Cada persona tiene su manera de asumir las cosas, y eso es algo que nunca deja de sorprenderme. A veces vivimos tan metidos en nuestras propias perspectivas que olvidamos que los demás no ven el mundo como nosotros lo hacemos. Lo que para uno puede ser una dificultad inmensa, para otro puede ser una simple oportunidad de aprendizaje. Y no es que uno esté bien y el otro esté mal, simplemente somos diferentes, y esas diferencias son las que nos hacen únicos.
He notado que frente a una misma situación, dos personas pueden reaccionar de maneras totalmente opuestas. Algunas enfrentan los problemas con una actitud resiliente, buscando soluciones y manteniendo la calma. Otras, por el contrario, pueden sentirse abrumadas, paralizadas incluso. Pero no se trata de juzgar cómo alguien más maneja sus circunstancias, porque nadie sabe realmente lo que está cargando esa persona o las herramientas que tiene a su disposición para afrontar la vida.
La manera en la que asumimos las cosas depende de muchas cosas: nuestra educación, nuestras experiencias pasadas, nuestra personalidad, e incluso de cómo nos sentimos en un día particular. A veces, lo que nos afecta profundamente en un momento de nuestra vida puede parecer insignificante en otro. Y creo que ahí está una de las grandes lecciones: entender que estamos en constante cambio, y que las circunstancias también lo están.
Aceptar que cada quien tiene su forma de lidiar con la vida también nos ayuda a ser más empáticos. ¿Cuántas veces hemos juzgado a alguien sin saber por lo que está pasando? A veces damos por hecho que las personas deberían actuar como nosotros lo haríamos, pero esa expectativa solo nos lleva a la frustración. Cada quien hace lo mejor que puede con lo que tiene, y eso incluye sus fortalezas y sus debilidades.
Es fácil caer en comparaciones, preguntándonos por qué alguien parece manejar las cosas mejor que nosotros, o por qué nos cuesta tanto cuando a otros no parece afectarles. Pero la realidad es que nadie vive las mismas experiencias, ni tiene las mismas herramientas emocionales para afrontarlas. Compararnos no solo es inútil, sino que nos roba la oportunidad de enfocarnos en nuestro propio proceso.
Creo que también es importante recordar que nuestra manera de asumir las cosas puede cambiar. La vida nos enseña, a veces con suavidad y otras con dureza, y esas lecciones van moldeando nuestra forma de ver el mundo. Tal vez antes algo nos hacía perder el control, pero con el tiempo aprendemos a respirar, a soltar, y a buscar soluciones en lugar de preocuparnos sin medida.
Al final, la clave está en encontrar nuestra propia forma de avanzar, sin tratar de imitar a los demás ni esperar que ellos imiten nuestra manera de ser. Es un proceso de autoaceptación y también de respeto hacia los otros. Porque lo que funciona para uno puede no funcionar para otro, y eso está bien.
La vida es un camino lleno de desafíos, pero también de aprendizajes. Cada uno recorre su propia ruta, a su ritmo y con su estilo. Y creo que ahí radica la verdadera belleza: en la diversidad de formas de vivir, de sentir, y de asumir lo que nos toca. Cada quien con su propia historia, su propia lucha, y su propia manera de seguir adelante.
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