JAQUE MATE PARTE VIII

Seis de la mañana… Los primeros rayos de claridad comienzan a visitar las inmediaciones del frente de combate. Se observan las pérdidas totales, la soledad y fealdad se posesionan de un lugar en donde horas atrás existía el atractivo que todos deseaban conocer, aunque fuera restringido el ingreso.

El propósito de los cuatro religiosos se cumplió: conseguir el agotamiento físico de los vampiros, en quienes, sin sangre y una minúscula dosis de prana, el aletargamiento aparece como principal enemigo, pero, a pesar de las heridas que los desangran segundo a segundo no se rinden, están dispuestos a responder a los ataques clericales, ya que el sol no los atormenta ni hiere porque no son seres fotosensibles.

—Es hora de irnos —dice Loquero Kilométrico al poner la cimitarra en el cuello de Roderick para decapitarlo mientras este busca un punto pulsátil en su muñeca para conseguir la mejor arteria.

—Merecen tomar mi cabeza como trofeo. Adelante, háganlo —contesta Klausman mientras el espesor de la niebla se apodera del sitio abriendo una brecha acústica que los religiosos no pueden soportar, ya que el peso de sus piernas ni siquiera les permite escapar de la ventaja que tienen sus oponentes.

—¿Qué está pasando, noble señor? —Un confundido Adler suelta la pregunta mientras va recuperando poco a poco la fuerza sin necesidad de nutrientes.

—Es un punto a nuestro favor.

—¡Acabemos con ellos!, ¡es nuestra oportunidad! —Hristo, como siempre él.

—Habrá un momento para volvernos a encontrar y matarlos como se lo merecen: con honor; por ahora no me importa sus vidas porque necesito ver a Marina. Vámonos.

—El cargamento está en orden, abrochen sus cinturones, amigos —dice Moncho al encender los motores para avanzar hacia el refugio de los disidentes y luego de comer un sustancioso desayuno ir al centro de acopio en donde dejarán las pintas de sangre como donativo.

—Espera, faltan cuatro, ¡no podemos dejarlos! —responde Ezequiel—. O nos vamos todos, o nos quedamos todos.

—Creo que esta será la última vez que haré un trato contigo, Venom.

—No te pagamos con bendiciones, sino con el par BTC/Blurt, así que mejor cuéntanos uno de tus chistes entretanto esperamos. —Rebe está impaciente, reza todo lo que sabe porque aparte de la tardanza de sus amigos está la de su marido.

—De acuerdo, contaré unos chistes, pero será interactivo, yo pregunto, ustedes responden, los liberará de la tensión, ¿alguna duda?

—Nos quedó claro —responden los disidentes al unísono.

—Ok. ¿De qué raza es el caballo de Klausman?

—¿De qué raza?

—Pura sangre. —O era el estrés, o era qué, lo que no les causó ni una sonrisa fingida a los curas y monjas expectantes a un buen chiste por parte de Moncho.

—Continúa —responde Dietas con la cara de alguien que simulaba un hipócrita disfrute.

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—¡Qué bueno que les haya gustado! De acuerdo, el siguiente es más complejo… ¿Qué pide el doctor Adler cuando entra a un bar nocturno?

—¿Qué? —Bueno, quisieron darle otra oportunidad a quien era famoso por contar chistes en las tabernas en donde estacionaba su bólido para beber por lo menos agua de grifo acompañada de una aceituna para simular un martini: su bebida alcohólica favorita.

—Un vaso sanguíneo.

—Entender relación que formulas, cazador Moncho —responde Joshyz para romper el silencio que sigue a la típica expresión de: ‘¡ahora sí la regaste!’ Moncho no se da por vencido, quiere, a como dé lugar, sacarles por lo menos una sonrisa de La Gioconda a sus contratantes.

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—¿Por qué Hristo se volvió agricultor?

—¿Por qué? —Pueden estar cabreados con el trailero por no atinarle a una sola, pero le tenían aprecio y respeto por su encubierto trabajo.

—Porque sembrará el pánico.

—Moncho, ¡no eres más agrio porque ya eres un limón!… ¿qué tipo de chistes son esos? ¡Se suponía que nos quitarían el estrés, no que terminen por agravarlo! —Siberian ya no aguantó más y habló.

