Aníbal y Ana avanzaban rápidamente hacia el campamento, con los registros del Protocolo Omega en manos, pero el aire cargado de tensión no los dejaba relajarse ni por un segundo. Cada sonido, cada crujido de las rocas o susurro del viento, parecía amplificado en el vacío desolado que los rodeaba.

Al llegar al campamento, Natalia y Antonio estaban fuera de las instalaciones, revisando algunas de las estructuras metálicas que rodeaban la nave. No parecía haber signos de movimiento, pero todos sabían que no podían confiar en la calma momentánea.

—Comandante, Ana… —dijo Natalia, al ver que ambos llegaban con paso firme y serios—, ¿qué ha pasado allá adentro? ¿Qué han encontrado?

Aníbal se acercó a la mesa improvisada donde Natalia y Antonio estaban trabajando. Sin perder tiempo, desplegó las imágenes satelitales y los registros del Protocolo Omega.

—Lo que estábamos buscando. —Ana comenzó a hablar mientras señalaba los documentos—. La humanidad no desapareció... se escondió. Este es el último registro oficial de las ciudades subterráneas, algunas aún activas, otras... ya no lo están.

Antonio observó las imágenes con atención, sus ojos se entrecerraron al ver las zonas marcadas en rojo.

—Esto es peor de lo que pensábamos. Esas zonas rojas… parecen enormes áreas de desolación. Algo catastrófico ocurrió aquí.

Aníbal asintió, sintiendo una mezcla de alivio por haber descubierto algo, pero también una creciente inquietud sobre lo que podrían enfrentar a continuación.

—No solo eso —dijo Ana—. Algo nos acecha. Había algo ahí, escuchamos unos sonidos mientras descargábamos los archivos.

Natalia levantó una ceja, nerviosa, mientras Antonio intentaba calmar la creciente tensión.

—Seguro que es una de las criaturas locales, alguna rata u otro animal. De seguro eso es.

Aníbal negó con la cabeza, sabiendo que no habían visto ningún animal, ni siquiera ratas.

—Claro que no, desde que llegamos aquí a la tierra ningún animal se ha asomado. Además lo que escuchamos Ana y yo, era algo más grande.

El aire se volvió aún más pesado, como si el campamento se estuviera sumergiendo en una atmósfera cargada de electricidad estática. Sin previo aviso, un ruido ensordecedor resonó en el campamento: un crujido metálico seguido de un golpe profundo. Todos se volvieron al unísono, mirando las sombras del desierto que rodeaba el campamento. Algo se movía entre las rocas.

De pronto, una figura oscura emergió de la penumbra, su contorno distorsionado por las sombras alargadas. No era humana, ni animal. Su forma era un conjunto irregular de manchas oscuras y brillantes, como si partes de su cuerpo fueran invisibles en ciertos ángulos y otras partes se volvieran opacas y sombrías.
La criatura comenzó a avanzar hacia ellos con una rapidez sorprendente. La tierra bajo sus pies se retorcía con cada paso. Los sonidos metálicos aumentaban en intensidad.

Ana y Aníbal levantaron sus armas, pero sabían que el tiempo se les acababa.

—¡A cubierto! —ordenó Aníbal, corriendo hacia el lado opuesto del campamento, pero sin perder de vista a la criatura.

La criatura dejó escapar un rugido bajo, una mezcla entre un gruñido y un silbido metálico que resonó por el aire. La tierra comenzó a temblar ligeramente bajo sus pies, como si el suelo mismo estuviera reaccionando a su presencia.

—¡Qué es esa cosa! —gritó Natalia, mientras la criatura parecía acercarse cada vez más, sus ojos brillando con una intensidad ominosa.

El grupo corrió hacia las instalaciones de la nave, buscando protección. Mientras tanto, los registros del Protocolo Omega seguían sobre la mesa, pero ya no podían concentrarse en ellos. El peligro estaba justo en frente.

Ana y Aníbal llegaron a la nave y entraron rápidamente, seguidos por Natalia y Antonio. La puerta se cerró con un golpe metálico, pero la sensación de peligro persistió.
Desde dentro, escucharon cómo la criatura comenzó a golpear la nave, su fuerza vibrando en las paredes metálicas. El sonido de su ataque era aterrador, pero aún no podían verla con claridad.

—¿Qué demonios es eso? —dijo Antonio, mirando por las ventanas con los ojos muy abiertos.

—No lo sé —respondió Aníbal, respirando con dificultad—, pero lo descubriremos. Necesitamos encontrar más respuestas en esos archivos.

