VERSIÓN ESPAÑOL:
¿Cómo va la gente de Blurt?
Les aúllo el chisme por el que seguro vienen a leer a mi cueva de meditación:
"Sale loco de contento con su cargamento para la ciudad, ay, para la ciudad. Lleva en su pensamiento todo un mundo lleno de felicidad, ay, de felicidad..."
Dice las primeras estrofas de la canción escrita por el puertorriqueño Rafael Hernández Marín, a la que tituló "Lamento Borincano". Es un bolero antillano que marcó una realidad, que marca a diario hasta ahora una realidad que muchos se atreven a negar o a darle la espalda. Esta canción me recuerda mucho a mi propia situación, a una infancia difícil, a una juventud esforzada y con pocas oportunidades, en donde solía luchar entre la migraña y el tener que salir a vender, bajo el sol canicular, alguna cosa para pagarme los estudios de la universidad.
Mis padres hacían lo que podían en la medida de sus posibilidades, por eso es que les agradezco siempre por su tenacidad, por mantenerme alejado de los malos pasos que rondaban el barrio para llevarse a chicos cada vez más jóvenes hacia el camino que no tiene retorno. Éramos pobres porque para mí, la clase media nunca ha existido, y más después de lo que, aunque tenía un techo en donde refugiarme y era propio, las condiciones para el resto de sustento no alcanzaban.
Aunque con beca incluida, a veces no me alcanzaba para pagar los extras mientras estudiaba para obtener un título porque creía que con eso obtendría un futuro mejor para dárselo a mis padres, meta que conseguí, pero también amplié desde que conocí a la mujer que se convertiría en mi actual esposa con la que tuve tres hijos. Mi vida fue complicada para un joven de mi edad, tenía que dividir los tiempos entre estudiar, asistir a clases, las tareas e ir a vender por las calles cuando en la taquería que solía colaborar preparando tortillas y las salsas para los tacos estaba cerrada debido a que la dueña ya estaba muy viejita y solía enfermarse continuamente, pero no quería cerrar definitivamente porque decía que preparar tacos para los estudiantes universitarios que solían acercarse a su "jacalito", como le decía yo, a comprarle una comida más deliciosa que un brunch de lujo hotelero a la salida de clases, era su pasión... eso se llenaba de güeyes y la mayorcita conseguía los pesitos hasta para pagármelos a mí.
Cuando ella murió, les propuse a sus hijos que trabajaría para ellos, pero que no cerraran el negocio porque a la final me parecía rentable también debido a que nunca faltaba ni profesor ni estudiante que no llegara al lugar para comprar, aunque sea un taco de canasta, un par de flautas con salsa de chipotle, unos totopos, una quesadilla, una michelada de San Viernes, o un vaso de clamato... pero qué va, los hijos se avergonzaban de la profesión de la mamá, la negaban como madre solo por ser la "taquera de la esquina", cuando con ese dinero les pagó la colegiatura a todos esos tarugos y pendejos.
Enterrada la mamá, vendieron el local y luego ese negocio de taquería desapareció por completo y se fue la sazón de la abuela, aunque me dejó con grandes secretos y enseñanzas que después yo apliqué hasta en mi casa cuando mi esposa no levantaba ni un plato porque era una niña rica y los papás le ponían empleada para todo, pero eso cambió al poco tiempo de casados, cuando me di cuenta de que ella cocinaba mejor que yo, que limpiaba la casa mejor que yo, que hacía todo mejor que yo porque al pasar sola con las sirvientas, Marcela se metía en la cocina para aprender los secretos de la cocina mexicana y hasta las ayudaba a arreglar su residencia... ¡Y yo dándomelas de pendejo semimachista porque pensaba que ni tortillas sabía hacer!
Lo que la abuela de la taquería me enseñó, también me ayudó, me sirvió para vender tacos en las afueras de la universidad con el carro de mi papá desde que aprendí a manejar... No me puedo quejar porque hasta lo fiado que les dejaba a mis compañeros de clases ellos me lo pagaban con puntualidad. Esa fue parte de mi juventud hasta que conseguí un puesto en una constructora y las cosas empezaron a cambiar, a mejorar, pero yo seguía siendo el mismo, recordando siempre que una temporada también fui un vendedor ambulante, y eso es lo que siempre les cuento a mis hijos.
