💊Cápsula Flash💊 | Lo más hermoso

Cada ser humano, creyente en lo espiritual o no, podría contar o recordar un milagro, en mi caso, tengo taaaaaantos milagros que he visto y también he recibido que se me haría imposible contarlos todos, pero uno de los que siempre en mi mente estará es el que ocurrió cuando mi querido loquero y yo estuvimos alojados en un sitio que es administrado por un grupo de monjitas con las que aprendimos muchas cosas mientras nos acompañaban en nuestro proceso de recuperación.

Pasamos una bonita mañana-tarde, tranquila, acompañados de una que otra pieza musical y viendo el paisaje que nos regalaba la ventana, demasiado blanco para mi gusto, pero como siempre maravillados porque recordamos que un copo de nieve no se parece a otro cuando se los mira en el microscopio, que así somos cada ser humano; describimos en una libreta nuestras percepciones y luego de apagar el celular nos metimos en la cama porque hacía bastante frío. Escuché que la puerta sonó con desespero, pero al estar ganada por el sueño no le presté atención, sin embargo, Benjamín se levantó a abrir.

Se trataba de una de las monjitas, necesitaban ayuda, pero una bastante complicada, a pesar de que Benjamín es médico. Cuando esto pasó, solo estaba la enfermera, nadie más; cuando entramos al sitio hacia donde ella nos llevó, recibimos una enorme y no tan agradable sorpresa.

Honestamente no sabíamos que a una de las pacientes, su familia la había abandonado en ese lugar porque ya no sabían qué más hacer con ella y su tremenda barriga de embarazo, el cual, de acuerdo a lo que la enfermera dijo era de 39 semanas. Según otra de las hermanas que se encargan de los pacientes, vio a esta muchacha de 25 años en el piso del baño de su habitación con un dolor indescriptible, es que no se la podía ni mover porque se quejaba, aparte de ponerse a la defensiva y no hablar ni una palabra, cosa que dificultaba más el trabajo de las pobres monjitas.

Al ver en el compromiso que quisieron meter a Benjamín, él fue tajante y les dijo de primera que era psiquiatra; que existen muchas razones por las que se presentan contracciones prematuras y no necesariamente es inicio de un parto; que si está dilatando eso lleva horas y más si es primeriza; que el tiempo en que fueron a buscarlo mejor lo hubiesen invertido en llamar a la obstetra que seguía su caso, según dijeron, trataron de localizarla, pero nada que contestaba.

Puede que él haya atendido partos en su formación pre profesional, pero no quería meter las manos en un área que no le correspondía intervenir, ya que un parto no es un juego, y más si todo se complica a través de la necesidad hasta de una cesárea o técnicas propias de la especialidad obstétrica... en pocas palabras: si algo se complicaba, él no estaba dispuesto a recibir demandas por negligencia que la familia, en realidad negligente, le interpusiera.

Estar en ese increíble dolor y aparte la depresión fueron dinamita pura en esa habitación, así que entre las monjitas y yo lo convencimos para que ayudara a esa niña. Se acercó a ella y le preguntó que si le permitía ayudarla; al ver su respuesta positiva, consideró que lo mejor era llevarla a la sala de urgencias del centro médico porque en el suelo sería muy incómodo; la levantó con sumo cuidado, la ayudó a sentarse en la silla de ruedas que trajeron y nos fuimos.

Entre llanto, sudor y taladrantes molestias por el normal dolor que la aquejaba, Benjamín le iba diciendo que al final del día ya no recordaría la infelicidad, solo aparecería lo hermoso, el milagro de la vida, y la alegría.

Llegamos a la sala de urgencias, entre las monjitas y yo la acomodamos en una de las camillas y mi marido hizo el resto. Yo en la mente iba rezando todo lo que me sé desde que tengo uso de la razón para que las cosas salieran bien durante el parto, etapa en la que él tuvo la paciencia y el tiemple de un santo.

Entre las explicaciones que le daba para que las contracciones no le molestaran tanto y los tiempos de espera sean más relajados se hicieron 4 horas hasta que por fin esa traviesa niña vio la luz del mundo luego de un arduo trabajo suyo y de su mamá.

Se veía tan linda, tan especial y delicada, un regalo del Cielo, era una bendición enorme... parecía una hoja dorada de otoño que si se la recoge sin cuidado se puede romper. Con precaución, Benjamín la puso en el pecho de su mamá después de darle una pequeña limpiadita y envolverla bien en una tela quirúrgica anti fluido y una toalla caliente que le dijo a la enfermera que ponga en el esterilizador un rato.

Dejamos estable a la chica y a su bebé recién nacida también; nos dispusimos a regresar a nuestra habitación, y entonces, al llegar, otra sorpresa ya sin tensiones añadidas apareció porque hasta el rabino que nos casó hizo acto de presencia. Estuvimos tan alejados de la realidad que ni por idea que era 25 de Kislev; es que ni recordamos que mi hermano mayor nos escribió días antes para decirnos que todos irían a buscarnos a esa casa de reposo para que no nos perdiéramos del encendido de la janukia (un candelero de nueve brazos).

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En la habitación que estábamos hospedados no entrábamos holgaditos, por eso, hablamos con las monjitas y nos prestaron la cocina para armar la celebración, pero no quedó ahí, sino que les hicimos la invitación a todas para que nos acompañen porque entre más personas se unen, sin importar la creencia religiosa que estas tengan, mucho mejor porque los milagros nos endulzan y abrigan más.

Milagros, dulces milagros que el Jánuca nos ofrece entre cajas de sufganiyot (unas masitas fritas y rellenas, típicas de la festividad; deliciosas, pero verdaderas bombas diabéticas que solo nos permitimos una vez al año); entre juegos con el dreidel; entre el recordar los propósitos de la unidad; entre el contar la historia de la valerosa familia macabea de antaño y su labor; entre bailes al son de buen klezmer, y cantos de melodías típicas, como esta, que es una de mis favoritas: