VERSIÓN ESPAÑOL:
¿Cómo va la gente de Blurt?
Les aúllo el chisme por el que seguro vienen a leer a mi cueva de meditación:
Mi mamá siempre dice que los apellidos son un eco del pasado que llevamos con nosotros, una mezcla de historia, identidad y herencia que nos conecta con quienes vinieron antes. No sé mucho sobre la historia de los apellidos, pero investigando, dice que surgieron en distintas épocas y lugares como una necesidad práctica: diferenciar a las personas en comunidades que comenzaban a crecer y hacerse más complejas pero que más allá de la funcionalidad, los apellidos comenzaron a ser un reflejo de cómo entendían el mundo y el lugar que ocupaban en él.
En muchos casos, los apellidos nacieron de los oficios. El herrero se convirtió en Smith, el panadero en Baker, el molinero en Müller, otros señalaron lugares de origen, como quienes llevaban el nombre de un pueblo o una región, algunos reflejaron características físicas o de personalidad, mientras que otros señalaron linajes, el “hijo de” alguien, marcando la importancia de la familia en la identidad personal.
Cada cultura les dio su propio matiz. En Japón, los apellidos reflejan la belleza del entorno, nombres como Tanaka, que evoca los campos de arroz, o Yamamoto que habla de la base de una montaña. En Islandia, los apellidos apenas son apellidos en el sentido occidental, pues la tradición dicta que los hijos heredan un patronímico que cambia con cada generación. En África, los nombres están llenos de significados más allá de la familia porque son historias condensadas que hablan de aspiraciones, éxitos o momentos clave.
El paso del tiempo y los movimientos migratorios hicieron que los apellidos también viajaran y se transformaran, así, algunos perdieron su forma original, adaptándose a nuevas lenguas o siendo simplificados por quienes buscaban integrarse en tierras extranjeras, como pasó con muchos apellidos que adoptaron, compraron o fueron cambiados en la comunidad judía que intentaba escapar de su destino en la Segunda Guerra Mundial o en la época de la Inquisición.
En la gran mayoría de países de América Latina, el uso de los apellidos paternos y maternos es un vestigio de la mezcla cultural y del sistema colonial esclavista, mientras que en otros lugares como Estados Unidos, muchas veces los apellidos se volvieron marcadores de un pasado lejano y, a veces, olvidado.
Lo interesante es cómo, a pesar de llevar un apellido, no siempre sentimos que define quiénes somos, puede ser un recordatorio constante de la historia familiar o un punto de orgullo, o una carga, o simplemente una palabra más en nuestros documentos, sin embargo, hay algo poético en pensar que, aunque nuestra existencia es única, los apellidos que llevamos son hilos que nos atan a una red infinita de vidas, decisiones y circunstancias.
La próxima vez que alguien te pregunte por tu apellido o que firmes un documento, puede ser interesante detenerte un momento y pensar en todo lo que esa palabra lleva consigo: los viajes, las luchas, los triunfos y los secretos que, aunque no los conozcamos, se encuentran allí, esperando a ser recordados o reinterpretados.
Sin embargo, existieron, o más bien existen algunos apellidos que, en vez de recordarte algo agradable, de lo que tendrías que sentirte orgulloso, lo único que hicieron fue martirizarte, arrastrando ese pasado por generaciones solo porque a alguien se le ocurrió que debía existir ese apellido que, en realidad, no debería ni pronunciarse o recordarse. Esto, lo digo por un compañero que, desde que lo conocí en el colegio, siempre se sintió acomplejado no solo porque los otros tarugos de la clase lo molestaban hasta hacerlo llorar, y mi compañero no es el único en la lista porque hay algunos apellidos que causan mucha polémica en varios sectores lo que hace que quienes lo portan caminen, no con orgullo, sino con vergüenza. En general, las cosas no quedan ahí, ya que hay ciudades alrededor que en los trabajos para contratarte miran tu apellido y si es de raíces indígenas, pues olvídate del puesto, aunque seas güero, tengas un PHD y un coheficiente intelectual mayor al de Hawking, porque no te contratan ni para que limpies el piso.
Es curioso cómo algo que parece tan neutro como un apellido puede convertirse en un motivo de vergüenza o en una barrera en la vida de las personas, para muchos, el apellido debería ser un puente hacia las raíces, una señal de pertenencia, pero en algunos casos, se transforma en una carga, un arma que otros usan para lastimar o un obstáculo que cierra puertas sin motivo aparente.
El bullying relacionado con los apellidos comienza temprano, en la infancia, donde los nombres que suenan distintos, "graciosos" o fáciles de deformar se convierten en blanco de burlas. No importa si tienen una historia profunda o un significado hermoso; en las manos equivocadas, se reducen a un chiste cruel. Quienes lo viven terminan odiando su propio nombre, deseando que fuera diferente o buscando maneras de ocultarlo. Esa sensación puede perseguirlos mucho tiempo, moldeando su autopercepción y la forma en que enfrentan al mundo.
