Compra clandestina / Illegal purchase [ESP/ENG]

in theneverendingcontest •  4 years ago 


Imagen de Devanath en Pixabay



Esta es mi entrada para el concurso theneverendingcontest n° 121 S1-P5-I3 de @storychain

El par de edificios desgastados se extendían por lo alto, fríos e impasibles, inundando de sombras al callejón. A pesar de haber pasado la hora del mediodía, una corriente de aire helaba mis huesos hasta la médula, despertando hedores que carcomían el poco valor que aún me quedaba. La penumbra lo hacía más angosto de lo que parecía; lleno de cajas malolientes, despreciadas y desechadas, acumulándose a ambos lados. Las paredes tatuadas por viejos grafitis que clamaban una revolución que murió mucho antes de nacer. Apenas visibles, tirones de panfletos curtidos, manchados por el olvido, desgarrados por el tiempo, anunciando candidatos que prometían una mejor vida, la sátira de un socialismo enfermizo.

Normalmente no suelo visitar los barrios de la ciudad. Pero este día era una excepción.

La lúgubre callejuela escondía un par de ojos que brillaron tras un contenedor de basura metálico corroído por una gotera que se escurría desde los estratos superiores.

Un líquido marrón chorreaba bajo el contenedor creando un pequeño río que atravesaba de lado a lado el angosto callejón. Un perro ladró a la distancia. Miré hacia arriba y la cara de una mujer arrugada me devolvió una mirada de desprecio antes de esconderse tras una cortina desde el segundo piso.

Cruzada de brazos continúe mi camino saltando los obstáculos, lamentándome de haber traído mis tacones favoritos.

El malviviente usaba una sudadera negra con capucha; jalaba desesperadamente los últimos milímetros de un apestoso cigarrillo. Me echó una mirada rápida de arriba a abajo, luego sus ojos saltaron de un lado a otro y por encima de mi hombro.

--¿Trajiste el efectivo?

Asentí con mi cabeza mientras mis manos sudorosas instintivamente bajaron hasta mi bolso aferrándose a él; mi corazón se atravesaba en mi garganta impidiéndole pronunciar palabra alguna.

Apremió con su cabeza, sin quitar los ojos de mi bolso.

Mis manos trepidaron cuando traté de abrir el broche del bolso, tras unos intentos fallidos, por fin el pestillo cedió y pude levantar la cubierta. Como de costumbre lo que buscaba fue a dar al fondo del mismo, mis dedos escarbaron desesperados, una y otra vez, mechones de mi cabello jugueteaban atravesándose en mi campo de visión, tras unos segundos que parecieron eternos, encontré el rollo de dinero que previamente había preparado para el momento; mis pulmones volvieron a encenderse y sentí como la vida a llenaba mi pecho; apreté por unos segundos al pequeño rollo; había leído en alguna parte que tensar y extender los músculos ayudaba en estas situaciones.

El traqueteo de los mocasines del extraño no se hizo esperar.

Sabía que no debía dar el dinero antes de ver la mercancía, pero no estaba en posición de hacer demandas, quería salir lo más pronto posible de esa situación.

Tomó el rollo de dinero, lo apreció durante un momento mientras sus dedos hojeaban los bordes de los billetes. Sus ojos no pudieron ocultar un brillo peculiar mientras se lamía los labios; finalmente, satisfecho, lo escondió dentro de su entrepierna.

Bajó el cierre de su sudadera, sacó una bolsa de papel arrugada y tan pronto mis manos sintieron el peso metálico característico, partió en dirección contraria, desapareciendo entre las sombras sin decir palabra alguna.

Tardé unos segundos en procesar lo sucedido, guardé la encomienda y me regresé sobre mis pasos.

Afuera, la luz del sol parecía inclemente, cegadora, chamuscante, un ambiente totalmente opuesto al sucio y oscuro callejón. Instintivamente busqué dentro del bolso mis lentes de sol, mis manos temblorosas tropezaron con la bolsa de papel y di un respingo al sentir su contenido metálico.

