Fuente
Fueron caminando, y ella lo colocó detrás suyo… y fueron relentizando el paso al andar.
Se iban acercando al muelle. Hacía el cual se veía poco. Pero si se distinguía lo evidente.
La orilla de la playa junto al muelle estaba rodeado de pequeñas piedras, lo suficientemente grandes para esconderse agachado y observar silenciosamente.
Dentro de los pilotes del muelle, se observaban figuras de personas, en toda clase de posturas, posiciones y haciendo cualquier clase de cosas. Era el mejor prostíbulo al aire libre.
La única regla, no podías decir nada de él, o no volvías a entrar. Se sabía en el pueblo si lo hablabas, y luego no te dejaban entrar de nuevo.
Se oía cada gemido y lamento de placer, excluidos totalmente de lo puritano y fundamental a lo que el sexo había sido reducido en aquel lugar. Allí se disfrutaba.
Los más cercanos a la luz pagaban menos. Los más adentrados, pagaban más. Pensar aquello era irreal, puesto que no te vas a echar un polvo en un lugar incómodo, cutre y sin una cama.
Pero aquel muelle tenía un "no sé qué" que encendía a cualquiera. Y ella, que ya parecía haberlo probado, continuó hablando
-…Es que lo que allí se hace, no se hace de ninguna manera, en ningún otro lugar -comenzó a murmurar- …imagínate lo que es estarte sacando en la madrugada conchitas de caracoles que se te entierran en la espalda, cuando te pegan de uno de esos pilotes. O mejor aún, colocarte vendas en las rodillas porque te las lastimaste en la arena. O cuando sientes un bicho caminándote cerca, pero el deseo no te dejo pensar más que en aquello que haces. -estaba incontenible, describiendo experiencia tras experiencia.
Sentía que tenía el cuerpo del hombre ansioso ya detrás de ella.
-La verdad…. ¡¡No puedo imaginarme nada que no seas tu!! - dijo suspirando y clavándole los dientes en el cuello.
-Shss…. Espera…. -dijo ella apartándole, visiblemente aturdida- ¿acaso no sabes llevar el deseo al máximo? aprende hombre… aprende.
Siguió contando historias de las cosas que se veían en aquel lugar. Le contó que el fortachón que fungía como portero se conocía la mala fama de amante, pero que tenía el mejor pene que había visto.
Le contó que ha visto a todas y cada una de las personas del pueblo fornicando en aquel lugar… excepto al cura.
Él observaba y sonreía, ansioso; pero disfrutaba de aquella experiencia voyeur. Se escapaban de aquellos pilares las aseveraciones más perversas de todas.
Aquella gente sabía disfrutar de la carne. Del placer. Ella lo conocía todo de aquel lugar. Pero nunca había entrado.
Él, se calmó. Ya que allí, evidentemente solo se iba a encender la lumbre, más no se iba a asar el conejo. Disimuló su erección como pudo, puesto que ella parecía no estar asombrada por nada. No quería arruinar el momento.
-¡Vámonos! -le dijo- No quiero que nos vean.
De la misma forma que llegaron, así se fueron.
-¿Vienes con frecuencia?
-No pisaba la playa desde hace mes y medio.
-Pero… ¿antes de eso? ¿Venías mucho?
–¿A la playa?
-Si…
-Veníamos casi todas las noches... pero esto lo he visto solo un par de veces.
Él no le hizo caso al plural. En algún momento lo sabría. Aquella era la primera, más no la última de las noches.