Es temprano y apenas amanece. Las calles aún no se llenan del todo, pero los vendedores ambulantes ya están ahí, en sus puestos improvisados, desplegando mercancía con manos que apenas han descansado. Algunos de ellos llevan bolsas llenas de productos, otros cargan pesados carritos que recorren a pie desde kilómetros. Apenas las tiendas abren y los ejecutivos comienzan a ocupar los andenes, ellos ya han hecho el esfuerzo de preparar su día, y su trabajo va más allá de la simple venta; es una lucha cotidiana, un esfuerzo repetido día tras día. Los veo y pienso en todo lo que sus miradas no cuentan porque yo también lo viví.
A veces me pregunto si entre el bullicio y la prisa alguien se detiene a observarlos, creo que no porque a mí me pasaba lo mismo, que los observen no solamente para comprarles algo, sino para ver realmente cómo viven porque hay vendedores que llevan la cuenta de los días en sus pieles quemadas por el sol, los veo protegerse del viento, de la lluvia, de los desaires de quienes no tienen un segundo para mirarlos a los ojos. Son rostros están marcados por las sonrisas que usan para sobrevivir, esas sonrisas forzadas que pintan en su cara para atraer a los transeúntes, y tras ellas, una mezcla de resignación, valentía y esperanza. ¿Qué historia habrá detrás de cada sonrisa, de cada “señorita, ¿le ofrezco algo?”, pues yo tuve la mía.
En medio del bullicio urbano, parecieran ser invisibles, a pesar de su esfuerzo por destacar. Viven en esa franja de la sociedad que no tiene lugar en oficinas elegantes, que no encuentra estabilidad ni certezas. Algunos venden frutas, otros dulces, otros chucherías o cualquier cosa que les asegure un ingreso mínimo, aunque sea para el almuerzo del día. Hay ancianos vendiendo caramelos, jóvenes vendiendo cigarrillos, madres con hijos pequeños a su lado, acróbatas que cuando el tráfico se detiene hacen malabares, jóvenes limpiavidrios que dejan más sucio el parabrisas... hay vendedores que cargan con más que mercancía porque llevan el peso de una vida que no ha dado tregua, tal como dice la canción de "Lamento Borincano".
Cada uno de ellos parece tener una fortaleza interna que les permite plantarse en la calle, día tras día, y esperar con paciencia a que alguien les compre, imagino los sueños que guardan, los anhelos que, tal vez, no se cumplieron y se fueron apagando, reemplazados por la urgencia de ganar algo para subsistir, lo imagino y lo sé de primera mano. Sé que en cada compra que alguien hace no hay solo una transacción económica, hay un pequeño respiro, una gratificación por el esfuerzo invertido en cada jornada.
A veces, entre el barullo de las calles veo a una madre cargando un bebé mientras ofrece golosinas, con una mirada que parece retar al tiempo, a las circunstancias, y pienso en el agotamiento que esconde, en los días donde probablemente desearía estar en otro lugar, con una vida distinta, pero ahí está, enfrentando la realidad. Miro también a aquellos vendedores que, con gestos de gratitud, ofrecen una sonrisa aunque la venta sea pequeña, como si reconocieran en cada cliente la oportunidad de prolongar un día más esa batalla diaria que libran.
Para mí, es imposible no ver la lucha que llevan en sus espaldas, aunque para algunos solo sea gente de paso.
Ya los leo más tarde.
Chau.
ENGLISH VERSION:
How's it going, Blurt folks?
I am telling you the gossip that you are surely coming to read in my meditation cave:
"He goes crazy with joy with his cargo to the city, oh, to the city. He carries in his thoughts a whole world full of happiness, oh, happiness..."
Says the first stanzas of the song written by Puerto Rican Rafael Hernández Marín, which he titled "Lamento Borincano." It is an Antillean bolero that marked a reality, which marks daily until now a reality that many dare to deny or turn their back on. This song reminds me a lot of my own situation, of a difficult childhood, of a hard-working youth with few opportunities, where I used to struggle between migraines and having to go out and sell, under the scorching sun, something to pay for my university studies.
My parents did what they could to the best of their ability, which is why I always thank them for their tenacity, for keeping me away from the bad paths that haunted the neighborhood to take increasingly younger kids down the path of no return. We were poor because for me, the middle class has never existed, and even more so after what, although I had a roof over my head and it was my own, the conditions for the rest of my support were not enough.
Even with a scholarship included, sometimes I did not have enough to pay the extras while I studied to obtain a degree because I believed that with that I would obtain a better future to give to my parents, a goal that I achieved, but I also expanded since I met the woman who would become my current wife with whom I had three children. My life was complicated for a young man of my age, I had to divide my time between studying, attending classes, homework, and going out to sell on the streets when the taco shop where I used to help prepare tortillas and sauces for tacos was closed because the owner was very old and used to get sick all the time, but she didn't want to close it permanently because she said that preparing tacos for the university students who used to come to her "jacalito", as I called it, to buy her a meal more delicious than a luxury hotel brunch after classes, was her passion... it was full of guys and the oldest girl got enough money to pay me.