La vida continuaba con su ajetreo en el exterior como si nada; el incesante escándalo de las bocinas aturdidoras, el rugido de las motos, el bullicio de las personas ocupadas en sus vidas, indiferentes a lo ocurrido unos segundos atrás.

Una patrulla pasó a mi lado y mi estómago dio un vuelco; mis rodillas se tornaron de gelatina. Disminuí el paso y aun cuando mi sentido de la cordura me indica que mire al frente, no puedo evitar darles un vistazo; afortunadamente, el par de policías discutían distraídos mientras trozos de donas caían de sus bocas.

Continué mi camino sin atraer la atención. Unas calles más adelante, un hombre gritaba las noticias del diario vespertino. Horrorosos crímenes cometidos 24 horas antes no muy lejos de donde me encontraba. Comencé a jadear, sujeté mi pecho tratando de detener el golpeteo de mi corazón, que amenazaba con romperme las costillas.

-- ¿Se encuentra bien?, una voz áspera salió de un rostro tan arrugado que apenas podía ver sus ojos.

--Si- mentí

Afortunadamente el autobús de la 20 acababa de detenerse en la parada, corrí hacia él lo más pronto posible, dejando atrás un mundo de miseria y esperanzas perdidas.

A salvo, en el Café Di Roma, mi amiga Hilda tomaba su segunda taza de café.

-- ¡Por fin llegas! Pensé que no vendrías-. Como de costumbre, mi amiga no deja de disparar sus reprimendas-¿Qué demonios le pasa a tu celular? ¿Por qué no respondes mis mensajes? ¿Ahora usas sobretodo? ¡Estás más pálida que de costumbre! Podría jurar que tienes un toque cetrino ¿Te sientes bien?

Mi mente vaga entre los significados de sus palabras. Me siento de golpe y la silla manifiesta su descontento con un crujido. Mis manos no dejaban de temblar, por más que las estrujo sobre mi ropa, no paran de sentirse húmedas..

El mesero aparece con una cordial sonrisa en espera de mi pedido; mi garganta estaba seca y me apetecía algo caliente, quizás un té de camomila.

Estuvimos un rato sin decir nada; Hilda a pesar de su ansiedad por saber lo ocurrido, decidió no apurarme. Sorbió un poco de su café humeante y ojeó su celular por un momento.

-- La tengo - escupí de improvisto.

-- ¿Tienes qué?, cariño- preguntó distraída mientras examinaba unos zapatos de vestir en su portal favorito.

Ante mi falta de respuesta, arrugó su ceño y fijó su mirada directamente sobre la mía. Intrigada, su cerebro hacía las conexiones pertinentes mientras escudriñaba mis retinas.

Abrió los ojos de par en par

-- ¿¡Estás demente!? - su demanda llamó la atención de los demás clientes que se encontraban inmersos en sus conversaciones.

Advertimos el tintineo de las tazas de la bandeja del mozo, tras el repentino arranque de mi amiga.

-- ¿Estás demente?- repitió, unos decibeles apenas perceptibles

El chico depositó la taza de té con delicadeza extrema frente a mi, afirmando tácitamente la falta de ética hacia Hilda y luego se retiró sin dejar de mirarnos con el rabillo del ojo.

Mis manos aún frías agradecieron el calor de la taza, afortunadamente, mi estómago no protestó ante los sorbos del líquido amargo.

-- ¡Tus manos están heladas!

Tras una serie de reprimendas de su parte y además de los posibles resultados alternos hacia lo que podía haber sido mis últimos momentos de existencia, decidí contarle mi experiencia en los bajos mundos.

-- Pero... ¿Cómo hiciste para conseguirla?

-- La red profunda, el bajo mundo del internet - hice una pausa para darle un nuevo sorbo a mi té; un largo suspiro se escapó de mis labios - Puedes conseguir hasta lo inimaginable.

El rostro de mi amiga se ablandó y se alegró por tener la suerte de haber salido ilesa de ese percance. Cada una, terminamos nuestros brebajes, pérdidas entre los pensamientos. Más conscientes de nuestras propias vidas aburridas pero seguras.

Finalmente, saqué la bolsa de papel y la solté entre nosotras. El metal retumbó sobre el cristal de la mesa llamando nuevamente la atención de las personas a nuestro alrededor.

