Círculo azul 2

in blurtespanol •  4 years ago 

Círculo azul 2

(Continuación)


En la oficina del Gerente.

_ ¡No me molestaré en felicitarle! su resumen es impecable, acorde con las exigencias de la empresa.

_ ¡Gracias!, dije.

_ Usted no tiene nada que agradecer... ¿Está dispuesto asumir el cargo?

_ ¡Por supuesto que sí!, respondí atento.

_ Es todo...

Pase con recursos humanos.


En la oficina de personal.

_ ¡Buenos días!

_ ... (sin respuesta)

_ Siéntese. Ha sido seleccionado, comienza a trabajar ahora mismo.

_ ¡Qué bien!, dije, con cierto tono de motivación.

_ ¡Yo no diría lo mismo!, me respondió, debido a que no tiene ninguna experiencia, su sueldo será el mínimo, equivalente al de un obrero raso.

_ ¡Pero disculpe!, yo soy ingeniero.

_ ¿Entendí que usted aceptó el puesto de trabajo? ¿O, no fue así?

_ Claro, pero...

_ ¡No, peros!, estas son las condiciones, incorpórese ya...

_ ¡Pues…, está bien!, agaché la mirada, asintiendo.

_ Nada está bien... (Fue lo último que dijo la administradora)


Mi entrada a círculo azul, no fue nada decorosa. Mi hoja de contrato era un asco, pero tuve que aceptarlo, dado que no tenía otra opción.

Siempre he visto al mundo y su injusticia quitándome la oportunidad de expresar lo que pienso, haciéndome parte de su absurdo proceder. Pero creo, que un derecho a réplica es un compromiso, un innegable “derecho”, que a todos se debe adjudicar. Pero, por ahora, había quedado pospuesto.

¡Podrá ser luego!, me dije, todo tiene su tiempo, todo tiene su tiempo... Hoy habló el dueño de la empresa, sin hacer ningún gesto de cortesía ni conveniencia, solo generó en mi cierta desconfianza. Habló la administradora, terminando de convertirme en miserable. Como si en vez de una solicitud de empleo, aquello se tratase, de una entrevista a un ex-convicto, una propina para algún mendigo, el juicio de un pecador a la entrada del purgatorio. ¡Pero no me importó!, tuve que tolerar su carácter endiosado, yo no me dejo impresionar, no me dejo llevar por políticas empresariales ni antojos subjetivos. Mi abnegación sobre el trabajo tiene voz propia y serán los resultados los que brillen por sí solos, será mi rendimiento el que hable por mí. Esta empresa conocerá mi verdadero potencial y mi palabra será escuchada por otros medios.

Me contrataron como laboratorista, y mis funciones consistían en hacer el control de calidad del producto. También operar la planta de premezclado y llevar las estadísticas de despacho.

¡Una tarea fácil!, para mí, pero por demás, exigente. No pondría en dudas mi preparación, ni la bonanza de conocimiento profesional que confería mi título. Sin embargo, para un contrato mal pagado de obrero raso, me parecía un tanto desmedido la asignación de tan diversas funciones a un solo trabajador, pero estuve dispuesto a aceptar el reto. En un primer recorrido por las instalaciones pude ver que todo parecía estar en orden, había mucha paz laboral, así que empecé a organizar todo de acuerdo a mi modelo. Con extrañeza noté que eran pocos los trabajadores, apenas logré ver uno, desde lejos, con el cual ni siquiera pude tener comunicación.

Comencé por hacer la tarjeta de identificación de las probetas cilíndricas de concreto. Habían sido dejadas en el laboratorio alrededor de cuarenta muestras de 13 cm de altura por 11 cm de diámetro, de acuerdo al cofre de moldura estandar. Colocadas al lado de la prensa hidráulica para pruebas de ruptura. ¡Vaya primer encargo!, pensé, me tomó horas hacer el marcaje de aquellos testigos, al tiempo que realizaba las pruebas de resistencia. Usando guantes de carnaza, cargué los cilindros, cuyo peso específico era de 15 kilogramos cada uno, generando a su vez, gran cantidad de escombros luego de cada ruptura, escombros, los cuales también tuve que recoger yo mismo y transportarlos con una carretilla hasta deponerlos en un lugar apropiado. Por un interminable espacio de tiempo, supe lo que era sudar, trabajar con peso extremo, limpiar, cargar, hacer sin asistencia alguna, un trabajo que estaba destinado, por lo menos, para dos o tres hombres.

Luego me dirigí al hangar, a verificar el contenedor del material aglomerante. Eran cuatro depósitos para cemento, gigantes, con capacidad de 100 TON, conectados a un sistema de ductos de 40 PLG de diámetro, a su vez, propulsados por presión de aire a través de un compresor industrial. Los ductos, confluían en una tolva superior de forma cónica descendente que culminaba en una compuerta dispensadora, la cual era el surtidor final para el llenado de los camiones mezcladores. Eran diez compuertas bajo el mismo comando, ubicadas en filas una al lado de la otra, adecuadas para la carga masiva. Me encargué de supervisar la parte mecánica; correas, filtros, tensores, sensores hidráulicos, andamiaje, etc. Todo estaba bien, y no tuve que redactar la requisición.

