El hallazgo

in blurtespanol •  4 years ago 

El hallazgo

Debo empezar por describir aquella pieza, un cuarto de cebo, alojado al rincón lateral del fuerte con forma de estrella. Un pequeño castillo antiguo el cual descubrí en uno de mis paseos en solitario por la feria del casco histórico. Cuando anduve en busca de paz mental, caminando sin distingo de lugar, dejado a llevar por la exuberancia. El boulevard, los bancos encofrados en madera de roble, los pórticos de antaño, los rosales, clavellinas y jardines de azucenas. Adoquines de diseño prehispánico, los detalles externos, confección renacentista de la nave central de la iglesia.

Siendo, a pesar del excesivo glamour, el mayor deleite, la tranquilidad y paz espiritual que le provee a mi corazón angustiado, aquellos recovecos de antaño donde buscaba yo hallar algo de inspiración.

Fue así, cuando en mi andar pesado y la lentitud de los pasos, con mi pequeñísima cámara digital ceñida a una mano con el cordón, mi lápiz de grafito y mi libreta en la otra mano, fui sorprendido. Sutilmente atraído desde el estrecho de los callejones, por una cándida señal, exclamación, ingenua y misteriosa voz, ahogadiza, que provenía del marco de una ventana...

Era una especie de recámara, aislada, ubicada sobre la prominencia del muro ciclópeo de piedra coral, el cual, minuciosamente sellado con material mortero, notablemente, era una manufactura de antiquísima data.

¡Diría yo!, no menos de cuatrocientos años debía tener erigido dicho fortín ubicado en el centro de la ciudad.

Tenía un saliente biselado en forma de voladizo, ubicado en la parte superior. Cuidadosamente ornamentado con hiedra trepadora, la cual hacía notar a poco, la embocadura del tragaluz. Lo detecté, no por su detalle físico de reliquia del siglo quince, sino por los sollozos y opacos murmullos, que conmocionaban mi alma llenándola de intriga, gritos silenciosos, como cánticos, los cuales salían de su parte interior.


Desde siempre, me he esforzado por escuchar el sonido del silencio, un mínimo decibel, casi imperceptible al oído humano. El cual como pitido, desprende ese infrasonido que se cuela en el ambiente de sitios solos o de poca concurrencia. Esa sensación de aislamiento que me conduce a la serena paz, tan necesaria, cuando intento hallar algo de materia prima con que hacer mi estudio. Tal cual, como ahora, cuando de imprevisto escuchaba cantos de sirena salir de las murallas del torrerón, enigmático, empezó a agitarse mi espíritu y dio a lugar ese enfermizo deseo por saber, el cual, por demás, siempre me ha caracterizado.

Con atisbo y renuncia, hice yo caso omiso a las leyes públicas y normativas para la preservación del patrimonio. Más fue mi inquietud, mi capricho por descubrir la procedencia de aquellos extraños ruidos que ahora acompañados de un ligero vibrato metálico, una repetitiva y sórdida percusión, me convencía de que era un acto inteligente, producto de la indiscutible habilidad humana. Así, ignorando el cartel de señalización de “Sitio Histórico”, el cual colgaba del enrejado perimétrico, en tan solo pocos minutos, estaba yo haciendo escalada en los muros de coral, sujeto a la enramada principal de la hiedra tratando de llegar al borde de la almena.

La hiedra se posaba en un anaquel aserchado de compartimientos hexagonales rigurosamente sujeto con pernos de carbón troquelados en la piedra coralina; aquel muro macizo, circular, revestido en colores negro y arenisca, era una joya de la colonia. ¡Yo al verme encaramado!, tratando de alcanzar la última estaca de apoyo que me permitiría llegar finalmente a la garita centinela; por un momento, temí ser aprehendido, me sentí culpable por violentar un monumento histórico y pensé que merecía ser penado por la autoridad. Supuse que me parecía yo a un rufián insurgente salido de la comarca o a un pirata bárbaro invadiendo el postigo de aquél eminente fortín de guerra.


¡Venció el inefable capricho!. Habiendo llegado al tragaluz, sujeto a la sercha y escondido entre el follaje de la planta trepadora, me dediqué primeramente a escuchar pegando mi oído a la torva de la ventana tratando en lo posible de no ser visto:

_ Ade, dui, doo... Ade, dui, doo...Ade, dui...

"Una voz esofágica y truncada, casi inteligible, pronunciando monosílabos extraños de corta duración, con esas pausas interminables que eran el ocaso del ser como quien pronuncia la última palabra en su lecho de muerte".