Ambas nos quedamos mudas ante las miradas reprobatorias de los comensales de la alta alcurnia. Hilda arrastró la pesada bolsa hacia sí y la ocultó bajo la mesa.

Su curiosidad se sobrepuso sobre el decoro y le echó una mirada al contenido.

Di un respingo mientras desenrollaba la boca de la bolsa de papel. De pronto, arrugó el ceño y luego subió la ceja derecha, me echó una mirada y metió la mano dentro de la bolsa. Abrí mis ojos más de lo normal, implorándole que no la sacara de la bolsa, mi corazón se detuvo al ver que sacaba su mano de la bolsa.

Torció sus labios y puso los ojos en blanco

-- Mmm, hmmm … Una llave de tubo con el mango doblado. Realmente se consigue lo inimaginable en la ¿Cómo fue que la llamaste?

Sus carcajadas se esparcieron por el café desgarrando no sólo la armonía sino también la paciencia de varias personas a nuestro alrededor. Clientes, indignados, se marcharon ante el inevitable escándalo de mi amiga; cerré mis ojos y me encogí lo más que pude dentro de mi silla.

Hasta la próxima, vaquero del espacio.



This is my entry for the theneverendingcontest n° 121 S1-P5-I3 by @storychain

The pair of weathered buildings stretched high above, cold and impassive, flooding the alley with shadows. Although it was well past noon, a draft chilled my bones to the core, awakening stenches that ate away at what little courage I still had left. The gloom made it narrower than it seemed; full of smelly boxes, despised and discarded, piling up on both sides. The walls tattooed with old graffiti that cried out for a revolution that died long before it was born. Barely visible, tattered pamphlets, stained by oblivion, torn by time, advertising candidates promising a better life, the satire of sickly socialism.

Normally I don't usually visit the city's neighborhoods. But this day was an exception.

The dingy alley hid a pair of eyes that glistened behind a metal garbage container corroded by a leak that trickled down from the upper strata.

Brown liquid dripped from under the dumpster creating a small river that ran from side to side through the narrow alley. A dog barked in the distance. I looked up and a wrinkled woman's face returned a look of contempt before hiding behind a curtain from the second floor.

Crossing my arms, I continued on my way, jumping over obstacles, regretting having brought my favorite heels.

The lowlife wore a black hooded sweatshirt; he was desperately pulling the last few millimeters of a stinky cigarette. He gave me a quick glance up and down, then his eyes darted back and forth and over my shoulder.

--Did you bring the cash?

I nodded my head as my sweaty hands instinctively reached down to my purse, clutching it; my heart was in my throat, preventing it from saying a word.

He urged with his head, never taking his eyes off my purse.

My hands trembled as I tried to open the clasp of the bag, after a few failed attempts, finally the latch gave way and I was able to lift the cover. As usual, what I was looking for went to the bottom, my fingers desperately dug, over and over again, strands of my hair played across my field of vision, after a few seconds that seemed eternal, I found the roll of cash that I had previously prepared for the moment; my lungs lit up again and I felt how life filled my chest; I squeezed the little roll for a few seconds; I had read somewhere that tensing and stretching the muscles helped in these situations.

The tapping of the stranger's loafers was not long in coming.

I knew I shouldn't give the money before checking out the merchandise, but I was in no position to make demands, I wanted to get out of that situation as soon as possible.

He took my wad, assessed it for a moment as his fingers skimmed the edges of the bills. His eyes could not hide a peculiar glint as he licked his lips; finally, satisfied, he hid it inside his crotch.

He unzipped his sweatshirt, pulled out a crumpled paper bag, and as soon as my hands felt the distinctive metallic weight, he took off in the opposite direction, disappearing into the shadows silently.

I took a few seconds to process what had happened, I put the package away and retraced my steps.

Outside, the sunlight seemed inclement, blinding, scorching, a totally opposite environment to the dirty and dark alley. Instinctively I reached into my bag for my sunglasses, my trembling hands stumbled over the paper bag and I gasped as I felt its metallic contents.

