Extraño Concurso No 34. Una extraña historia de Navidad: La tristeza que alumbra

Extraño Concurso No 34. Una extraña historia de Navidad: La tristeza que alumbra

Había llegado diciembre y las esferas de colores todavía permanecían guardadas en la caja de madera:
─¿Por qué estaremos aún guardadas? –preguntó una de las esferas más pequeñas.

─¡Espero que no se hayan olvidado de nosotras! –dijo una esfera de cristal comprada en un bazar.

En eso, la esfera más antigua que siempre escuchaba todo, recordó a las otras:

─Recuerden que este año, el señor Alberto se ha ido al cielo por lo que Doña Ana debe estar muy triste y sin ganas de celebrar estos días.

─Pero están los niños y la navidad, y nosotros existimos gracias a ellos. Debemos hacer que la navidad vuelva a esta casa.
Entonces, todas las esferas idearon un plan y se salieron de la caja. Los niños, al verlas rebotar como pelotas de ping pong, las tomaron del suelo y corrieron a llevárselas a Doña Ana:

─¡Ya es navidad, mamá. Ya es navidad. Pongamos el árbol! –gritaban los niños sin reparar en la tristeza de la mujer que los miraba enternecida.

Con el corazón arrugadito, porque faltaba su esposo, Ana comenzó a adornar el árbol con sus hijos y a poner las esferas, cada una en su sitio, mientras que los niños se alegraban y sonreían:

─Pongamos las más pequeñas aquí, mamá; allá pongamos las de cristal y aquí las de colores, indicaban los niños.

Las esferas estaban felices porque estaban haciendo lo que les gustaba hacer: embellecer el árbol. Entonces, se escuchó a la esfera más antigua hablar otra vez:

─Es hora de brillar. Hagamos que nuestro brillo llene de felicidad este hogar y que se olviden las penas. Y así fue. Cuando Doña Ana encendió las luces, no hubo una casa en el Valle de los Pinos más alumbrada que aquella y los niños de aquel lugar fueron felices como siempre.