Santa Claus y su regalo especial.

El reloj del campanario anunciaba un nuevo día. Las campanadas resonaban en la gran ciudad de Harmony dando inicio a la llegada de la navidad.

Los niños retozaban por doquier desde muy temprano. De la mano de sus padres recorrían tiendas de juguetes y revisaban vidriera tras vidriera con sus ojillos llenos de ilusiones. La alegría hacía vibrar hasta los más viejos de la gran ciudad.

Allí, en medio de la nevada plaza estaba Santa Claus, sentado en su trineo repleto de regalos y tirado por el reno más vigoroso y veloz. Su manto rojo siempre impecable y su larga barba blanca, tan cuidada que daba gusto verla. El espectáculo era tan perfecto que nadie reparaba en lo inamovible del conjunto, roto solamente por aquellos ojos que miraban a su alrededor analizando cada niño que pasaba cerca.

Santa los estudiaba a todos. Escudriñaba cada pequeño desde sus risas y travesuras hasta su modo de vestir, incluido el adulto que los llevaba de la mano.

Sus sentidos eran tan especiales que podía distinguir quiénes se habían portado bien los últimos días y quiénes no. Para los buenos tenía un regalo especial, uno inolvidable. En cambio los majaderos y malvados no recibirían nada en absoluto.

-¡A cada quien lo que merece!- Dejaba escuchar cada unos minutos, seguido de un grave ¡Ho-Ho-Ho! que rompía el silencio. Era inevitable pasar por su lado sin observarlo.

El día transcurría así, hasta llegar la noche. Entonces la plaza se llenaba de miradas inquietas y rostros inocentes que entre carcajadas pedían fotografiarse junto a Santa, en un deseo de eternizar aquel maravilloso momento. Luego dejaban escapar sus gritos solicitando un juguete, el merecido.

El anciano se ponía de pie y preguntaba quién entre los presentes había sido el mejor niño en todo el año, el más respetuoso y educado, bondadoso y generoso, inteligente y obediente.

Muchos eran los nombres que se escuchaban entre la multitud, niñas y niños, grandes y pequeños, felices y esperanzados de ser el elegido de esa noche. Pero él caminaba entre todos y seleccionaba uno.

Su instinto no fallaba, era el más callado y noble, con un corazón puro rebosante de buenos sentimientos. Solo él merecía su regalo especial y le era permitido además acariciar su pomposa barba.

-¡Pide lo que quieras, pequeño! ¡Yo te lo daré!- Decía entusiasmado con voz tierna y agradable, transmitiendo alegría.

Y aquel pequeño mirando sus ojos llenos de brillo se acercaba a su oído susurrando su petición.

-¡Deseo concedido! Gritaba entonces Santa, mientras sacaba de su enorme saco rojo el obsequio y lo entregaba en sus manitas.

La plaza se llenaba de júbilo y algarabía, entre villancicos entonados por los niños y bailes de los adultos tomados de las manos alrededor de una fogata. La festividad se vivía así hasta que el reloj del campanario anunciaba el término de aquella noche.

Luego cada quien se disponía a regresar a su hogar para descansar tras un día de completa felicidad. Todos se marchaban aprisa conversando y cantando excepto Santa. Él permanecía en silencio tan inmóvil como su reno de plástico, observando todo a la espera del momento oportuno.

Entonces bajaba del trineo rápido cuál relámpago y atrapaba entre sus manos al niño elegido, ocultándolo en su enorme saco. El bullicio continuaba durante unos minutos más, ahogando los gritos que surgían entre las fuertes telas rojas mientras Santa se alejaba hasta las afueras de la ciudad.

Allí, bajo la nieve pálida sepultaba para siempre aquella alma inocente que le recordaba la bondad y el amor puro que jamás pudo sentir en su frío corazón.

Y otra vez regresaba a ocupar el puesto principal en la enorme plaza de la gran ciudad de Harmony, a continuar interpretando el mismo papel como figura especial en aquellas fiestas navideñas, año tras año, como exigía la aburrida tradición, dejando escapar su grave y divertido ¡Ho-Ho-Ho!

(Fin.)
Relato de Ficción de mi autoría, creado para blurt.

Imágenes propias creadas en CreArt para complementar la historia. Utilicé el modo "ilustración" para recrearlas.

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