Entonces, entré en la cabina del operador a leer los manuales y a familiarizarme con la tecnología de la planta. Estuve largo rato delante del tablero de instrumentación y control, observando al detalle su diseño. El mando contenía las funciones básicas de depósito, precipitación de agregados, sistema de irrigación de fluidos, manómetro y bloqueo forzado; lo cual es una función de emergencia, para el caso de averías o desborde de mezcla por decantación.


Me llamó especialmente la atención, un botón adicional, el cual colocado a un extremo del tablero lucía como una adaptación o dispositivo adicional. Tuve gran curiosidad por aquel pulsador, con luz interna incandescente, era grande y cóncavo, tenía un panel digital autónomo el cual exigía el suministro de una clave de seguridad de once pines. Por más que intenté encontrar la lógica de su funcionamiento, no logré dar con nada. Solo era un enorme botón rojo con el rotulado de círculo azul y etiquetado con la palabra: “Continuous”.


Luego del torrente de lluvia del día anterior, la cual había aplazado mi entrevista por veinticuatro horas, tuve que gastar todo mi dinero en el pago de una habitación donde poder quedarme. No me alcanzó ni para comer, pero solo así, pude asistir a la cita de trabajo con la cual logré la escueta contratación. Mis funciones de la jornada actual comenzaban a prolongarse, había mucho por hacer y el tiempo avanzaba rápido. Pronto llegó la tarde y para mí seguía siendo un incógnito el volumen real que alcanzaría la faena. Fue así, que a mi regreso del montículo de agregados, luego de hacer el muestreo para el ensayo de humedad, se me acercó, por primera vez, un trabajador salido de la nada, y me habló:

_ ¡Ya se acerca la flota! ¿Estás listo para la acción?, jeje!

_ ¡Qué tal!, respondí, siempre listo. Mucho gusto…

Aquel sujeto me dejó con la mano extendida y continuando con su risa burlona, subió a una retroexcavadora y encendió el motor. Continuó agazapado en el asiento, mientras puso en marcha lentamente la máquina. Desde la ventanilla me gritó:

_ Jeje! Te veo en la mañana, si logras sobrevivir... jejeje!... estás en el círculo azul.

Luego aceleró y desapareció entre los andenes.

Así empezó mi calvario, justo, cuando ya me parecía que iba a terminar la jornada y podría quitarme las botas de seguridad y buscar algo que comer. A lo lejos, por el largo camino de tierra correspondiente a la entrada de la fábrica, repentinamente, se levantó una cortina de polvo que llegaba hasta el cielo. Los rayos del sol se habían atenuado al final de la tarde, siendo bloqueados casi en su totalidad por la eventual calima.


Para mí, era polvo del Sahara, el vendaje de la momia o los desiertos de arena y melancolía. Estuve haciendo mis más toscas deducciones, al margen del hambre y las ganas de irme a casa; fue la respuesta a mi interrogación, tan fugaz, como la nube de polvo. Aquellos camiones mezcladores entraron en grupos, como si hubieran abierto las puertas de un establo y las bestias en libertad corrían hambrientas en todas direcciones, con su rugir, con su tropel de manada. El ruido de los motores, las sirenas, las bocinas de trompeta y el rechinar de los contenedores vacíos en busca de la mezcla, material de concreto para llenar sus contenedoras fauces. Otra vez, los conductores y sus máscaras, los payasos del infierno al volante, los mismos que el día anterior, en la carretera, trataron de aniquilarme con sus ruedas. Trajeron consigo la enorme cuota de estrés laboral, un neurótico estado compulsivo que se sumó automáticamente a mi ritmo de trabajo, haciendo que temblara, haciendo en pocos minutos que reinara, para mí, el total desconcierto. Los mezcladores girando sin control con el círculo azul rotulado en la coraza, creando un hipnótico comportamiento en el campo de la fábrica. Desde la escotilla de planta, vi el movimiento continuo de los círculos, mientras los trabajadores convertidos en maniquíes esperaban a que yo dispensara la mezcla. Uno tras otro, diez a la vez, rápidamente sumaron cientos de ellos, rápidamente eran más los camiones, más el humo negro y menos los rayos del sol. Su capacidad de 7 m3, por cada trompo, me hizo perder la cuenta de, a cuánto, había llegado la producción en tan solo escasas horas. Así llegó la noche, y yo me había multiplicado en mil hombres, mil corriendo sin cesar por la instalación, mil subidos a las escaleras, tomando muestras de plasticidad usando el cono de abrams, verificando las tarjetas, llevando el control del tablero. Mi cuerpo no daba más, exhausto, era mi trabajo una pesadilla, era una humillación que me acababa, víctima del maltrato laboral, me hacía terminar de rodillas ante una industria que me subvaluaba y se reía de mí.


Y al final muerto de miedo, muerto de cansancio y de miedo; cansancio, por madrugar en mi primer día de trabajo a medio sueldo y miedo, porque el círculo azul, una vez más, convirtió mi vida en un infierno...



FIN


Te invito a leer la parte anterior: Círculo azul 1






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