Justo en ese momento, un destello rojo atravesó la pantalla central de la nave. Era un mensaje, una advertencia:

"Protocolo Omega activado. El contacto ha sido hecho. El ciclo no puede detenerse."

La luz de la pantalla parpadeó y se apagó, dejando a todos en una creciente oscuridad, mientras fuera, el rugido de la criatura resonaba como una promesa de que no estaban a salvo.

El silencio dentro de la nave era casi tan ensordecedor como los golpes de la criatura en el casco metálico. Ana apretó los labios, intentando regular su respiración mientras sus manos temblaban ligeramente sobre el panel de control.

—Ese mensaje… —susurró Natalia, con la mirada fija en la pantalla apagada—. “El contacto ha sido hecho”. ¿Qué significa eso?

Aníbal se pasó una mano por el rostro, su mente trabajando a toda velocidad.

—No lo sé, pero está claro que esta cosa no es un animal cualquiera. Está buscando algo… o nos está buscando a nosotros.

Antonio sacudió la cabeza y comenzó a manipular los controles de la nave.

—Si este sistema todavía funciona, tal vez podamos usar los sensores térmicos o de movimiento para entender qué está pasando afuera.

Las luces de emergencia parpadearon cuando la nave intentó procesar la información. En la pantalla secundaria, comenzaron a delinearse las formas de su entorno en tonos monocromáticos. La criatura seguía allí, justo afuera, pero lo que vieron los dejó sin aliento.

—No puede ser… —murmuró Ana, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

La imagen en la pantalla mostraba que la criatura no estaba sola. Otras figuras, más pequeñas, pero igual de inquietantes, emergían de la arena, moviéndose con lentitud pero con una sincronización escalofriante. Eran al menos cinco, y se acercaban cada vez más.

—No podemos quedarnos aquí —afirmó Aníbal con voz firme—. Si estas cosas lograron sobrevivir a lo que sea que destruyó la superficie, nosotros no podremos enfrentarlas con armas convencionales.

Antonio tragó saliva y golpeó el teclado con frustración.

—El problema es que si salimos, estamos expuestos. Y si nos quedamos, tarde o temprano entrarán.

Natalia miró la consola, perdida en pensamientos.

—El mensaje del Protocolo Omega… decía que el ciclo no puede detenerse. ¿Qué ciclo?

Ana frunció el ceño y revisó los archivos que habían recuperado. Sus dedos volaban sobre la pantalla táctil, buscando más información.

—Aquí hay algo… —susurró, deteniéndose en un archivo de texto casi corrompido—. Parece un registro de hace más de una decada, cuando la evacuación masiva comenzó.

La lectura de Ana dejó a todos helados:

"El Proyecto Omega no es una simple contingencia. Fue la única forma de asegurarnos de que la amenaza no se propagara más allá de la superficie. Sellamos las ciudades subterráneas para proteger a los que quedaban… pero no sabemos cuánto tiempo podrán resistir. Si alguien alguna vez encuentra este mensaje, recuerden: lo que quedó en la superficie… no es humano. No es vida. Es la sombra de lo que fuimos, atrapada en un ciclo eterno."

Un silencio cargado de miedo se instaló en la cabina.

—¿“La sombra de lo que fuimos”? —preguntó Antonio en voz baja—. ¿Están diciendo que esas cosas… eran humanas?

Aníbal apretó los puños.

—No podemos sacar conclusiones aún. Lo que importa ahora es que debemos movernos.

Natalia señaló la pantalla con el mapa.

—Si las ciudades subterráneas siguen existiendo, podrían tener respuestas. Pero están lejos, no podremos llegar a pie.

Ana asintió, todavía analizando el mensaje.

—La Odisea 7 no puede volar en la atmósfera, pero aún tenemos un vehículo terrestre en la bodega. No es rápido, pero es nuestra mejor opción.

Las luces volvieron a parpadear cuando la nave tembló con otro golpe de la criatura. Afuera, las sombras se movían con más insistencia.

—Entonces tenemos que hacerlo ya —dijo Aníbal, tomando una decisión—. Vamos a preparar el vehículo.

Antonio revisó rápidamente el estado del transporte.

—Está en condiciones, pero no está diseñado para maniobras de escape. Una vez que salgamos, no podremos volver.

—No hay otra opción. —Aníbal se giró hacia Ana—. Tú y Natalia irán en el vehículo y nos darán cobertura. Antonio y yo saldremos para abrir las compuertas de la bodega.

Natalia tomó aire y asintió.

—Bien. Pero más vale que salgamos de aquí antes de que esas cosas entren.

