[Esp/Eng] Publicación de jueves // Thursday post

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Jueves, 16 de enero, 2025.

El teletrabajo, como concepto, puede parecer una invención reciente, pero sus raíces se hunden en el pasado, mucho antes de la revolución digital. La idea de trabajar fuera de una oficina centralizada comenzó a tomar forma con la Revolución Industrial, cuando las fábricas reemplazaron las economías agrarias y obligaron a las personas a trasladarse a centros urbanos para laborar. Sin embargo, incluso en ese contexto, el trabajo remoto ya existía en formas rudimentarias. Los artesanos y comerciantes trabajaban desde sus hogares o talleres, manteniendo una conexión directa entre su espacio personal y su sustento.

El verdadero germen del teletrabajo moderno emergió en la segunda mitad del siglo XX, en un momento en el que la tecnología comenzaba a alterar las estructuras tradicionales de comunicación. En la década de 1970, el investigador Jack Nilles acuñó el término "telecommuting" mientras exploraba formas de reducir la congestión urbana y el consumo de energía. Sus ideas parecían visionarias, pero las limitaciones tecnológicas de la época dificultaron su adopción masiva. Los ordenadores personales eran raros, las redes de telecomunicaciones eran costosas y el acceso a internet, tal como lo conocemos hoy, estaba en una vía interminable y en bucle que ejemplificaba las décadas de distancia para que se realizara.

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En los años 80 y 90, el desarrollo de herramientas como el correo electrónico y los primeros sistemas de computación en red permitió que algunas empresas comenzaran a experimentar con el teletrabajo. Estos experimentos solían estar limitados a empleados específicos, generalmente en industrias tecnológicas o de consultoría. En aquel entonces, trabajar desde casa no era visto como una opción viable para la mayoría; existía una percepción cultural de que la productividad estaba vinculada a la presencia física en un espacio de oficina.

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Con la llegada del internet de banda ancha a principios del siglo XXI, la posibilidad del teletrabajo comenzó a consolidarse. Las plataformas de colaboración en línea, las videollamadas y las herramientas de gestión de proyectos se convirtieron en elementos esenciales para que las personas pudieran trabajar desde cualquier lugar. Este periodo marcó un cambio notable en cómo las organizaciones y los empleados entendían el concepto de trabajo. Las compañías multinacionales empezaron a adoptar modelos híbridos que combinaban la presencia en oficina con el trabajo remoto, reconociendo los beneficios en términos de ahorro de costos y flexibilidad laboral.

La pandemia de COVID-19 en 2020 fue un catalizador sin precedentes para el teletrabajo. En cuestión de semanas, millones de trabajadores alrededor del mundo trasladaron sus oficinas a sus hogares. Esta transición forzada desafió las ideas tradicionales sobre la productividad y demostró que muchas tareas podían realizarse eficientemente sin necesidad de un espacio físico compartido.

En mi caso, como el de muchos profesionales de la salud, quienes estuvimos luchando palmo a palmo con la muerte de los pacientes, familiares, colegas y amigos, nunca pudimos saber lo que significaba la palabra teletrabajo, nunca pudimos hacerla práctica, pero sí sabíamos que era un respiro momentáneo para evitar contagios masivos en las empresas o en los centros de estudios (escuelas, colegios, universidades).

Hoy en día, el teletrabajo sigue evolucionando, adaptándose a nuevas tecnologías y cambiando las expectativas tanto de los empleadores como de los empleados. La promesa de un equilibrio entre la vida laboral y personal, la posibilidad de trabajar desde cualquier parte del mundo y la reducción del impacto ambiental asociado a los desplazamientos son factores que han consolidado el teletrabajo como una parte integral del futuro laboral.

Sin embargo, también plantea interrogantes sobre el papel de las oficinas, la salud mental de los trabajadores y la necesidad de establecer normativas que protejan tanto a las empresas como a los empleados en este modelo emergente. Se ha puesto de manifiesto los retos que se deben enfrentar debido a la falta de separación entre la vida personal y laboral (hogares rotos al borde del colapso y el divorcio), el aislamiento social (que observamos el día de hoy) y las desigualdades en el acceso a tecnología en familias de escasos recursos que, por los costos elevados, no podían permitirse la compra de un aparato electrónico para que sus hijos puedan recibir las clases vía Zoom y tampoco adquirir un plan de internet porque, al perder sus empleos, ya no tenían el dinero para suplir esa necesidad.

