(ESP/ENG) El Vecindario sin Salidas

in blurt-1683810 •  3 days ago 

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Cuando Laura y Andrés encontraron una casa asequible en el vecindario "Colinas del Amanecer", creyeron que habían tenido suerte. Era una calle tranquila, rodeada de jardines impecables y vecinos sonrientes que siempre saludaban al pasar. "El lugar perfecto para empezar nuestra vida juntos", pensaron.

La mudanza transcurrió sin problemas, pero desde la primera noche, algo inquietante comenzó a suceder. Laura notó que las calles eran más silenciosas de lo normal. No había ruidos de autos ni pasos, ni siquiera el canto de los pájaros al amanecer. Andrés lo atribuyó al cansancio, pero cuando salieron a hacer las compras al día siguiente, las cosas se volvieron extrañas.

Conducían en dirección a la salida del vecindario, pero cada vez que giraban, volvían al mismo punto: la entrada de su calle. Intentaron otra ruta, pero el resultado era idéntico. El GPS no reconocía las calles, y un sudor frío empezó a correr por la frente de Laura.

—Debe ser un error del sistema —dijo Andrés, tratando de calmarla—. Seguro hay un desvío que no estamos viendo.

Esa noche, al hablar con sus vecinos, ellos rieron como si nada estuviera mal.
—Oh, eso pasa a veces. Colinas del Amanecer puede ser confuso para los recién llegados —dijo la señora Vargas, una mujer mayor con ojos penetrantes.

Cuando Laura insistió, otro vecino, el señor Gutiérrez, le puso una mano en el hombro.
—No te preocupes, hija. Aquí tienes todo lo que necesitas. Es mejor quedarse en casa después de las ocho.

Esa frase quedó dando vueltas en la mente de Laura. Esa misma noche, decidieron caminar en lugar de conducir. Siguieron las calles hasta llegar a lo que creyeron era la salida. Pero cuando cruzaron la intersección, algo los dejó helados: estaban de regreso frente a su casa.

—Esto no puede ser real —murmuró Andrés, con la respiración agitada.

A medida que pasaban los días, notaron cosas más inquietantes. Los vecinos siempre estaban en las mismas actividades, en los mismos lugares, a las mismas horas. La señora Vargas siempre regaba sus plantas a las 7:00 AM, y el señor Gutiérrez siempre lavaba su auto, aunque estaba impecable.

Una noche, Laura no pudo dormir y miró por la ventana. Los vecinos estaban en las calles, todos de pie, mirando hacia la casa de ellos, sin moverse. Sus rostros eran inexpresivos.

Cuando despertó a Andrés, no había nadie allí.
—Creo que estamos siendo vigilados —susurró, su voz quebrándose.

Decidieron huir. Empacaron lo esencial y condujeron de nuevo, esta vez acelerando sin parar. Pero cuanto más rápido iban, más distorsionado parecía el paisaje. Las casas se volvían borrosas, las luces de las calles parpadeaban, y el auto empezó a fallar hasta detenerse frente a su casa, otra vez.

—No hay forma de salir —murmuró Laura, con lágrimas en los ojos.

Esa noche, Andrés encontró una carta debajo de la puerta. Era de los vecinos.
"Bienvenidos a su nuevo hogar eterno. Aquí no hay escapatoria. Ahora, ustedes son uno de nosotros."

Laura y Andrés estaban al borde de la desesperación. Habían intentado escapar por días, pero siempre volvían al mismo punto: la entrada de su casa en "Colinas del Amanecer". La sensación de que algo no era natural en el vecindario crecía con cada momento. Los vecinos parecían más vigilantes, sus sonrisas demasiado amplias y sus movimientos perfectamente sincronizados, como si fueran actores en una obra.

Una noche, Andrés tuvo una idea.
—Si no podemos salir por los caminos habituales, quizás debamos buscar un atajo. ¿Qué tal el bosque detrás de las casas?

Laura dudó. Los vecinos habían advertido que nadie debía aventurarse en el bosque. Pero las advertencias ya no les importaban; necesitaban respuestas. Esa misma noche, con linternas y mochilas, entraron al bosque.