When she died, I proposed to her children that I would work for them, but that they should not close the business because in the end it seemed profitable to me also because there was never a teacher or student who did not come to the place to buy, even if it was a taco de canasta, a couple of flautas with chipotle sauce, some tortilla chips, a quesadilla, a michelada de San Viernes, or a glass of clamato... but no way, the children were ashamed of their mother's profession, they denied her as a mother just for being the "taquera on the corner", when with that money she paid the tuition for all those idiots and assholes.
Once my mother was buried, they sold the place and then that taco business disappeared completely and my grandmother's seasoning went away, although it left me with great secrets and teachings that I later applied even in my house when my wife couldn't even lift a plate because she was a rich girl and her parents hired a maid for everything, but that changed shortly after we were married, when I realized that she cooked better than me, that she cleaned the house better than me, that she did everything better than me because when she was alone with the maids, Marcela would go into the kitchen to learn the secrets of Mexican cooking and even help them fix up their house... And I was acting like a semi-macho idiot because I thought I didn't even know how to make tortillas!
What the grandmother from the taco stand taught me also helped me, I used it to sell tacos outside the university with my dad's car since I learned to drive... I can't complain because even the credit I gave to my classmates, they paid me punctually. That was part of my youth until I got a job at a construction company and things started to change, to improve, but I was still the same, always remembering that for a while I was also a street vendor, and that's what I always tell my children.
It's early and it's just dawn. The streets are not yet completely filled, but the street vendors are already there, in their improvised stalls, displaying merchandise with hands that have barely rested. Some of them carry bags full of products, others carry heavy carts that they walk for kilometers. As soon as the stores open and the executives begin to occupy the platforms, they have already made the effort to prepare their day, and their work goes beyond simple sales; it is a daily struggle, an effort repeated day after day. I see them and think about everything that their eyes do not tell because I also lived it.
Sometimes I wonder if among the hustle and bustle someone stops to observe them, I think not because the same thing happened to me, that they observe them not only to buy something from them, but to really see how they live because there are sellers who keep track of the days on their sunburned skin, I see them protect themselves from the wind, the rain, the snubs of those who do not have a second to look them in the eyes. Their faces are marked by the smiles they use to survive, those forced smiles that they paint on their faces to attract passersby, and behind them, a mixture of resignation, courage and hope. What story is there behind every smile, every “lady, can I help you with something?”, because I had mine.
In the midst of the urban bustle, they seem to be invisible, despite their effort to stand out. They live in that fringe of society that has no place in elegant offices, that finds no stability or certainty. Some sell fruit, others candy, others trinkets or anything that ensures them a minimum income, even if it is for the day's lunch. There are old people selling candy, young people selling cigarettes, mothers with small children at their side, acrobats who juggle when the traffic stops, young window cleaners who leave the windshield dirtier... there are vendors who carry more than merchandise because they carry the weight of a life that has given no respite, just as the song "Lamento Borincano" says.
Each one of them seems to have an inner strength that allows them to stand on the street, day after day, and wait patiently for someone to buy from them. I imagine the dreams they hold, the desires that, perhaps, were not fulfilled and faded away, replaced by the urgency of earning something to survive, I imagine it and I know it first hand. I know that in each purchase that someone makes there is not only an economic transaction, there is a small respite, a gratification for the effort invested in each day.
Sometimes, among the hustle and bustle of the streets I see a mother carrying a baby while offering candy, with a look that seems to challenge time, circumstances, and I think about the exhaustion she hides, in the days where she probably wishes she were somewhere else, with a different life, but there she is, facing reality. I also look at those vendors who, with gestures of gratitude, offer a smile even if the sale is small, as if they recognized in each client the opportunity to prolong one more day that daily battle they fight.
For me, it is impossible not to see the struggle they carry on their backs, even if for some they are just passing through.
I'll read them later.
Bye.
Solo te diré una cosa: me estremeció tu historia, de verdad, me impactó y la canción mucho más, hermoso bolero antillano interpretado por la voz inconfundible de Daniel Santos, es un verdadero poema y la realidad que viven las personas que son vendedoras ambulantes alrededor del mundo.
Hermosa publicación, amigo mío, no tengo más palabras qué decirte, solo aplaudir tu acción y enviarles a todos ustedes un abrazo enorme... por historias como estas es que eres "El Lobo". Saludos grandes, Paul, saludos a tu esposa Marcela y a toda la familia que los acompaña. Dios los bendiga grandemente 🤗🤗