- Leer Aquí, El Testigo Mudo, Capítulo 1: Desaparecido
Rai revisó los mensajes en el celular confiscado mientras Diego dormía en el sofá. Su intuición le decía que lo peor estaba por venir. El mensaje “Encuentra al niño. Sabe demasiado” se repetía en varias cadenas, lo que indicaba que había más personas involucradas. Aquellos hombres no iban a rendirse tan fácilmente.
Antes de que pudiera analizar los datos con más detenimiento, un ruido en la ventana de su oficina lo sacó de sus pensamientos. Fue un golpe seco, como si algo hubiera caído desde arriba. Se levantó con cautela, apagó las luces, y sacó su arma de un cajón.
El aire en la habitación se tensó. Por un momento, el silencio fue absoluto. Luego, escuchó pasos en el pasillo.
—¿Señor Silva? —la voz era grave y burlona. Alguien había entrado al edificio.
Rai respiró profundo, tomando su linterna. Dio unos pasos silenciosos hacia Diego y lo despertó con suavidad.
—Diego, necesito que te escondas. —Señaló un pequeño armario detrás del escritorio—. Pase lo que pase, no salgas hasta que yo te lo diga.
El niño, aunque asustado, asintió y se metió rápidamente al armario. Rai cerró la puerta y regresó a su posición, esperando que los intrusos dieran el primer paso.
La puerta de su oficina se abrió de golpe, revelando a tres hombres armados. El primero en entrar, un tipo corpulento con un pasamontañas negro, apuntó con una pistola hacia el interior.
—Sabemos que estás aquí, Silva. Entréganos al niño y nadie saldrá herido.
—Esa oferta parece bastante injusta, ¿no? —respondió Rai, ocultándose detrás de su escritorio.
El corpulento rió entre dientes.
—No me hagas repetirlo. Este no es tu problema.
Pero antes de que pudiera seguir hablando, Rai apagó la linterna y lanzó un objeto metálico contra una estantería cercana, haciendo que los hombres se distrajeran momentáneamente. Aprovechó el caos para disparar un tiro que alcanzó la lámpara del techo, oscureciendo la habitación.
—¡Cuidado! —gritó uno de los hombres.
En la oscuridad, Rai se movió rápido, usando su memoria del lugar para evitar obstáculos. Derribó al primer hombre con un golpe en la mano que sostenía el arma, y luego lo noqueó con el mango de su pistola.
—¡Silva! No saldrás vivo de esta —amenazó el segundo hombre, disparando a ciegas.
Rai rodó hacia un lado y lo embistió con fuerza, haciéndolo caer sobre un archivador. Antes de que pudiera reaccionar, lo desarmó y lo dejó inconsciente con un rápido golpe en la nuca.
El tercer hombre, que parecía el líder, retrocedió hacia la salida, apuntando a Rai con precisión.
—Esto no ha terminado. —Dio un paso hacia atrás, con una sonrisa—. Sabemos dónde están ustedes dos.
Rai levantó su arma y disparó al marco de la puerta, obligándolo a huir.
El silencio volvió a llenar la oficina. Rai respiró profundamente, asegurándose de que los hombres estuvieran realmente fuera de combate. Fue entonces cuando escuchó el sollozo ahogado de Diego desde el armario.
—Ya pasó, Diego. —Abrió la puerta y lo ayudó a salir—. Pero tenemos que irnos. Esto no es seguro.
Rai sabía que el ataque no había sido un simple intento de intimidación; esos hombres estaban dispuestos a todo para capturar a Diego.
Rai y Diego salieron por la puerta trasera de la oficina. Aún en la penumbra de la noche, el detective se movía con cautela, vigilando cada esquina. Sabía que los hombres podrían estar esperándolos afuera.
Tomaron un callejón estrecho que llevaba al estacionamiento donde Rai había dejado su auto. Cuando llegaron, un escalofrío le recorrió el cuerpo: dos neumáticos estaban pinchados, y el parabrisas tenía un impacto que claramente no era accidental.
—Maldita sea… —murmuró el detective.