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La pandemia terminó, todos volvimos a la "normalidad", pero algunas empresas y centros de estudios siguen con la misma modalidad de realizar sus actividades en casa a través de un computador y una buena señal de internet, eso me lleva a pensar en que, aunque lleno de ventajas, el teletrabajo presenta retos que han cobrado mayor relevancia a medida que esta modalidad se consolida en el mundo laboral.

Uno de los desafíos más evidentes es la gestión del tiempo porque la flexibilidad que ofrece trabajar desde casa puede convertirse en una trampa para quienes no logran establecer límites claros entre la vida personal y profesional. La línea que separa ambos mundos se difumina, y muchos terminan trabajando más horas de las que trabajarían en una oficina tradicional. Esto, a su vez, puede desencadenar agotamiento y afectar la salud mental y por consiguiente, las emociones.

Otro obstáculo importante es la conexión humana porque la interacción cara a cara en un entorno laboral tradicional no solo fomenta la colaboración, sino que también refuerza el sentido de pertenencia. En el teletrabajo, estas conexiones tienden a ser más superficiales, limitadas por las pantallas y los horarios establecidos para reuniones virtuales. La falta de contacto físico, especialmente para quienes valoran el trabajo en equipo como una fuente de motivación, puede llevar a sentimientos de aislamiento y soledad.

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La tecnología, aunque es el pilar del teletrabajo, también puede ser un punto débil. La dependencia de una conexión estable a internet y dispositivos funcionales expone a los trabajadores a interrupciones que están fuera de su control. Además, no todos cuentan con los recursos necesarios para crear un espacio de trabajo adecuado en casa, lo que puede afectar su productividad y bienestar.

Otro reto menos visible, pero igual de importante, es la equidad. No todas las personas tienen las mismas oportunidades para teletrabajar, ya sea por la naturaleza de su empleo o por su contexto socioeconómico. Esto puede acentuar las desigualdades existentes, dejando a ciertos grupos en una posición desfavorable. Las organizaciones también enfrentan sus propios desafíos. Adaptar la gestión de equipos a un entorno remoto implica repensar estrategias, procesos y herramientas. Los líderes deben aprender a confiar en sus equipos, enfocándose en los resultados en lugar de las horas trabajadas mientras encuentran formas efectivas de mantener el compromiso y la cultura organizacional.

El teletrabajo no es un modelo perfecto, pero sus retos no son insuperables. Creo que va enfocado a una combinación de adaptabilidad, innovación y empatía, tanto por parte de los trabajadores como de las empresas, para encontrar un equilibrio que permita aprovechar sus beneficios sin perder de vista las necesidades humanas y organizacionales en una crónica de cómo trabajamos, pero también reflexionamos mientras cambiamos como sociedad en respuesta a los avances tecnológicos y lo que como personas requerimos.

Les dejo este video para que relajen la vista un rato...

Esta fue una publicación de jueves.

Gracias por pasarse a leer un rato, amigas, amigos, amigues de Blurt.

Que tengan un excelente día y que Dios los bendiga grandemente.

Saludines, camaradas blurtinenses!!

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Thursday, january 16th, 2025.

Telecommuting, as a concept, may seem like a recent invention, but its roots lie in the past, long before the digital revolution. The idea of ​​working outside a centralized office began to take shape with the Industrial Revolution, when factories replaced agrarian economies and forced people to move to urban centers to work. However, even in that context, remote work already existed in rudimentary forms. Artisans and tradesmen worked from their homes or workshops, maintaining a direct connection between their personal space and their livelihood.

The true germ of modern telecommuting emerged in the second half of the 20th century, at a time when technology was beginning to disrupt traditional communication structures. In the 1970s, researcher Jack Nilles coined the term “telecommuting” while exploring ways to reduce urban congestion and energy consumption. His ideas seemed visionary, but the technological limitations of the time made it difficult for them to be widely adopted. Personal computers were rare, telecommunications networks were expensive, and Internet access as we know it today was on an endless, looping path that exemplified how decades away it would be.

