Redención
"Momentos cuando nada importa, cuando existe solo la más honda inspiración y pareciera que hasta mi propio nombre es el olvido."
Una fase existencial desdoble del ser, alejada del mundo me ofrece otro en su lugar que será dominio e irrigación de ideas, baño de sueño, la puerta al efímero y a su vez el nuevo reto. Un estado superior del pensamiento, supra sensorial que me induce al poema, la mano tiembla, la masa colorida en torbellino efecto llega donde están los íconos, donde cobra vida la imagen y lentamente en forma de luz, se acerca.
A veces transformada en paraíso, me deja ver los verdes caminos con su forma de escalera, los miles de seres dormidos sobre sus praderas tomando de su seno la vid, mientras sueñan. Otras, viene a mí, con el humo negro revestido en maldición que se proyecta hacia el abismo, con retazos de sonidos ahogadizos cobrando fuerza, haciendo la obertura de perdición junto al centinela de la muerte, el cual exige una parte de mi total ausencia.
"Después de todo la dejo fluir porque no me afecta, yo soy bueno no malo, capaz de comprender la poesía oscura porque es mi tema de estudio, soy al fin y al cabo, poeta."
Pienso en escapar, pero entre dos realidades yuxtapuestas mi alma contra la pared, se oprime con lo material y solo entre letras es un poco de humanos el sufrir, un tanto, parecido a la vida.
Si un escritor no logra amplificar ese universo en su cabeza, vivirá arrepentido, por haberse entregado a la simpleza...
Se debe propiciar un plano perfecto donde germine la idea, para esto, los elementos rondan extremos opuestos sin que en algún momento se contradigan. Es un compromiso con la imagen y la universalidad del tema esperando siempre el momento efervescente que tomando por sorpresa al lector plasma la obra en su cabeza y le hace creer fervientemente en ella.
Así me siento cuando evoco en mi memoria, el recuerdo, la razón que me trajo a estos húmedos muros de piedra que me mantienen cautivo, que me alejan lo suficiente para no afectar a nadie y morir dos veces si es preciso víctima de mi propia naturaleza. Todo empezó cuando deshojé la flor, sus pétalos con la tersura de un violento atardecer eran el luminiscente en gotas de rocío.
El rosal, en una esquina orientada hacia el poniente, fue el universo frente a mí. Luego la vida y sus cambios, la curiosidad y el experimento desmedido, mi intención sobre lo más amado. Así fue, se convirtió la rosa negra en mis propias manos, mi giro de pensamiento indagó en el porqué de sus espinas, las cuales ni aun con su filo, pudieron defenderle de mí, del antojo del tiempo, del hombre y su concupiscencia. Marchita fue, diseca marchita, y yo la contuve hasta el último instante, cuando su soplo de vida le abandonó.
¡Quién quiera hacer algo por mí!, le pido, que ahora me entienda. La cortina de letras es otra realidad digna de conocerla, oculta, con un significado tan amplio como lo ha de permitir su métrica. Mi contemplación fue nostalgia, junto a mis manos y su poder destructivo, disparidad de mi verdadera intención, un pueril proceder abatido por el deseo en los ojos de un niño admirado en un simple acto de genuflexión.
Acabó con la estética de la bella flor, y sus hojas secas, y su tallo, y su lozanía convertida en rugosidad, su destino piadoso de naturaleza muerta pasó a ser el lóbrego revestimiento de mi habitación. No quise tocar más nada con mis manos, que no fuera la pluma y su inerte tinta, savia de mis versos, oscuro contrato donde trato de vivificar el recuerdo, traerla de vuelta al jardín del pecado o a su plano de paraíso donde alguna vez existió.
"Momentos cuando nada importa, cuando el pórtico de acceso a mi morada actúa como prisión. Me deja como castigo escribir en la ventana, justo a la puesta del sol, única luz que pueda entrar en mi alma..."
¡Y nadie más te hará daño!, nadie más te verá caer otra vez en mis manos, éstas, que en su condena vivirán solo para escribir tu regreso. Entre mis versos queda el mensaje del cuervo, en cada letra y una rosa marchita, la pared ínfima de la redención.
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