Rai evaluó rápidamente sus opciones. No podían quedarse allí. Miró a lo lejos y notó una vieja camioneta estacionada junto a un taller mecánico.
—Vamos a “pedir prestado” un vehículo, Diego.
El niño lo siguió mientras Rai usaba sus herramientas para forzar la puerta de la camioneta. No era elegante, pero era rápido. Logró arrancarla y los dos subieron justo cuando una figura emergió al final del callejón.
—¡Ahí están! —gritó una voz masculina.
Rai pisó el acelerador, y la camioneta arrancó con un rugido. En el retrovisor, vio cómo los hombres corrían tras ellos, pero se quedaron atrás rápidamente.
Mientras conducía por las calles desiertas, Rai pensaba en los mensajes que había leído. Esto no era solo un secuestro improvisado; alguien quería a Diego porque sabía algo crucial. Y para descubrir qué era, tendría que llegar antes a las respuestas que los hombres que los perseguían.
Rai condujo por horas, alejándose de la ciudad hasta llegar a un pequeño motel en las afueras. Era un lugar desolado, perfecto para esconderse momentáneamente. Mientras Diego descansaba en la cama, Rai repasaba el contenido del celular confiscado. Había algo que no cuadraba: los mensajes hablaban de un documento que Diego supuestamente tenía en su poder, pero el niño parecía no saber nada al respecto.
Rai encendió un cigarro, mirando el cielo oscuro a través de la ventana. Sabía que no podían quedarse ahí por mucho tiempo. Esos hombres no se detendrían hasta conseguir lo que buscaban.
—¿Qué documento es el que quieren, Diego? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
El niño lo miró con confusión. Sin decir una palabra.
Rai frunció el ceño. Había revisado la mochila y no encontró nada fuera de lo común: cuadernos, un libro de matemáticas, una lonchera vacía. Pero algo hizo clic en su mente.
—¿Ese libro de matemáticas? —preguntó con urgencia—. ¿Dónde lo conseguiste? ayúdame por favor Diego
—Lo encontré en la calle, se le cayó a un señor
Rai tomó el libro de la mochila y lo revisó con más detenimiento. Era un libro ordinario a simple vista, pero notó que las páginas centrales parecían más gruesas de lo normal. Rasgó con cuidado el borde y encontró lo que esos hombres buscaban: un USB camuflado entre las hojas.
—Esto es lo que quieren… —murmuró, mirando el pequeño dispositivo en su mano— gracias Diego.
El detective encendió su computadora portátil y conectó el USB. El contenido lo dejó sin aliento: eran archivos confidenciales que implicaban a un grupo de empresarios y políticos en una red de corrupción y tráfico de influencias. Entre los nombres involucrados, reconoció el de un poderoso magnate de la ciudad, Álvaro Mendoza, dueño de varias empresas de seguridad privada. Ahora entendía por qué esos hombres eran tan persistentes: estaban protegiendo a su jefe.
Antes de que pudiera decidir qué hacer, escuchó el motor de un auto acercándose al motel. Rai apagó las luces y se asomó por la ventana. Un sedán negro se detuvo frente a la habitación, y cuatro hombres armados bajaron rápidamente.
—Diego, escóndete. Ahora —ordenó, pasando al niño la llave del baño—. Quédate ahí y no salgas hasta que yo lo diga.
Diego asintió, temblando, y corrió hacia el baño. Rai, con su pistola en mano, se preparó para el enfrentamiento final.
Los hombres rompieron la puerta con una patada, y la habitación estalló en caos. Rai disparó contra el primero que entró, alcanzándolo en el hombro. El segundo lanzó un golpe que Rai esquivó, respondiendo con un puñetazo que lo dejó fuera de combate.
—¡Silva, detente! —gritó uno de los hombres, apuntándolo con un arma. Pero antes de que pudiera disparar, Rai le lanzó un pesado cenicero a la cara, dándole tiempo para arrebatarle el arma y neutralizarlo.
Solo quedaba uno, el líder. Este lo enfrentó con una sonrisa burlona.
—No puedes ganar, Silva. Esto es más grande de lo que crees.