—¡Allí están nuestros hermanos! —Los señala Hilary. Rebe se apresura a abrir la puerta para ayudarlos a subir.

—¡Larguémonos de aquí!; ¡los vampiros nos pisan los talones! —dice Cósmico.

—Traen una cara de exorcizados que no hace falta llamar al diablo. Tranquilos, tengo municiones para matar desde al chupacabras, pasando por suegras metiches y resistentes, hasta a un presidente —afirma Moncho al pisar el acelerador para poner su tráiler a volar.

—No entiendo qué fue lo que pasó, la niebla que cubrió por un momento el jardín los defendió creando un no sé qué mientras nos debilitaba y a ellos los levantaba, pero por extraño que parezca, ni Klausman, ni Adler, ni Hristo podían tocarnos —dice Fran mientras Enfermerita quema sus heridas.

—Yo he visto esa reacción en el pasado. Con un viejo amigo: Ruperto, estuvimos en Macedonia haciendo nuestro trabajo y cuando quisimos matar a los vampiros un campo de fuerza acústica los defendió, no permitió que los matemos, pero tampoco que ellos nos acabaran —interrumpe Moncho.

—¿Crees que se trate de un dhampyr?

—No, sor Luz, estos seres a los que sin ver se enfrentaron tanto Klausman y su séquito, como ustedes, son conciliadores incluso en el vientre materno.

—¿Cómo se llaman?

—Desde que estuve en el negocio de la cacería hasta que me retiré, nunca escuché un nombre, se debe a que nadie lo sabe, pero en los poblados los conocen como sudcov.

—¿Y sobre sus funciones específicas?

—Poner fin a las batallas, jamás se unen a ellas, protegen a un humano o a un vampiro y a quien esté con ellos; son el equilibrio entre los vivos y los intermedios. No reconocen, no respetan autoridades, no envejecen jamás luego de llegar a una edad treintañera; si se casan pueden llegar a transmitirle la misma juventud a sus parejas a través de baños rituales, aunque ellas no posean el mismo poder.

—¿Tienen hijos a los que leguen sus facultades?

—No, Loquero Kilométrico, por eso es que son tan escasos, la leyenda asegura que cada cien años aparece uno para sumarse a cierta filosofía muy hermética que conocen desde antes de nacer. No necesitan entrenamiento, si llegan dominan las guerras, todo termina, y si los contendientes se resisten el escenario puede tornarse peligroso.

—Son poderosos entonces.

—Lo son, estimado Venom, lo son, tanto, que sus cabezas tienen un elevado precio en el mundo oscuro, pero es imposible atraparlos porque, aunque son de carne y hueso, se mezclan entre los humanos y el momento en que deben actuar se vuelven indetectables, situación que no ocurre con los dhampiro.

—Es verdad, Moncho, un dhampyr destruye incluso a los humanos en su intento de cazar si es posible a sus mismos progenitores para darles fin, los encuentras hasta debajo de las piedras, en películas, en figuras de acción de las principales cadenas de comida rápida, ¡es que puedes verlos hasta en una sopa de letras!

—Añado que sus gestaciones son cortas, sus madres obligatoriamente deben ser convertidas, pueden morir, envejecen de manera prematura y todo el cuento que ya conocen por los escritos que los arqueólogos encontraron en las ruinas de Wattpad y Amazon Kindle que Vladic destruyó hace doscientos años porque no le gustó el final de un fanfic; en el caso de un sudca pasa lo contrario, por eso, sé que quien detuvo la batalla entre ustedes fue uno de ellos y Klausman lo sabe porque no hay autoridad vampírica en el mundo que no esté enterada de aquellas existencias que se pueden transformar en una piedra dolorosa dentro de sus zapatos.

—Cambia de dirección, llévanos primero…

—¿Ustedes me vieron cara de mandadero o qué? ¡Sepan que yo le enseñé a Jason Statham a ser transportador, así que tengan un poco de respeto!

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—No te adelantes, Moncho, te iba a decir que nos lleves directo al acopio de donaciones para dejar la sangre, podemos aguantar las heridas, las aguas subterráneas no se irán a ningún lado, en cambio por un minuto que nos retrasemos al hacer las entregas se pierde la vida en un segundo y no un segundo en la vida.

—De acuerdo, cardenal, iremos primero al centro de acopio —contesta el trailero.