"Otra vez, la susurrante, como si le costara respirar hacía sonar a destiempo un raro timbal o elemento bordón con eco de metálico desafino... Nuevamente comenzaba la secuencia de melancolía, poco a poco, la opaca frecuencia se convertía en llanto, un llanto lágrimo casi desvanecido que se convertía progresivamente en la más triste melodía, de algún modo, música, euritmia, porque gozaba de cadencia en un extraño código solfeado, para mí... era una muestra de la más pura cacofonía".

_ Ade, dui, doo...

¿Qué demonios era aquello que estaba yo escuchando?


¡Siendo yo, un escritor surrealista apocalíptico!, siempre acostumbrado en meterme en el mayor de los líos argumentales. Me llamó poderosamente la atención el conjunto de abstractos guturales y quise indagar en ellos, quise saber su significado. De algún modo era la codificación de algún tipo de lenguaje, una lengua perdida, un anagrama auditivo con mensaje encriptado. Tal vez, era un ritual o rezo maldito que estaba yo por revelar... Definitivamente, como sea que lo viera, de mi parte yo lo asimilaba con placer y gozo, supe que había encontrado el motivo de inspiración lo suficientemente complejo que tanto había buscado. Por tanto, era hora de dar el siguiente paso; entrar por la claraboya y descubrir al autor del lóbrego requiem. Apoyándome en el voladizo con una rodilla y sujeto a la sercha con una de mis manos, di un salto de borde y luego derrapando por el muro como cual ninja en una misión secreta, ya estuve de pie en la parte interior de la almena...


¡Santa Ave María purísima del cielo! Fue la más tenue y carcomida expresión salida de mi corazón pagano incapaz nunca de caer en la idolatría, fue la voz, de quien creía haber visto y recreado en el marco de su escritura las más borrosas y toscas imágenes que hayan podido existir.

Estaba ahora delante de un hallazgo torcido e irreal como jamás lo hayan visto mis ojos, era la efigie de la muerte, la sombra del oscuro remordimiento que me había esperado durante el paso de tantos años, para ahora, finalmente encontrarme y arruinar mi vida por completo con su languidez y su ruin decadencia. Me hallé con una mujer anciana de piel arrugada y falsiforme, con el cabello blanco, tan largo, que lo usaba para cubrir su cuerpo como única vestimenta. Cuerpo, o lo que se podría llamar, más bien, osamenta bajo una funcida piel. La anciana sujetaba con su mano una especie de citara antigua de tres cuerdas, aparentemente de caoba o arce, con clavijas nacar y una extraña sirga de furnitura asida al cuello. Trataba de afinar el instrumento con el sonido de su propio llanto; Ade, dui, doo... Ade, dui, doo... era ni más ni menos, la escala musical pronunciada por su boca arrebuja y magullada. Con articulaciones remontadas sobre un dorso que ya no podía sostenerse por sí solo permanecía desparramada en un rincón, alojada como un saco de cuero blanquecino y purulento. De ahí, desde ese oscuro hueco salían tardíos, flemáticos, los tonos monosílabos, y la aparente rítmica de su fatídica consonancia musical. Volteó hacia mí, con su rostro encubierto por la pelusa y pausando la trova monserga, me señaló con la puntiaguda falange de su dedo, diciendo, enredada entre el esputo:

_ ¿Soy yo, lo que andabas buscando...?


Al tiempo que aplacaba su llanto, se servía en una taza, agua caliente, con una infusión de raíces como el jenjibre, eran mandrágoras, que parecían cobrar vida dentro de la jícara. Aquella mujer longeva de por lo menos ciento veinte años que daba sorbos en una taza de té, parecía estar ahí, como prisionera del tiempo, parecía una esclava de la anti república condenada a siglos de olvido e ignominia, o tal vez, era un espíritu chocarrero penando en el encierro de aquel lugar que se esgrimía por el suelo, ante mí, intentando cobrar vida de la mano de quién indaga entre los seres omisos separados del mundo. En cualquiera de los casos, igual, invitó a sentarme. Dijo: ¡Tengo que terminar mi recital para la feria!. Me dio a beber de su jarabe y siguió cantando para mí, los sollozos cantos de ultratumba... Ade, dui, doo... Ade, dui, doo...Ade, dui...

No sé a que hora, ni de que forma colosal, logré salir del castillo con forma de estrella y muros de coralina. Derrapé nuevamente, por la hiedra y salvé el cerco perimétrico sin que nadie me viera. Y así, abandoné el centro de la ciudad, sus monumentos y su casco histórico. ¡No pude partir!, sin antes dar gracias a aquel singular y oscuro personaje, a quién ahora debo mucho, a quién, también di la bienvenida a mis engrosados registros bibliográficos, respondiendo finalmente a su anterior pregunta:

_ ¡Sí, eres tú!, justo lo que anduve buscando...


FIN







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