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Domingo, 2 de enero, 2025.
Explorar la riqueza culinaria de Cundinamarca se convirtió en un viaje íntimo hacia la esencia misma de su gente y tradiciones. Durante una excursión por sus parajes, me encontré con propuestas únicas que emergen de la fusión entre lo ancestral y lo contemporáneo. En un rincón apartado, una receta casera reveló secretos heredados, en la que productos del campo se transforman en creaciones sorprendentes, reflejando la conexión profunda entre tierra y alma.
Al avanzar por pueblos repletos de historia, degusté preparaciones que capturan la identidad de comunidades laboriosas y apasionadas, donde cada ingrediente se elige con esmero y se mezcla en rituales culinarios llenos de significado. La experiencia se sintió como un diálogo silencioso entre sabores intensos, aromas cautivadores y texturas que invitan a detenerse y apreciar la autenticidad de cada propuesta. Esta travesía gastronómica me enseñó a valorar la diversidad de expresiones culturales y la creatividad que florece en cada plato, dejando una huella imborrable de admiración y gratitud hacia un territorio que celebra su patrimonio a través de la comida.

Tenor
Una de las sopas más representativas es el ajiaco. Muy pocas personas en toda Cundinamarca no conocen este platillo típico de las mesas colombianas porque es una mezcla exquisita de sabores y nutrición. La primera vez que experimenté esa fusión de sabores se sintió como descubrir un secreto guardado en el corazón de la ciudad. Aquella tarde, en medio de un ambiente acogedor y lleno de historias, cada cucharada parecía narrar un relato de tradición y pasión.
Al acercarme a ese plato, noté una mezcla de texturas y aromas que despertaron en mí recuerdos de tiempos antiguos, casi olvidados. La suavidad del caldo se entrelazaba con la firmeza de ingredientes cuidadosamente seleccionados, creando una armonía inesperada en mi paladar. Los diversos componentes se complementaban de forma única: la cremosidad que se deslizaba suavemente, el toque herbal que evocaba jardines lejanos, y una pizca salina que, en cada bocado, parecía sellar un pacto con la historia.
El primer contacto fue tan revelador que cada detalle se grabó en mi memoria: el contraste entre la riqueza del pollo y la dulzura de la mazorca, la sutileza que ofrecían las diversas variedades de tubérculos, y un toque final que recordaba a abrazos cálidos en días fríos. Esa experiencia fue una invitación a dejarse llevar por la autenticidad de la cocina local, a sentir la conexión entre el presente y un pasado lleno de matices culturales.

Tenor
Al saborear ese instante, me percaté de que la comida tiene el poder de evocar sentimientos profundos, de hacerte partícipe de rituales y costumbres que se transmiten de generación en generación. Cada bocado me hizo comprender que detrás de cada receta se esconde una historia de encuentros, de esfuerzos y de pasión por preservar lo genuino.
Para un colombiano, el ajiaco santafereño es más que una sopa, es un abrazo caliente en un plato hondo, un lazo con la historia y una invitación a la sobremesa. Nació en las cocinas de Bogotá, cuando el encuentro de culturas mezcló ingredientes indígenas con costumbres traídas de España. Con el tiempo, se convirtió en el plato insignia de la capital, un símbolo de hogar y tradición que resiste la modernidad sin perder su esencia.
El corazón de este plato son las papas: pastusa, sabanera y criolla, cada una con su función precisa, pero si no se las consigue, eso no quiere decir que no se pueda preparar el plato y no quede igual de delicioso, con cuerpo, con espesor y de color dorado perfecto. A las papas se suman el pollo desmenuzado, la mazorca tierna y la guasca, esa hierba inconfundible que define su aroma y su identidad. No es una receta complicada, pero requiere paciencia, porque el secreto está en dejar que todo se una a fuego lento, que el almidón haga su trabajo y que la cocina se impregne de ese olor que anuncia comida casera.
Servirlo es casi un ritual. En un lado del plato, las alcaparras esperan su turno para aportar ese toque salado y vibrante. La crema de leche, opcional pero infaltable para muchos, suaviza el caldo y le da una textura sedosa. El aguacate, cortado en láminas generosas, complementa cada cucharada con su untuosidad. Y claro, no puede faltar el arroz blanco, sencillo pero reconfortante, el equilibrio perfecto para la intensidad del ajiaco.

