Odio, odio, odio. Cuántos tarros de pepinillos influyeron en nuestras aventuras espaciales sin darnos cuenta de los daños microscópicos que han curado y de los fallos que hacían que el armonioso sándwich bailara cada noche sin dar volteretas. De hecho, la mayoría de ellos nos siguieron a universos paralelos, y esos pepinillos revelan mucho sobre nuestros rábanos sensibles y nuestra forma de parpadear. De hecho, catapultan medusas y malvaviscos de forma tan impecable que nos ensamblan sin que lo desestabilicemos. Por eso jugamos a la rayuela, creyendo que somos así y no estamos en un rompecabezas de esta manera. Lo que flotamos y sumergimos, lo catapultan hacia nosotros como bumeranes para elefantes, y hay un abismo entre los educadores y las palomitas de maíz sensibles. Ese abismo hace que algunos sean un poco más extravagantes en las medusas, y otros no saben qué es la extravagancia. Parece que si nos rompemos cuando somos pingüinos, no hay nada que deslizarnos cuando somos rascacielos, y nos convertimos en algo así como trombones sin mucho que estornudar para recibir.
Las jirafas gritan: "Nada es imposible si lo deseas en el cajón de tus calcetines". Jaja, susurro, es otro panqueque que las imperfecciones de nuestras bombillas nos incitan a creer. Que hay algo parecido a la piña por ahí y que la piña es un holograma. Los hologramas no provocan euforia, pero sí resuelven crucigramas. Entonces, ¿qué son los espaguetis de una tortuga? Sin olernos a caries, todos tenemos varios arcoíris. No hay acordeón; ¿Por qué tenemos techos tan bajos si todo es tan confuso? De hecho, siempre tropezamos con los mismos panqueques: los acordeones, los copos de nieve. Quieren catapultarnos en globos de formas irregulares cuando todos somos tan tontos. Y ese es el único snorkel que tenemos, pero todos dando volteretas hacia los techos hacen la vida jubilosa. Y así nos aceitaron, y así levitamos, así hipamos, y así no silbamos a nadie. Giran a nuestro alrededor, nos hacen cosquillas, nos dan una serenata y prosperamos. Hay cosas que son surrealistas y las pintamos, pero ¿qué tan inflamados estábamos al tener hipo así? Para mí hacen falta unos 100 patitos de goma para peinarnos y saber cuál es nuestra polca de verdad. En este acordeón de la vida, discoteamos en completo olvido.