A medida que avanzaban, el aire se volvía más denso, casi como si el tiempo y el espacio se ralentizaran. Las ramas crujían bajo sus pies, pero no había viento ni sonidos de animales. Entonces, encontraron algo inesperado: un claro con una estructura circular en el centro. Parecía un altar antiguo, cubierto de símbolos que no podían entender.

—Esto… esto no debería estar aquí —susurró Laura, mientras acariciaba las tallas.

De pronto, las linternas comenzaron a parpadear, y un susurro llenó el aire. Era como si decenas de voces hablaran al mismo tiempo, repitiendo una palabra: "deben quedarse."

Antes de que pudieran reaccionar, una figura apareció entre las sombras. Era el señor Gutiérrez. Pero su rostro ya no era humano. Sus ojos brillaban con una luz plateada, y su piel parecía hecha de cera.
—Este es el núcleo —dijo con una voz profunda y gutural—. El vecindario es un límite entre el mundo humano y otro plano. Todos aquí somos almas atrapadas por el pacto que mantiene este lugar.

—¿Pacto? —gritó Andrés—. ¿Qué pacto?

El señor Gutiérrez los miró con lástima.
—Alguien, hace mucho tiempo, ofreció a este lugar como refugio eterno. Pero hay un precio: nadie puede salir, y los nuevos residentes son absorbidos por el ciclo.

Laura juntó las piezas.
—Entonces, si destruimos este altar… ¿rompemos el ciclo?

El señor Gutiérrez rio amargamente.
—Tal vez. Pero el lugar no dejará que lo hagan.

En ese momento, un sonido de ramas rompiéndose los rodeó. Los demás vecinos emergieron del bosque, caminando lentamente hacia ellos, sus ojos plateados brillando en la oscuridad. Laura y Andrés no esperaron. Con un grito de guerra, tomaron una roca pesada y comenzaron a golpear el altar.

El suelo tembló, y las voces crecieron en intensidad. Los vecinos gritaban, pero no podían acercarse al altar, como si una barrera invisible los detuviera. Finalmente, con un último golpe, el altar se quebró en mil pedazos, y un haz de luz se disparó hacia el cielo.

Todo se detuvo. El bosque desapareció, y Laura y Andrés se encontraron de pie frente a su casa. Esta vez, las calles no se veían distorsionadas, y el GPS mostraba una ruta hacia la salida. Miraron hacia atrás una última vez y vieron cómo el vecindario comenzaba a desvanecerse, llevándose consigo a los vecinos y sus inquietantes sonrisas.

Cuando llegaron a la autopista, Laura suspiró de alivio.
—Nunca más confiaré en una oferta que parece demasiado buena para ser verdad.

Andrés asintió, con las manos temblando sobre el volante.
—Ni yo.

El vecindario de "Colinas del Amanecer" desapareció de los mapas, como si nunca hubiera existido. Pero Laura y Andrés sabían que lo que vivieron era real. Y que otros podrían caer en la misma trampa si el ciclo alguna vez volvía a comenzar.

When Laura and Andrés found an affordable house in the neighborhood "Colinas del Amanecer," they thought they were lucky. It was a quiet street, surrounded by pristine gardens and smiling neighbors who always greeted them as they passed. "The perfect place to start our life together," they thought.

The move went smoothly, but from the first night, something unsettling began to happen. Laura noticed the streets were quieter than usual. There were no car noises, footsteps, or even birds singing at dawn. Andrés attributed it to exhaustion, but when they went shopping the next day, things turned strange.

They drove toward the neighborhood's exit, but every time they turned, they ended up at the same spot: the entrance to their street. They tried another route, but the result was the same. The GPS didn’t recognize the streets, and cold sweat began to form on Laura’s brow.

—It must be a system error —Andrés said, trying to calm her down—. There must be a detour we’re not seeing.

That night, when they spoke with their neighbors, they laughed as if nothing was wrong.
—Oh, that happens sometimes. Colinas del Amanecer can be confusing for newcomers —said Mrs. Vargas, an older woman with piercing eyes.

When Laura insisted, another neighbor, Mr. Gutiérrez, placed a hand on her shoulder.
—Don’t worry, dear. You have everything you need here. It’s better to stay home after eight.

