Nada me apasiona tanto como los atardeceres. Y si son en el mar mucho mejor. Se convierten en un espectáculo digno de admirar.
Me encanta mirar el cielo y esas distintas tonalidades que va adquiriendo en cuestión de minutos. ¡Ni el mejor artista podría lograr esas pinceladas naranjas y rojizas!
Para mi contemplar un atardecer en el mar va más allá de lo maravilloso, roza el ensueño.
Esa fusión de color con olor a sal, a mar espumoso... el sonido de las olas rompiendo en la orilla, la espuma adornando mis pies, mi cuerpo, mi alma... Se vuelve una magia incomparable.
Pero no es que lo diga yo porque sí, no es que un gusto personal influya en mis palabras... Es la pura verdad ¡y qué alguien me diga lo contrario! 😄😉😅
Ver el sol ocultarse a orillas de la playa me embarga de emociones y sensaciones únicas.
Me transporta a mi niñez, cuando de pequeñita correteaba por doquier en busca de caracolas. Me lleva a ese abrazo abrigado que me cobija del frescor que trae la brisa, a dos cuerpos embriagados de amor, a sentir que el tiempo se detiene y que nada más existe ni importa.
Es tan mágico que me hace sonreír sola, soltar una carcajada, sentirme feliz, volar libre cual gaviota surcando un cielo ahora dorado.
Para que puedan comprender los motivos que me hacen disfrutarlo tanto, les obsequio estas imágenes tomadas en mi viaje más reciente a la playa Varadero, en mi Cuba bella.
Playa de sol puro, arena fina, aguas cristalinas y atardeceres majestuosos como estos.
Quisiera poder mostrarles mucho más, pero como dicen por ahí, los mejores momentos deben ser vividos, grabados en el corazón y la mente más que en una simple fotografía. Los mejores momentos deben ser disfrutados...así como yo disfruté estos.
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