—Tal vez, pero no soy yo quien está acorralado. —Rai dio un paso al costado, revelando que el líder estaba justo frente a un espejo. Detrás de él, Diego había salido del baño con una lámpara en las manos.
Antes de que el hombre pudiera reaccionar, Diego lo golpeó con todas sus fuerzas, dejándolo inconsciente.
—¡Te dije que te quedaras en el baño! —regañó Rai, aunque no podía evitar una sonrisa.
Con todos los atacantes neutralizados, Rai llamó a un viejo amigo en la policía, alguien en quien podía confiar. Entregó el USB y explicó la situación. Los hombres fueron arrestados, y la evidencia en el USB llevó a la caída de Álvaro Mendoza y su red criminal.
En los días siguientes, Rai ayudó a Diego a reunirse con su madre, quien lo abrazó con lágrimas de alivio. Aunque la familia necesitaba empezar de cero, ahora estaban fuera de peligro.
Rai, por su parte, volvió a su oficina, exhausto pero satisfecho. La justicia había prevalecido una vez más. Mientras encendía un cigarro y miraba el amanecer desde su ventana, pensó en las palabras del líder: “Esto es más grande de lo que crees.”
Sabía que aún quedaban enemigos allá afuera, pero por ahora, podía disfrutar de una pequeña victoria.
Rai reviewed the messages on the confiscated phone while Diego slept on the couch. His intuition told him that the worst was yet to come. The message "Find the kid. He knows too much" appeared repeatedly in several chains, indicating that more people were involved. These men were not going to give up so easily.
Before he could analyze the data further, a noise from the window of his office pulled him out of his thoughts. It was a sharp thud, as if something had fallen from above. He got up cautiously, turned off the lights, and took his gun from a drawer.
The air in the room grew tense. For a moment, the silence was absolute. Then, he heard footsteps in the hallway.
—Mr. Silva?—the voice was deep and mocking. Someone had entered the building.
Rai took a deep breath, grabbing his flashlight. He took a few silent steps toward Diego and gently woke him up.
—Diego, I need you to hide. —He pointed to a small closet behind the desk—. Whatever happens, don't come out until I tell you.
The boy, though scared, nodded and quickly hid in the closet. Rai closed the door and returned to his position, waiting for the intruders to make the first move.
The door to his office slammed open, revealing three armed men. The first one to enter, a bulky man wearing a black balaclava, aimed a gun inside.
—We know you're here, Silva. Hand over the kid, and no one will get hurt.
—That offer seems pretty unfair, doesn't it?—Rai replied, hiding behind his desk.
The bulky man chuckled.
—Don't make me repeat myself. This is not your problem.
But before he could continue speaking, Rai turned off the flashlight and threw a metal object against a nearby shelf, momentarily distracting the men. He seized the chaos to fire a shot that hit the ceiling lamp, darkening the room.
—Watch out! —one of the men yelled.
In the darkness, Rai moved quickly, using his memory of the place to avoid obstacles. He knocked the first man down with a blow to the hand holding the weapon, then knocked him out with the butt of his gun.
—Silva! You won't make it out of here alive! —threatened the second man, shooting blindly.
Rai rolled to the side and charged at him, sending him crashing into a filing cabinet. Before he could react, Rai disarmed him and knocked him unconscious with a swift blow to the back of his neck.
The third man, who appeared to be the leader, retreated toward the exit, aiming his gun at Rai with precision.
—This isn't over. —He took a step back, smiling—. We know where you two are.
Rai raised his gun and shot the doorframe, forcing him to flee.
Silence filled the office again. Rai took a deep breath, ensuring that the men were truly incapacitated. It was then that he heard Diego's muffled sob from the closet.
—It's over, Diego. —He opened the door and helped him out—. But we have to leave. This isn't safe.
Rai knew that the attack hadn't been a simple intimidation attempt; these men were willing to do anything to capture Diego.
Rai and Diego exited through the back door of the office. Still in the dim light of the night, the detective moved cautiously, watching every corner. He knew the men could be waiting for them outside.
They took a narrow alley that led to the parking lot where Rai had left his car. When they arrived, a chill ran down his spine: two tires were slashed, and the windshield had an impact that was clearly not accidental.
