Hola persona que está leyendo esto, como mencioné en mi anterior entrada, soy un escritor amateur en pausa y me gustaría compartir uno de mis escritos contigo.
Hay quienes dicen que cuando la soledad abruma, las personas buscan zafarse de ella por cualquier medio. Nathan era una de esas personas abrumadas. Primero intentó disuadirla con la introspección; lectura, escritura, manualidades, realizó cualquier clase de actividades posibles dentro de sus limitaciones individuales, todo, sin éxito alguno. Verás, la soledad se nutre de la individualidad e introspección.
Luego de la frustración y resignación optó por salir a conocer personas y hacer amigos, la universidad era un excelente lugar para intentarlo. La idea de tener amigos e ir a fiestas lo ilusionó al principio, pero de a poco perdió la fantasía, al parecer las personas de su edad suelen ser muy quisquillosas a la hora de hacer amigos.
Intentó con las redes sociales, pero le incomodaba el hecho de relacionarse con personas desconocidas a través de un aparato, le parecía una mentira. Probó con los videojuegos de su obsoleta consola, en poco tiempo se aburrió luego de haberlos pasado varias veces. Los juegos online le causaban estrés por lo que decidió no insistir.
Entre mañanas monótonas en las aulas de clase y tardes vacías en la casa rentada por sus padres se fue hundiendo cada vez más en un sumidero interminable de soledad y aburrimiento.
El suicidio era como una mosca cortejando su alimento, revoloteando su mente como si esta fuera un trozo de carne. La cobardía y falta de coraje se encargaban muy bien de alejarla. Simplemente no tenía salidas, el asfixio y desesperación contenida en él eran enormes.
Hay quienes dicen que el Universo otorga a quien necesita. Quizá Karius era obra del Universo. Su llegada fue inusual, con posarse en una esquina del marco de una ventana abierta le bastó para que notara su presencia.
- ¿¡Por qué es tan difícil encajar en el mundo!? –Exclamó mientras azotaba su mochila contra el sofá de la sala y se dirigía hacia la cocina-.
Abrió la nevera, aún irritado, sacó una jarra con jugo, tomó un vaso de la repisa, sirvió el líquido en el vaso, puso la jarra dentro de la nevera y la cerró.
El sobresalto causó un pequeño ahogamiento y tos, la pequeña silueta negra en la ventana lo asustó. Luego de meditarlo un momento decidió acercarse lentamente a, lo que, según él, era una almohada afelpada, quizá alguien quería joderlo con algún tipo de broma. Luego de un metro distinguió la forma más claramente, un animal recogido en forma de bola sobre sí mismo, era un gato.
El pequeño minino alzó la cabeza para mirar detalladamente a su confundido observador, supo que no era una amenaza. A paso sigiloso se estiró y caminó hacia el centro del marco para sentarse frente al humano que lo seguía con la mirada asombrado por la situación. Su cola descansaba a un lado de su cuerpo para hacerle saber que estaba tranquilo. El tenso silencio fue reemplazado poco a poco por el ronroneo del minino.
- Vaya, un gato ¿Cómo has llegado hasta aquí amiguito? –Un maullido de respuesta-. Je, Como si pudieras entenderme…
Decidió ignorar la situación para volver a la sala, pero tres pasos después el camino era obstruido por el pequeño gato que lo observaba atentamente con sus grandes ojos azules.
- Vale, está bien. Solo por hoy. –El desconcertado adolescente se inclinó para acariciar la cabeza del minino. Recibió un maullido de regreso-.
El día que la pequeña placa negra con la palabra “Karius” (como había decidido nombrar al gato) escrita en letras blancas de relieve colgada de una cinta blanca fue colocada en el cuello del gato, Nathan se sentía como una persona totalmente nueva y alegre. Todos los días, antes de irse a la universidad, jugaba, alimentaba y daba de beber a su compañero, luego, en las tardes, conversaba con el animal hasta altas horas de la noche.
Parecían entenderse a la perfección. Él le contaba sus problemas, deseos, frustraciones y demás cosas que mantenía escondido del mundo y a cambio recibía caricias, maullidos y ronroneos. Habían creado un lazo irrompible.
Tres años pasaron. Tres años de estabilidad emocional para Nathan, tres años en los cuales había terminado sus estudios y empezado a trabajar, tres años donde no le importaba en lo más mínimo lo que sucediera en el mundo. Tres años de felicidad.
El día que la pequeña placa negra con la palabra “Karius” escrita en letras blancas de relieve colgada de una cinta blanca reposaba inerte sobre la pequeña cama para gatos sin rastro alguno de su portador, Nathan volvió a sentirse como el fracaso de persona que era antes. Con desespero buscó por todos lados, colocó anuncios, ofreció jugosas recompensas y rezó a todos los dioses que conocía por el regreso de su fiel amigo, pero no tuvo respuesta.
Según los vecinos y conocidos de Nathan, después de que abandonó la búsqueda, se mudó a otra ciudad para olvidar lo ocurrido. Otros dicen que simplemente se destrozó la cabeza de un escopetazo. Pero quizá quien estuvo más cerca de la verdad fue quien dijo que después de darse por vencido enloqueció para luego encerrarse en la casa y bloquear toda ventana y puerta disponible dejando solamente la ventana por donde un día apareció el animal con la esperanza de que volviera. Pero realmente nadie nunca supo que le ocurrió.
Hay quienes dicen que la soledad es una cazadora paciente y silente, que se aleja por mucho tiempo, te da esa sensación de que ya no te acecha, de que eres libre, pero en algún momento vuelve, y lo hace en el momento más oportuno, solo para reclamar su presa consumiéndola en la agonía más miserable posible hasta dejarla totalmente vacía y sin esperanzas. Así es la soledad, así hace las cosas.