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In the 1980s and 1990s, the development of tools such as email and early networked computing systems allowed some companies to begin experimenting with teleworking. These experiments were often limited to specific employees, usually in technology or consulting industries. Back then, working from home was not seen as a viable option for most; there was a cultural perception that productivity was tied to physical presence in an office space.

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With the advent of broadband internet in the early 2000s, the possibility of teleworking began to take hold. Online collaboration platforms, video calls, and project management tools became essential elements for people to be able to work from anywhere. This period marked a notable shift in how organizations and employees understood the concept of work. Multinational companies began to adopt hybrid models that combined office presence with remote work, recognizing the benefits in terms of cost savings and work flexibility.

The COVID-19 pandemic in 2020 was an unprecedented catalyst for teleworking. Within weeks, millions of workers around the world moved their offices to their homes. This forced transition challenged traditional ideas about productivity and demonstrated that many tasks could be performed efficiently without the need for a shared physical space.

In my case, like that of many health professionals, who were struggling hand to hand with the death of patients, family members, colleagues and friends, we could never know what the word teleworking meant, we could never put it into practice, but we did know that it was a momentary respite to avoid mass infections in companies or in educational centres (schools, colleges, universities).

Today, teleworking continues to evolve, adapting to new technologies and changing the expectations of both employers and employees. The promise of a balance between work and personal life, the possibility of working from anywhere in the world and the reduction of the environmental impact associated with commuting are factors that have consolidated teleworking as an integral part of the future of work.

However, it also raises questions about the role of offices, the mental health of workers and the need to establish regulations that protect both companies and employees in this emerging model. The challenges that must be faced due to the lack of separation between personal and work life have been highlighted (broken homes on the verge of collapse and divorce), social isolation (which we observe today) and inequalities in access to technology in low-income families who, due to high costs, could not afford to buy an electronic device so that their children could receive classes via Zoom, nor could they acquire an internet plan because, upon losing their jobs, they no longer had the money to meet that need.

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The pandemic is over, we are all back to "normal," but some companies and educational centers continue with the same modality of carrying out their activities at home through a computer and a good internet signal. This leads me to think that, although full of advantages, teleworking presents challenges that have become more relevant as this modality becomes consolidated in the working world.

One of the most obvious challenges is time management because the flexibility offered by working from home can become a trap for those who fail to establish clear boundaries between personal and professional life. The line that separates both worlds becomes blurred, and many end up working more hours than they would in a traditional office. This, in turn, can trigger burnout and affect mental health and, consequently, emotions.

Another important obstacle is human connection because face-to-face interaction in a traditional work environment not only encourages collaboration, but also reinforces the sense of belonging. In remote work, these connections tend to be more superficial, limited by screens and set schedules for virtual meetings. The lack of physical contact, especially for those who value teamwork as a source of motivation, can lead to feelings of isolation and loneliness.

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Technology, while the cornerstone of remote work, can also be a weak point. Reliance on a stable internet connection and functional devices exposes workers to interruptions that are beyond their control. In addition, not everyone has the resources to create an adequate workspace at home, which can affect their productivity and well-being.

Another less visible, but equally important, challenge is equity. Not everyone has the same opportunities to work remotely, either due to the nature of their employment or their socioeconomic background. This can accentuate existing inequalities, leaving certain groups in an unfavorable position. Organizations also face their own challenges. Adapting team management to a remote environment involves rethinking strategies, processes, and tools. Leaders must learn to trust their teams, focusing on results rather than hours worked while finding effective ways to maintain engagement and organizational culture.

Remote work is not a perfect model, but its challenges are not insurmountable. I think it is focused on a combination of adaptability, innovation and empathy, both on the part of workers and companies, to find a balance that allows us to take advantage of its benefits without losing sight of human and organizational needs in a chronicle of how we work, but also reflect as we change as a society in response to technological advances and what we require as people.

This was a thursday post.

Thanks for stopping by to read for a while, Blurt friends.

Have a great day and may God bless you greatly.

Regards, comrades blurtarians!!

Translation: Deepl.com

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