—Damn it...—the detective muttered.
Rai quickly assessed his options. They couldn’t stay there. He looked into the distance and noticed an old truck parked next to a mechanic’s shop.
—We’re going to 'borrow' a vehicle, Diego.
The boy followed him as Rai used his tools to force open the truck’s door. It wasn’t pretty, but it was quick. He managed to start it, and they both got in just as a figure emerged at the end of the alley.
—There they are! —a male voice shouted.
Rai stepped on the gas, and the truck roared to life. In the rearview mirror, he saw the men running after them, but they quickly fell behind.
As he drove through the deserted streets, Rai thought about the messages he had read. This wasn’t just an impromptu kidnapping; someone wanted Diego because he knew something crucial. And to find out what it was, Rai would have to reach the answers before the men chasing them.
Rai drove for hours, heading out of the city until he reached a small motel on the outskirts. It was a desolate place, perfect for hiding temporarily. While Diego rested on the bed, Rai went over the content of the confiscated phone. There was something that didn’t add up: the messages mentioned a document that Diego supposedly had, but the boy seemed to know nothing about it.
Rai lit a cigarette, gazing at the dark sky through the window. He knew they couldn’t stay there for long. Those men wouldn’t stop until they got what they were looking for.
—What document do they want, Diego? —he finally asked, breaking the silence.
The boy looked at him, confused. He didn’t say a word.
Rai frowned. He had checked the backpack and found nothing unusual: notebooks, a math book, an empty lunchbox. But something clicked in his mind.
—That math book?—he asked urgently. Where did you get it? Help me, please, Diego.
—I found it on the street, it fell from a man.
Rai took the book from the backpack and examined it more closely. It was an ordinary book at first glance, but he noticed that the middle pages seemed thicker than usual. He carefully tore the edge and found what those men were after: a USB camouflaged between the pages.
—This is what they want...—he murmured, looking at the small device in his hand—. Thank you, Diego.
The detective turned on his laptop and plugged in the USB. The contents left him breathless: they were confidential files implicating a group of businessmen and politicians in a network of corruption and influence peddling. Among the names involved, he recognized that of a powerful city magnate, Álvaro Mendoza, owner of several private security companies. Now he understood why those men were so persistent: they were protecting their boss.
Before he could decide what to do, he heard the engine of a car approaching the motel. Rai turned off the lights and peeked through the window. A black sedan stopped in front of the room, and four armed men quickly got out.
—Diego, hide. Now—he ordered, passing the boy the bathroom key—. Stay there and don’t come out until I say so.
Diego nodded, trembling, and ran to the bathroom. Rai, with his gun in hand, prepared for the final confrontation.
The men broke the door with a kick, and the room exploded into chaos. Rai fired at the first man to enter, hitting him in the shoulder. The second threw a punch that Rai dodged, responding with a blow that took him out of the fight.
—Silva, stop!—one of the men yelled, aiming his weapon at him. But before he could fire, Rai threw a heavy ashtray at his face, buying himself time to snatch the weapon and neutralize him.
Only one remained, the leader. He faced him with a mocking smile.
—You can’t win, Silva. This is bigger than you think.
—Maybe, but I’m not the one who’s cornered —Rai stepped aside, revealing that the leader was standing right in front of a mirror. Behind him, Diego had emerged from the bathroom with a lamp in his hands.
Before the man could react, Diego struck him with all his strength, knocking him out.
—I told you to stay in the bathroom! —Rai scolded, though he couldn’t help but smile.
With all the attackers neutralized, Rai called an old friend in the police, someone he could trust. He handed over the USB and explained the situation. The men were arrested, and the evidence on the USB led to the downfall of Álvaro Mendoza and his criminal network.
In the following days, Rai helped Diego reunite with his mother, who hugged him with tears of relief. Though the family would need to start over, they were now out of danger.
Rai, for his part, returned to his office, exhausted but satisfied. Justice had prevailed once again. As he lit a cigarette and watched the sunrise from his window, he thought about the leader's words: "This is bigger than you think."
He knew there were still enemies out there, but for now, he could enjoy a small victory.