That phrase lingered in Laura’s mind. That same night, they decided to walk instead of drive. They followed the streets until they thought they had reached the exit. But when they crossed the intersection, something froze them in place: they were back in front of their house.

—This can’t be real —murmured Andrés, his breath quickening.

As the days passed, they noticed more unsettling things. The neighbors were always doing the same activities, in the same places, at the same times. Mrs. Vargas always watered her plants at 7:00 AM, and Mr. Gutiérrez always washed his car, though it was spotless.

One night, Laura couldn’t sleep and looked out the window. The neighbors were in the streets, all standing still, staring at their house, unmoving. Their faces were expressionless.

When she woke Andrés, no one was there.
—I think we’re being watched —she whispered, her voice breaking.

They decided to flee. They packed the essentials and drove again, this time speeding without stopping. But the faster they went, the more distorted the landscape became. The houses blurred, the streetlights flickered, and the car started to malfunction until it stopped in front of their house, again.

—There’s no way out —murmured Laura, tears streaming down her face.

That night, Andrés found a letter under the door. It was from the neighbors.
"Welcome to your eternal new home. There is no escape. Now, you are one of us."

Laura and Andrés were on the verge of despair. They had tried to escape for days, but they always returned to the same spot: the entrance to their house in "Colinas del Amanecer." The feeling that something unnatural was happening in the neighborhood grew stronger with every passing moment. The neighbors seemed more watchful, their smiles too wide, their movements perfectly synchronized, like actors in a play.

One night, Andrés had an idea.
—If we can’t leave through the usual routes, maybe we should try a shortcut. How about the forest behind the houses?

Laura hesitated. The neighbors had warned them never to go into the forest. But warnings no longer mattered; they needed answers. That same night, with flashlights and backpacks, they ventured into the woods.

As they moved deeper, the air grew heavier, almost as if time and space were slowing down. Branches cracked beneath their feet, but there was no wind or animal sounds. Then, they stumbled upon something unexpected: a clearing with a circular structure in the center. It looked like an ancient altar, covered in carvings they couldn’t understand.

—This… this shouldn’t be here —Laura whispered, running her fingers over the engravings.

Suddenly, their flashlights began to flicker, and a whisper filled the air. It was as if dozens of voices were speaking at once, repeating one word: "stay."

Before they could react, a figure emerged from the shadows. It was Mr. Gutiérrez. But his face was no longer human. His eyes glowed with a silver light, and his skin looked like wax.
—This is the core —he said in a deep, guttural voice—. The neighborhood is a boundary between the human world and another plane. All of us here are souls trapped by the pact that binds this place.

—A pact? —Andrés shouted—. What kind of pact?

Mr. Gutiérrez looked at them with pity.
—Someone, long ago, offered this place as an eternal refuge. But there’s a price: no one can leave, and new residents are absorbed into the cycle.

Laura pieced it together.
—So if we destroy this altar… will it break the cycle?

Mr. Gutiérrez laughed bitterly.
—Maybe. But the place won’t let you.

At that moment, the sound of snapping branches surrounded them. The other neighbors emerged from the forest, walking slowly toward them, their silver eyes glowing in the dark. Laura and Andrés didn’t wait. With a battle cry, they grabbed a heavy rock and began smashing the altar.

The ground shook, and the voices grew louder. The neighbors screamed, but they couldn’t approach the altar, as if an invisible barrier held them back. Finally, with one last strike, the altar shattered into a thousand pieces, and a beam of light shot into the sky.

Everything stopped. The forest vanished, and Laura and Andrés found themselves standing in front of their house. This time, the streets weren’t distorted, and the GPS displayed a route to the exit. They looked back one last time and saw the neighborhood beginning to fade, taking the neighbors and their eerie smiles with it.

When they reached the highway, Laura sighed in relief.
—I’ll never trust a deal that seems too good to be true again.

Andrés nodded, his hands trembling on the steering wheel.
—Neither will I.

The "Colinas del Amanecer" neighborhood disappeared from maps, as if it had never existed. But Laura and Andrés knew that what they had experienced was real. And that others could fall into the same trap if the cycle ever restarted.


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Banner creado en Canva
Historia y personajes creados por mí
Traducido al inglés con Deepl Translator

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