Life continued with its hustle and bustle outside as if nothing had happened; the incessant din of blaring horns, the roar of motorcycles, the bustle of people busy going about their lives, indifferent to what had happened a few seconds before.

A patrol car passed me and my stomach flipped; my knees turned to jelly. I slowed my pace and even when my sense of sanity tells me to look straight ahead, I can't help but give them a glance; fortunately, the pair of policemen were arguing distractedly as pieces of donuts fell from their mouths.

I continued on my way without attracting attention. A few streets ahead, a man was shouting the news from the evening paper. Horrific crimes committed 24 hours earlier not far from where I stood. I began to gasp, clutching my chest trying to stop the pounding of my heart, which threatened to break my ribs.

-- Are you all right?- a gruff voice came from a face so wrinkled I could barely see his eyes.

--I'm ok- I lied.

Fortunately, the 20 bus had just pulled up to the stop, I ran to it as fast as I could, leaving behind a world of misery and lost hopes.

Safely, at the Café Di Roma, my friend Hilda was having her second cup of coffee.

-- You're finally here! I thought you weren't coming.-As usual, my friend kept firing off her reprimands, "What the hell is wrong with your cell phone? Why aren't you answering my messages? Are you wearing overcoats now? You're paler than usual! I could swear you have a touch of citrine in your complexion. Are you feeling okay?

My mind wanders between the meanings of her words. I sit up suddenly and the chair expresses its displeasure with a creak. My hands were shaking, no matter how much I squeezed them on my clothes, they did not stop feeling damp.

The waiter appears with a cordial smile waiting for my order; my throat was dry and I felt like something hot, perhaps a chamomile tea.

We stood there for a while without saying anything; Hilda, despite her anxiety to know what happened, decided not to rush me. She sipped some of her steaming coffee and glanced at her cell phone for a moment.

-- I got it,- I spat out of the blue.

-- Got what, honey?- she asked distractedly as she examined some dress shoes in her favorite website.

At my lack of response, she furrowed her brow and fixed her gaze directly on mine. Intrigued, her brain made the relevant connections as she scanned my retinas.

Her eyes widened

-- Are you out of your mind!? - her demand caught the attention of the other customers who were immersed in their conversations.

We noticed the clinking of the cups on the waiter's tray after my friend's sudden outburst.

-- are you out of your mind?- she repeated, a few decibels barely audible,

The boy deposited the cup of tea with extreme delicacy in front of me, tacitly affirming the lack of ethics towards Hilda, and then withdrew without ceasing to look at us with the corner of his eye.

My still cold hands were grateful for the warmth of the cup, fortunately, my stomach did not protest at the sips of the bitter liquid.

-- Your hands are freezing!

After a series of reprimands on her part and in addition to the possible alternate outcomes towards what could have been my last moments of existence, I decided to tell her about my experience in the underworld.

-- But... How did you manage to get it?

-- The deep web, the underground network, the internet's dark side- I paused to take another sip of my tea; a long sigh escaped my lips - You can get even the unimaginable.

My friend's face softened and she was glad that I was lucky enough to have come out of that misadventure unscathed. Each of us, we finished our concoctions, lost in ours thought. More aware of our own dull but safe lives.

Finally, I pulled out the paper bag and released it between us. The metal clanked so loud on the glass of the table calling the attention of the people around us once again.

We both stood mute before the disapproving stares of the highborn diners. Hilda dragged the heavy bag towards herself and hid it under the table.

Her curiosity overrode decorum and she glanced at the contents.

I gasped as she unrolled the top of the paper bag. Suddenly, she frowned and then raised her right eyebrow, glanced at me, and reached inside the bag. I opened my eyes wider than usual, imploring her not to pull it out of the bag, my heart stopped as I saw her pull her hand out of the bag.

She twisted her lips and rolled her eyes.

-- Mmm, hmmm ... A wrench with a bent handle. You really do get the unimaginable in the What was it you called it?

Her laughter rippled through the cafe tearing not only the harmony but also the patience of several people around us. Customers, outraged, left at my friend's inevitable outrage; I closed my eyes and shrunk as much as I could into my chair.

Until next time, space cowboy.

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