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Cada cucharada es un viaje. El primer bocado trae el calor del caldo, el segundo deja sentir la ternura de la mazorca y el tercero descubre la sorpresa crujiente de las alcaparras. Es un plato que no se come con prisa, porque el ajiaco invita a la conversación, a la pausa y al disfrute. No es raro que en Bogotá sea sinónimo de reunión familiar, de domingos en casa o de almuerzos largos en algún restaurante.
Creo que más allá de la receta, el ajiaco es un reflejo de la ciudad que lo vio nacer. Una mezcla de influencias, una combinación de elementos que parecen distintos pero que juntos crean algo único. Es Bogotá en un plato: frío en la superficie, cálido en el fondo y siempre dispuesto a sorprender.
Justamente hoy lo vamos a preparar en casa.
Esta fue una publicación de domingo.
Gracias por pasarse a leer un rato, amigas, amigos, amigues de Blurt.
Que tengan un excelente día y que Dios los bendiga grandemente.
Saludines, camaradas blurtinenses!!
Sunday, february 2nd, 2025.
Exploring the culinary richness of Cundinamarca became an intimate journey into the very essence of its people and traditions. During a tour of its landscapes, I came across unique proposals that emerge from the fusion between the ancestral and the contemporary. In a remote corner, a homemade recipe revealed inherited secrets, in which products from the countryside are transformed into surprising creations, reflecting the deep connection between land and soul.
As I walked through towns full of history, I tasted preparations that capture the identity of hardworking and passionate communities, where each ingredient is carefully chosen and mixed in culinary rituals full of meaning. The experience felt like a silent dialogue between intense flavors, captivating aromas and textures that invite you to stop and appreciate the authenticity of each proposal. This gastronomic journey taught me to value the diversity of cultural expressions and the creativity that flourishes in each dish, leaving an indelible mark of admiration and gratitude towards a territory that celebrates its heritage through food.

Tenor
One of the most representative soups is ajiaco. Very few people in all of Cundinamarca do not know this typical dish of Colombian tables because it is an exquisite mix of flavors and nutrition. The first time I experienced this fusion of flavors, it felt like discovering a secret kept in the heart of the city. That afternoon, in the midst of a cozy atmosphere full of stories, each spoonful seemed to tell a tale of tradition and passion.
As I approached this dish, I noticed a mix of textures and aromas that awakened in me memories of ancient, almost forgotten times. The smoothness of the broth was intertwined with the firmness of carefully selected ingredients, creating an unexpected harmony on my palate. The various components complemented each other in a unique way: the creaminess that slid smoothly, the herbal touch that evoked distant gardens, and a salty pinch that, in each bite, seemed to seal a pact with history.
The first contact was so revealing that every detail was etched in my memory: the contrast between the richness of the chicken and the sweetness of the corn cob, the subtlety offered by the various varieties of tubers, and a final touch that recalled warm hugs on cold days. That experience was an invitation to let yourself be carried away by the authenticity of the local cuisine, to feel the connection between the present and a past full of cultural nuances.

Tenor
Savoring that moment, I realized that food has the power to evoke deep feelings, to make you participate in rituals and customs that are passed down from generation to generation. Each bite made me understand that behind each recipe lies a story of encounters, of efforts and of passion to preserve what is genuine.
For a Colombian, ajiaco santafereño is more than a soup, it is a warm hug in a deep dish, a link with history and an invitation to dessert. It was born in the kitchens of Bogotá, when the meeting of cultures mixed indigenous ingredients with customs brought from Spain. Over time, it became the signature dish of the capital, a symbol of home and tradition that resists modernity without losing its essence.
The heart of this dish is the potatoes: pastusa, sabanera and criolla, each with its precise function, but if you can't get them, that doesn't mean you can't prepare the dish and it won't turn out just as delicious, with body, thickness and a perfect golden color. Shredded chicken, tender corn and guasca, that unmistakable herb that defines its aroma and identity, are added to the potatoes. It's not a complicated recipe, but it requires patience, because the secret is to let everything come together over a slow fire, let the starch do its work and let the kitchen become impregnated with that smell that announces home-cooked food.
Serving it is almost a ritual. On one side of the plate, capers await their turn to add that salty and vibrant touch. The cream, optional but essential for many, softens the broth and gives it a silky texture. The avocado, cut into generous slices, complements each spoonful with its creaminess. And of course, you can't miss the white rice, simple but comforting, the perfect balance for the intensity of the ajiaco.

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Each spoonful is a journey. The first bite brings the warmth of the broth, the second lets you feel the tenderness of the corn on the cob, and the third reveals the crunchy surprise of the capers. It is a dish that is not eaten in a hurry, because ajiaco invites conversation, pause, and enjoyment. It is not unusual that in Bogotá it is synonymous with family gatherings, Sundays at home, or long lunches in a restaurant.
I think that beyond the recipe, ajiaco is a reflection of the city that saw it born. A mix of influences, a combination of elements that seem different but together create something unique. It is Bogotá on a plate: cold on the surface, warm on the bottom, and always ready to surprise.
Today we are going to prepare it at home.
This was a sunday post.
Thanks for stopping by to read for a while, Blurt friends.
Have a great day and may God bless you greatly.
Regards, comrades blurtarians!!
Translation: Deepl.com