Hasta de mi propia sombra - Cuento

Me levanté temprano, quería ir al mercado a comprar limones, estaba apretándolos ligeramente para saber si tendrían o no jugo cuando levanté el rostro y me ví. Fue fácil reconocerme, ese gesto de achicar los ojos, que tan mal me cae, cuando me lo veo en mis fotografías, fue lo que me delató en el acto. Claro que era yo, además tenía la misma blusa de lunares que suelo ponerme con frecuencia.

¿Qué estaba haciendo ahí? Fue lo primero que me pregunté y al mismo tiempo la respuesta llegó con rapidez. ¡Qué pregunta tan estúpida! Ya sabía a qué había venido. Seguía enamorada de Rodolfo y ahora que no ignoraba que vivíamos juntos había venido a encontrarlo en el mercado. Ella lo conoce, sabe que a él le gusta madrugar y venirse a comprar verduras para sus sopas, por eso estaba aquí en el puesto donde muchas personas vienen, porque conoce también su predilección por la gente y las conversaciones mañaneras. Solo que él anoche me pidió que viniera yo por los limones pues él iría a echar gasolina.

¿Por qué me ocurrían estas cosas a mí? La inseguridad había vuelto a aparecerse, sin lugar a dudas mis días ya no serían los mismos, ahora que sé que estoy aquí. Hurgando la vida de mi amor de siempre.

Caminé despacio entre la multitud tratando de que su imagen no se me perdiera; yo disimulaba mientras manoseaba los limones: uno a uno los apretaba ligeramente, si la veía el dueño del negocio seguro le reclamaría y yo estaría cerca para ser la primera en verla. Unos limones secos que no dan jugo molesta mucho a Rodolfo, cuando va a servirse un trago o requiere uno para sus cockteles y este está seco, enseguida me reclama: “no sabes escoger los limones”.

Ahora yo estaba aquí haciendo lo que me tocaba hacer a mí; la indignación se iba cada vez más metiendo en mis nervios, las manos se me endurecían, con qué gusto me volaría encima y me apretaría el cuello, ¡qué desfachatez!, mira que venir a presentarme ante mí misma, como si yo no supiera de la cantidad de cartas de amor que he escrito para él como si yo no estuviera al tanto de ese amor atávico que me ha envuelto y hecho la vida imposible en los últimos treinta años.

Una vida dedicada a amarlo, a esperarlo, a creer que todo es posible, para que ahora que vivo por fin a su lado, venga yo a querer quitármelo. Esto es algo que no voy a permitir. Para eso estoy yo aquí. Es mi momento y no admitiré que nada, ni nadie venga a interponerse.

Ya no me veo, por estar ofuscada por la rabia me he perdido de vista, quizá me he visto a mí también y me he ido a la casa donde está solo Rodolfo, agarraré los primeros limones que vea, los compraré y me iré corriendo a casa antes de que yo llegue. No vaya a ser que…