Entre los árboles de limón ha nacido una parra de esas que dan uvas moradas, pero de esas uvas los pájaros sólo han dejado un pequeño racimo rodeado de espinas…
José se mece en su mecedora, haciendo rechinar el piso de madera, su libro a medio leer está en una mesita cuya superficie de cristal refleja un tarro de cerveza enriquecida con tequila, cuando estaba casi dormido observa que ha quedado un pequeño racimo de uvas rodeado de espinas, toma unas tijeras de podar y se aproxima a cortarlo, después de lavarlo minuciosamente, come lentamente una uva tras otra como pidiendo un deseo por cada una de ellas, pero en realidad su mente se ha quedado en blanco, estas uvas agridulces le recuerdan tantas cosas, después de tantos años aún recuerda a su primer amor en la secundaria.
Beatriz no dejaba de sorprenderlo con algo nuevo cada día, sus historias eran realmente fascinantes y el parecía memorizar cada palabra y cada gesto, su mirada pasaba de sus hermosos ojos grises a sus delgados labios, acariciaba su largo cabello con cada mirada y esperaba la noche ansioso para soñar con ella, mientras le escribía versos con la pluma que ella le había regalado, hasta había tallado el nombre de ambos por la parte de abajo de su pupitre, pero luego lo había tapado con chicle para que nadie lo viera.
Cuarenta años mas tarde, cuando iban a cerrar la escuela, pidió que le vendieran ese viejo pupitre, lo colocó en el cobertizo de su casa de madera, despegó el chicle que había estado ahí por muchos años y barnizó toda la pieza, entonces pudo verse un corazón resplandeciente, con los nombres Beatriz y José, no pudo mas que soltar el llanto, no había llorado de esa forma desde el funeral de ella y ahora escribiría de nuevo sobre el banco, siempre te amaré querida maestra.
Tanto la historia como la imagen son de mi propia autoría.