pensando dentro de mí que me parecía increíble las vueltas que da la vida y en la decisión que había tomado sin decir mucho, sin pensar mucho, solo ejecutar aquello que había pensado un tiempo atrás y ver que en un instante estás con sentimientos encontrados, porque ya uno presiente que el cambio sería radical, que no era momentáneo como lo pensaba en aquel tiempo entonces.
Poco a poco fui llenando esa maleta de esperanza, de miedos, de alegrías, de cambios, de entusiasmo, de fe, de optimismo, de surgimiento, de buenas vibras, de bendiciones, pero también de tristeza, de nostalgia, de negación, de impotencia, porque en el fondo sabía que este viaje iba a marcar mi vida. Lo que pensé que podía tardar un año, que era lo que me había planificado, se ha convertido en una eternidad, pero también he sentido que el tiempo ha pasado con una velocidad increíble, porque parece mentira que ya han pasado varios años y no salgo del asombro como han crecido esas pequeñas criaturas.
Uno se pregunta en ese momento, como metes a la familia en esa maleta, a los amigos, tu vida, una vida entera en una pequeña maleta de cuero. Con los ojos llorosos me toca despedirme, con un beso en la mejilla para cada niño que todavía estaban durmiendo y ni siquiera se dieron cuenta cuando me vine, un fuerte abrazo para la madre de mis hijos, pero algo en mi mente me decía que me quedara, pero por el otro lado, en el fondo de mi corazón, ya sabía que la decisión estaba tomada y no podía volver hacía atrás y me decía a mí mismo en mi cabeza que iba a ser por un tiempo prudencial para poder darme fuerzas e impulsarme hacia lo desconocido, hacía una nueva aventura.
Salgo a terminar de realizar algunas diligencias que me faltaban y me llevo mis maletas hacia la casa de mi abuela paterna y a las horas me dirijo hacia el terminal de pasajeros de Barquisimeto y me monto en ese autobús hacia san Cristóbal, muy cerca de Cúcuta, frontera entre Colombia y Venezuela, tarda aproximadamente el viaje como cinco o tal vez seis horas de lo cual llegué aproximadamente a las 6:00 am y de allí agarro otro carro que me lleva hasta Cúcuta y después de eso, solo me toca esperar el primer carro que me llevara lo más cerca de Perú, ese carro llegaba hasta Rumichaca, que es frontera entre Ecuador y Colombia. Recuerdo que hacía un frio insoportable y también que fue el viaje más largo, exactamente duro 24 horas para llegar desde Cúcuta hasta Rumichaca, primera vez en mi vida que experimentaba un viaje tan largo. Comenzaba a sentir el cansancio del viaje y digamos que fue rápido, porque solo hizo una parada en un restaurant, pero del resto recuerdo que nos dieron cena, desayuno y almuerzo al siguiente día dentro del autobús.
Cuando por fin llego a Rumichaca, me correspondía agarrar un carro que me permita llegar a la frontera con Ecuador y Perú, pero solo pude tomar un carro que me llevara hasta Tulcán y después de allí agarrar un carro hasta Quito, la capital de Ecuador.
Hice una parada en Quito-Ecuador en casa de unos amigos, y ese día salimos a conocer las discotecas y los alrededores de pleno centro de Quito sitio por donde vivían mis amigos y disfrutamos de las fiestas nocturnas que se realizan en esos lugares como hasta las doce de la noche, porque al día siguiente salía temprano hacia mí destino. Entonces me embarco nuevamente en mi viaje de aventura y transcurrieron aproximadamente 14 o 15 horas para poder llegar a Tumbes, frontera entre Ecuador y Perú y un siete de febrero del años 2018 llego a Lima en busca de nuevas oportunidades, de un nuevo mundo, una mejora en mi vida y también con el propósito de conocer a mi familia materna. Ahora empezaba una nueva etapa, la emoción de conocer a mi familia, a mis tíos, a mis abuelitos, el corazón me estallaba nuevamente de alegría.
Ese día que llegué al terminal de Cruz del sur en la avenida Javier Prado de Lima…
CONTINUARÁ…
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