La discriminación laboral es otro capítulo oscuro en esta historia. Apellidos asociados a ciertas etnias, clases sociales o países muchas veces son un filtro no declarado pero presente. En algunas sociedades, tener un apellido que suena “exótico” o que delata un origen humilde puede reducir las posibilidades de ser llamado para una entrevista, sin importar las habilidades o experiencia de la persona. Los prejuicios, aunque sutiles, se cuelan en sistemas que se supone que deberían ser objetivos, dejando a muchos en la frustración de no poder escapar de lo que perciben como una etiqueta injusta.
La ironía está en que nadie elige su apellido sino que es un legado que nos llega sin pedirlo, y, sin embargo, la sociedad puede tratarlo como si fuera un reflejo directo de nuestra valía. Algunos optan por cambiarlo, adoptando apellidos que suenan más “aceptables” o menos cargados de connotaciones negativas. Otros lo llevan con orgullo, desafiando los estigmas, usando su apellido como una declaración de identidad y resistencia... hay de todo un poco, de lo poco mucho.
Yo creo que el problema no es el apellido en sí, sino la manera en que las sociedades han aprendido a cargar palabras con significados arbitrarios, juzgando a las personas por algo que no está en su control. Cambiar esta realidad no es fácil, pero empieza con reconocer que un apellido no define a nadie. Es solo una palabra, un símbolo que nosotros mismos decidimos cómo interpretar, tal vez el verdadero desafío no sea cambiar los apellidos, sino transformar la manera en que los vemos, aprendiendo a mirar más allá y dar espacio a la humanidad detrás de cada nombre.
No soy muy fan de su música, o más bien dicho, no me gusta para nada, pero tengo que reconocer que Calle 13 pasó a la excelencia con esta canción cuyo mensaje nos invita a nunca avergonzarnos de quienes somos, aumento yo: ni siquiera por un apellido.
Siempre que alguien te señale o desprecie por tu apellido, recuerda el estribillo de esta canción que se llama "Latinoamérica" que está dedicada a todos aquellos que han querido atropellar a las minorías solo por una pinche palabra llamada "poder":
Tú no puedes comprar al sol
Tú no puedes comprar la lluvia
Tú no puedes comprar el calor
Tú no puedes comprar las nubes
Tú no puedes comprar los colores
Tú no puedes comprar mi alegría
Tú no puedes comprar mis dolores"
Ya los leo más tarde.
Chau.
ENGLISH VERSION:
How's it going, Blurt folks?
I am telling you the gossip that you are surely coming to read in my meditation cave:
My mom always says that surnames are an echo of the past that we carry with us, a mix of history, identity and heritage that connects us to those who came before. I don't know much about the history of surnames, but researching, she says that they arose in different times and places as a practical necessity: to differentiate people in communities that were beginning to grow and become more complex but that beyond functionality, surnames began to be a reflection of how they understood the world and the place they occupied in it.
In many cases, surnames were born from trades. The blacksmith became Smith, the baker became Baker, the miller became Müller, others indicated places of origin, like those who carried the name of a town or a region, some reflected physical or personality characteristics, while others indicated lineages, the “son of” someone, marking the importance of family in personal identity.
Each culture has given them its own nuance. In Japan, surnames reflect the beauty of the surroundings, names like Tanaka, which evokes rice fields, or Yamamoto, which speaks of the base of a mountain. In Iceland, surnames are hardly surnames in the Western sense, as tradition dictates that children inherit a patronymic that changes with each generation. In Africa, names are full of meaning beyond the family because they are condensed stories that speak of aspirations, successes or key moments.
The passage of time and migratory movements made surnames also travel and transform, thus, some lost their original form, adapting to new languages or being simplified by those seeking to integrate into foreign lands, as happened with many surnames that were adopted, bought or changed in the Jewish community that tried to escape its fate in World War II or at the time of the Inquisition.
In the vast majority of Latin American countries, the use of paternal and maternal surnames is a vestige of the cultural mix and the colonial slave system, while in other places such as the United States, surnames often became markers of a distant and sometimes forgotten past.
The interesting thing is how, despite having a surname, we do not always feel that it defines who we are, it can be a constant reminder of family history or a point of pride, or a burden, or simply one more word in our documents, however, there is something poetic in thinking that, although our existence is unique, the surnames we carry are threads that tie us to an infinite network of lives, decisions and circumstances.
The next time someone asks you for your last name or asks you to sign a document, it may be interesting to stop for a moment and think about everything that word carries with it: the journeys, the struggles, the triumphs and the secrets that, even if we don't know them, are there, waiting to be remembered or reinterpreted.
