A veces pensamos que el tiempo lo cura todo, que con los días, los meses o los años, las heridas se van cerrando solas. Pero la verdad es que hay dolores que se quedan ahí, ocultos bajo la superficie, disfrazados de indiferencia, de distancia o de frialdad. No se ven, pero se sienten. Se sienten en la tensión del cuerpo, en los pensamientos que regresan sin avisar, en la forma en la que ciertas situaciones nos remueven por dentro.

El resentimiento es así, un peso que cargamos sin darnos cuenta, una carga que, lejos de protegernos, nos mantiene atados a lo que nos hizo daño. Porque al final, el rencor no afecta a quien lo provocó, sino a quien lo sostiene. Es como una herida que decidimos no sanar del todo, una puerta que dejamos entreabierta al pasado, impidiendo que el presente sea realmente ligero.
A veces, pensamos que soltar significa justificar lo que pasó, minimizar lo que nos dolió. Pero no es así. Perdonar no es decir que estuvo bien, ni fingir que no nos lastimaron. Perdonar es reconocer lo que ocurrió, validar lo que sentimos y, aun así, decidir que no queremos seguir cargando con ello.

Porque el resentimiento no cambia lo que pasó, pero sí cambia lo que somos ahora. Nos convierte en personas más tensas, más desconfiadas, más cerradas. Nos roba energía, nos quita paz, nos hace vivir en un estado de guerra interna que muchas veces ni siquiera notamos hasta que nos atrevemos a soltar.
Pero, ¿cómo se suelta algo que nos marcó tan profundamente? No hay una fórmula exacta, pero el primer paso es darnos cuenta de que aferrarnos a ese dolor solo nos sigue lastimando. Es empezar a ver que merecemos sentirnos bien, que merecemos dejar de alimentar esa historia en nuestra mente una y otra vez.
A veces, ayuda escribirlo, sacarlo de la cabeza y ponerlo en palabras. Otras veces, es hablarlo con alguien de confianza, entender lo que pasó desde una perspectiva más amplia, darnos cuenta de que el otro, por más daño que haya causado, también es humano, con sus propias heridas y limitaciones. No se trata de justificar, pero sí de liberar el peso que llevamos dentro.
También ayuda recordar que soltar no siempre es un acto inmediato. A veces es un proceso, una decisión que tomamos una y otra vez, hasta que un día nos damos cuenta de que ese recuerdo ya no duele igual, de que ya no nos pesa tanto.

Y cuando logramos soltar, cuando nos permitimos dejar ir el resentimiento, algo cambia en nosotros. Nos sentimos más livianos, más en paz. Nos damos cuenta de que la vida sigue, de que hay mucho más por vivir sin la sombra del pasado condicionando cada paso.
Porque al final, aferrarnos al rencor es seguir atados a lo que nos hirió. Y soltarlo, aunque cueste, es el mayor acto de amor propio que podemos hacer. Es elegir nuestra paz antes que nuestra herida. Es darnos la oportunidad de seguir adelante sin el peso de lo que ya no podemos cambiar.

** Your post has been upvoted (31.79 %) **
Curation Trail is Open!
Join Trail Here
Delegate more BP for bigger Upvote + Daily BLURT 😉
Delegate BP Here
Upvote
https://blurtblock.herokuapp.com/blurt/upvote
Thank you 🙂 @tomoyan