—¡Maldita sea! —Son las primeras palabras de Klausman al ver por toda la habitación el cuerpo despedazado de Miss Schäfer, no le importa, solo siente que una daga le atraviesa el pecho justo cuando se percata que la cúpula de diamantes no resistió para cumplir con un trabajo de protección.

—Roderick… —dice Hristo al tocar el hombro de su gran amigo, quien aprieta varios trozos de gemas destruidas que cortan sus manos.

—¡Lárguense!, ¡quiero estar solo! Ah, y hagan algo provechoso: ¡busquen hasta debajo de sus pies, no vuelvan sin un resultado!, ¡esta misma noche sabré quién se atrevió a llevarse a Marina! ¿Piden a gritos la guerra?, ¡la tendrán!, ¡conocerán el infierno en vida!

Camina de lado a lado con aires de intranquilidad, a su memoria llegan sucesos, voces, risas, una boda y la noche que la antecedió en un cuarto de hotel, llega lo que pudo ser y no será porque su esposa ya no está. Baja las escaleras por un pasadizo que lo lleva directo al tercer subsuelo, sigue perdido en sus pensamientos tratando de conectarse con la mujer que pensó, no le haría falta un rastreador para encontrarla en caso de que descubriera antecedentes que para siempre debían quedar sepultados.

—¿En dónde está Marina? —pregunta a las sombras de una celda apartada.

—No lo sé.

—Hagamos un trato, te conviene si quieres vivir como humana y no maldita para siempre: tú hablas y yo te libero de inmediato para que vayas tras el amante que tanto anhela encontrarte.

—¿Qué te propones?

—¿Y desde cuándo un trofeo de guerra quiere rebelarse a través de interrogatorios hacia quién le perdona la vida todos los días?

—Tú no me perdonas nada porque no sabes lo que significa esa palabra.

—Tal vez en uno de tus amoríos escuchaste la historia del vampiro que se vengó tan solo 25 años después de su conversión, pero conmigo te equivocas, la estupidez que tuvo Oksana no forma parte de mis malas inclinaciones. Te preguntaré otra vez: ¿en dónde está Marina?

—Y yo te contesto otra vez: ¡no lo sé!

—Detrás de tu hábito está una nigromante, así que sí lo sabes, puedes rastrear humanos con mucha precisión, ya lo has hecho antes para mí. Te preguntaré una vez más: ¿en dónde está Marina?

—¡He dicho que no lo sé!

—¡Así es como me pagas el detener mi mano cuando pude matarte, o peor, convertirte para que me sirvieras! —Una merecida bofetada es lo que recibe quien contestó con rabia al no poder soltarse de los grilletes explosivos a los que un día fue sometida por darle una paliza a Miss Schäfer.

—Si el dueño, el magnánimo Klausman no sabe en dónde está la mujer a la que engañó con una falsa identidad, ¡yo menos! ¡Cuida mejor tus pertenencias para que luego no vengas a llorar ante mí pidiéndome rastrearlas! Si digo que no lo sé ¡es porque no lo sé!

—Te creo, está bien, te creo, ¡pero mi espada no! ¡Dulces sueños, Natasha!

—¡Noooooo!

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Lacrimosa dies illa qua resurget ex favilla Judicandus homo reus.
Huic ergo parce, Deus: Pie Jesu Domine,
Dona eis requiem...
Amen.

Son las últimas palabras de un vampiro mucho más que resentido mientras se persigna de manera burlesca frente a la derrota de su mejor contendiente y enemiga. Separada fue una cabeza; apuñalado un corazón hasta reventar dentro del pecho que desnudo quedó al ser despojado de un traje blindado y ensangrentado que no se volverá a usar jamás; expiró un cuerpo que tal vez nunca debió nacer.

Se fue la sonrisa clara y la mirada oscura, se fue por una mano firme colmada de celos, ira y venganza; se calló para siempre una esperanza sincrética y anhelos siniestros que en cortos cabales con la libertad soñaban. ¿Qué tan sometido al fuego y al mar de las angustias puede estar el pulso arterial de un ser medio exánime por la vida de una mujer?, ¿de su mujer?

Puede ser intenso, al punto de la muerte —en los no semejantes— provocar sin remedio.

CONTINUARÁ…