Los humanos somos sensibles, aunque a veces pretendamos lo contrario. Nuestra mente y cuerpo están diseñados para reaccionar ante estímulos que percibimos como amenazas, lo cual es una herramienta de supervivencia. Sin embargo, en el mundo actual, estas amenazas no suelen ser físicas, sino emocionales, y muchas veces, las buscamos o permitimos entrar en nuestra vida sin darnos cuenta del daño que nos causan. Por eso, evitar exponernos a hechos que generen angustia no es solo un acto de autocuidado, sino una necesidad para mantener nuestro bienestar mental.
Pensemos en algo tan cotidiano como las noticias. Vivimos en una era donde la información está al alcance de un clic, y aunque esto tiene sus ventajas, también nos expone constantemente a un flujo de negatividad. Guerras, desastres, crisis económicas, tragedias personales de desconocidos... todo se convierte en parte de nuestro día a día. Y aunque no lo vivamos directamente, nuestra mente lo absorbe como si lo hiciera. Esa sensación de angustia que aparece después de leer un titular alarmante o de ver imágenes impactantes no es casualidad; es nuestra respuesta natural al estrés.
No se trata de ignorar lo que ocurre en el mundo, pero sí de ser selectivos con lo que permitimos que nos afecte. Preguntarnos: "¿Esto es algo que puedo cambiar o controlar?" Si la respuesta es no, tal vez sea mejor dejarlo pasar. Llenarnos de información angustiante que no podemos resolver solo alimenta nuestra ansiedad, y al final, termina afectando nuestra salud física y emocional.
Lo mismo ocurre con las personas a nuestro alrededor. Todos hemos tenido alguna vez a alguien en nuestra vida que parece vivir en un constante estado de drama o negatividad. Estar cerca de ellos puede ser agotador, porque, sin darnos cuenta, absorbemos su angustia como si fuera nuestra. Aprender a establecer límites sanos con este tipo de relaciones es vital. No es egoísmo; es un acto de amor propio. Si alguien nos está arrastrando a un estado de estrés constante, debemos ser honestos y decidir si esa relación vale el desgaste emocional.
Incluso nuestras propias decisiones diarias pueden exponernos a angustias innecesarias. Vivir pendientes del "qué dirán," compararnos con los demás, o exigirnos metas irreales son fuentes de estrés que podemos evitar si aprendemos a ser más amables con nosotros mismos. La clave está en reconocer que no tenemos que cargar con todo, que no siempre podemos estar al tanto de todo ni resolver cada problema. Aceptar nuestras limitaciones nos libera.
Claro, evitar la angustia no significa ignorar los problemas o vivir en una burbuja. Es importante enfrentar las dificultades reales cuando surgen, pero no debemos buscarlas donde no existen. Un equilibrio saludable implica reconocer lo que nos afecta y elegir conscientemente qué permitimos en nuestra vida. Si algo nos genera angustia constante y no es indispensable, tal vez sea momento de dejarlo ir.
Cuidar nuestra paz no es un lujo, es una prioridad. En un mundo lleno de estímulos que nos saturan, aprender a filtrar lo que entra en nuestra mente y corazón es un acto de rebeldía y, a la vez, de sabiduría. Porque, al final, nuestra tranquilidad no tiene precio.
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