However, there were, or rather there are, some last names that, instead of reminding you of something pleasant, something you should feel proud of, the only thing they did was torment you, dragging that past along for generations just because someone thought that that last name should exist, which, in reality, shouldn't even be said or remembered. I say this for a classmate who, since I met him at school, always felt self-conscious not only because the other idiots in class teased him to the point of making him cry, and my classmate is not the only one on the list because there are some last names that cause a lot of controversy in various sectors, which makes those who carry them walk around, not with pride, but with shame. In general, things don't end there, since there are cities around where, when hiring you for jobs, they look at your last name and if you have indigenous roots, then forget about the position, even if you are white, have a PhD and an IQ higher than Hawking's, because they won't even hire you to clean the floor.
It is curious how something that seems as neutral as a surname can become a cause of shame or a barrier in people's lives. For many, the surname should be a bridge to roots, a sign of belonging, but in some cases, it becomes a burden, a weapon that others use to hurt or an obstacle that closes doors for no apparent reason.
Bullying related to surnames starts early, in childhood, where names that sound different, “funny” or easily distorted become the target of ridicule. It doesn’t matter if they have a deep history or a beautiful meaning; in the wrong hands, they are reduced to a cruel joke. Those who experience it end up hating their own name, wishing it were different or looking for ways to hide it. That feeling can haunt them for a long time, shaping their self-perception and the way they face the world.
Job discrimination is another dark chapter in this story. Surnames associated with certain ethnicities, social classes or countries are often an undeclared but present filter. In some societies, having a surname that sounds “exotic” or that betrays a humble origin can reduce the chances of being called for an interview, regardless of the person’s skills or experience. Prejudices, however subtle, creep into systems that are supposed to be objective, leaving many frustrated at not being able to escape what they perceive as an unfair label.
The irony is that no one chooses their last name, it is a legacy that comes to us without asking, and yet society can treat it as if it were a direct reflection of our worth. Some choose to change it, adopting surnames that sound more “acceptable” or less loaded with negative connotations. Others wear it with pride, defying stigmas, using their last name as a statement of identity and resistance... there is a little of everything, a lot of little.
I believe that the problem is not the last name itself, but the way in which societies have learned to load words with arbitrary meanings, judging people for something that is not in their control. Changing this reality is not easy, but it starts with recognizing that a last name does not define anyone. It is just a word, a symbol that we ourselves decide how to interpret. Perhaps the real challenge is not to change last names, but to transform the way we see them, learning to look beyond and give space to the humanity behind each name.
I'm not a big fan of their music, or rather, I don't like it at all, but I have to admit that Calle 13 rose to excellence with this song whose message invites us to never be ashamed of who we are, I add: not even for a last name.
Whenever someone points you out or despises you for your last name, remember the chorus of this song called "Latin America" which is dedicated to all those who have wanted to run over minorities just for a fucking word called "power":
You can't buy the sun
You can't buy the rain
You can't buy the heat
You can't buy the clouds
You can't buy the colors
You can't buy my joy
You can't buy my pain"
Cuando estaba en la escuela las cosas eran negativas para algunos niños que portaban ciertos apellidos, pensé que todo sería distinto en el colegio, pero se intensificaron las jodas, en la universidad mermó un poco, pero me sorprendía que jóvenes que se supone han pasado por una etapa de formación previa para llegar a lugares en donde se preparaban para una carrera profesional, todavía seguía existiendo este tipo de disgregaciones por supuestas culpas relacionadas con los apellidos.
En niños y creo que en estudiantes de colegio, es común que exista, no debería ser normalizado bajo ninguna circunstancia, pero pasaba y era común justamente porque las costumbres las traían de sus casas porque, ¿qué sabía un niño sobre el origen de los apellidos a esa edad?, nada, pero todo lo escuchaban de los familiares mayores.
Más admiración me causa que, con profesión incluida muchos mamarrachos, por más jefes que sean, no aceptan a las personas por sus capacidades, sino por rasgos físicos e incluso parentales al importarles mucho el apellido. En literatura juvenil, sobre todo de Wattpad y AO3 también se ve eso, la gran mayoría del fandom latinoamericano se pone a escribir historias en donde los protagonistas tienen apellidos que a veces ni si quiera se pueden pronunciar.
Me ha gustado mucho el enfoque que le has dado a esta publicación, en donde me muestras que te sientes orgulloso de quién eres, de dónde provienes. No tenía ni idea de la canción de Calle 13 porque tampoco son santos de mi devoción, pero escuché la letra y sí, te invita a reflexionar sobre todos esos puntos que nos hacen diferentes y por los que no tendríamos que sentirnos acomplejados.
Muchas gracias, lobo, de verdad, muy cierto lo que dices. Saludos para ti, para tu esposa y para toda la familia que los acompaña.
Dios los bendiga grandemente 🤗🤗