La vida es un ciclo, y cuando lo piensas, todo a nuestro alrededor lo confirma. Desde las estaciones del año hasta el ritmo con el que late nuestro corazón, todo sigue un patrón de inicio, desarrollo, culminación y renacimiento. A veces, lo vemos claramente; otras veces, necesitamos tomar distancia para darnos cuenta de que estamos girando en un círculo constante de aprendizajes, logros y nuevas oportunidades.
En ocasiones, nos cuesta aceptar esta idea porque nos aferramos a la ilusión de que todo es lineal. Creemos que la vida tiene un solo camino, un destino fijo que debemos alcanzar a cualquier costo. Pero basta detenernos un momento, observar lo que hemos vivido y comparar los momentos difíciles con los momentos felices para notar que todo, absolutamente todo, tiene un principio y un final, y que siempre estamos volviendo a empezar, aunque de maneras diferentes.
He pasado por etapas en las que pensaba que un fracaso era el final de todo, pero con el tiempo entendí que solo era el cierre de un capítulo para dar paso a otro. Es como las olas del mar, que suben y bajan, llevando consigo todo lo que encuentran, pero siempre regresan para traer algo nuevo. Así es la vida: un vaivén continuo de experiencias que, aunque a veces nos desubiquen, nos empujan a avanzar.
Al entender esto, uno aprende a mirar con menos miedo y más aceptación los cambios que se presentan. Es inevitable que algo termine, pero también lo es que algo nuevo comience. Esa relación que no funcionó, ese trabajo que no era para ti, ese proyecto que no se concretó, todo eso es parte de un ciclo que debía cerrarse para que pudieras abrir otro. Y lo bonito de este proceso es que, aunque a veces no lo notemos, cada ciclo nos transforma. Nos hace más fuertes, más sabios y más conscientes de quiénes somos.
Pienso que a menudo nos preocupamos demasiado por controlar el resultado de cada etapa de nuestra vida, cuando en realidad deberíamos enfocarnos en vivir plenamente cada momento. Porque, al final, el ciclo de la vida no se detiene por nuestras inseguridades o por nuestras expectativas. Avanza, fluye, nos arrastra si no nos movemos con él. ¿Y no es mejor ser parte activa de ese movimiento en lugar de resistirlo?
También hay algo profundamente liberador en saber que todo pasa. Las dificultades que hoy parecen insuperables, eventualmente serán parte del pasado. Y lo mismo ocurre con los buenos momentos: no podemos aferrarnos a ellos para siempre, pero sí podemos disfrutarlos plenamente mientras duran. Este entendimiento nos permite apreciar lo que tenemos, dejar ir lo que ya no nos sirve y esperar con ilusión lo que está por venir.
La vida es un ciclo, sí, pero no es un círculo perfecto. Con cada vuelta que damos, crecemos, aprendemos y nos renovamos. A veces, regresamos al punto de partida, pero no somos los mismos. Y eso es lo que le da sentido a todo: la oportunidad constante de evolucionar, de cambiar, de volver a intentarlo.
Así que, si hoy sientes que algo termina, recuerda que también es el inicio de algo nuevo. Y si estás en medio de un ciclo que no entiendes del todo, confía en que estás exactamente donde necesitas estar. Porque al final, la vida es eso: un ciclo interminable, pero lleno de posibilidades.
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