Aníbal le dio una última mirada a la pantalla apagada y luego al casco metálico de la nave, golpeado por los seres que los rodeaban.

El estruendo metálico de los golpes en el casco de la nave se hacía cada vez más insistente. Ana y Natalia se apresuraron hacia la bodega, mientras Antonio y Aníbal se preparaban para abrir las compuertas exteriores.

—En cuanto las puertas se abran, debemos salir de inmediato —dijo Aníbal, ajustando su comunicador en el oído—. No sabemos cuánto tiempo nos dará la distracción.

Antonio revisó su arma antes de asentir.

—Espero que la distracción no seamos nosotros.

La nave vibró con otro golpe más fuerte. La criatura estaba desesperada por entrar.
Ana y Natalia llegaron al vehículo terrestre: un explorador blindado con ruedas gruesas diseñado para terrenos inestables. Ana encendió los sistemas mientras Natalia revisaba las armas montadas.

—Listo para moverse —anunció Ana, mientras los motores cobraban vida con un zumbido grave.

—Aquí vamos —respondió Aníbal.

Con un chirrido mecánico, las compuertas exteriores comenzaron a abrirse lentamente.

CRACK.

Un sonido seco retumbó por la nave.

Antonio palideció.

—Esa cosa está rompiendo el casco.

Aníbal no esperó a confirmar.

—¡Ahora!

Antonio y él corrieron hacia la bodega mientras Ana aceleraba el vehículo, sus luces iluminando la arena oscura del exterior.

—¡Vamos, vamos, vamos! —gritó Natalia desde la torreta.

Pero entonces, un rugido gélido resonó en la noche. La criatura se lanzó contra la abertura en el casco, su cuerpo distorsionado cambiando de forma en un parpadeo. La sombra se deslizó dentro de la nave como un líquido viviente.

Antonio disparó sin pensarlo.

Los disparos perforaron la masa oscura, pero la criatura se sacudió y avanzó como si el metal y la carne no significaran nada para ella.

—¡Mierda! —gritó Antonio— ¡No le hacen daño!

Aníbal empujó a su compañero hacia el vehículo.

—¡Sube!

Ana giró el volante con brusquedad mientras Antonio saltaba a bordo, seguido de Aníbal.

—¡Acelerando! —gritó Ana.

El explorador rugió mientras atravesaba la arena a toda velocidad.

Detrás de ellos, la nave crujió cuando la criatura terminó de abrirse paso. Otras sombras emergieron de las dunas, moviéndose con una sincronización aterradora.

—Nos están siguiendo —advirtió Natalia, girando la torreta.

La ráfaga de disparos iluminó la oscuridad, impactando a las sombras. Una de ellas se retorció y se detuvo, pero las demás no parecían afectadas.

—No podemos mantener este ritmo —dijo Ana, forzando los motores—. Necesitamos un plan.

Aníbal revisó el mapa.

—Hay una cresta rocosa unos kilómetros adelante. Si logramos atravesarla, podríamos perderlas en el terreno irregular.

Antonio miró por la ventanilla.

—¿Y si no?

—Entonces es nuestro final.

El explorador avanzaba a toda velocidad, sacudiéndose sobre la arena mientras Ana mantenía el control con dificultad. Las sombras los perseguían sin descanso, moviéndose de manera antinatural, como si se deslizaran en lugar de correr.

—¡Se están acercando! —gritó Natalia desde la torreta.

Descargó otra ráfaga de disparos, pero las criaturas apenas parecían inmutarse. Solo una se tambaleó y cayó, su forma retorciéndose antes de desvanecerse en el aire como humo negro disipado por el viento.

—¡Apunta a la cabeza! —dijo Antonio—. ¡Eso las ralentiza!

—¡Lo intentaré!

Natalia ajustó la mira y disparó de nuevo. Una de las sombras explotó en una nube oscura, pero el resto seguía imparable.

Aníbal revisó el mapa.

—¡La cresta rocosa está a menos de un kilómetro!

Ana pisó el acelerador.

—¡Sujétense!

El explorador se sacudió violentamente al subir por la pendiente rocosa. La arena dio paso a piedra resquebrajada, dificultando el avance, pero también frenando a las criaturas.

—¡Funcionó! —gritó Antonio—. Se están quedando atrás.

Pero entonces, un rugido profundo resonó en la noche.

Desde la cima de la cresta, una figura aún más grande emergió, bloqueando su camino. Era diferente a las otras criaturas. Su cuerpo era más sólido, su silueta más definida. Ojos rojos como brasas los observaban con una inteligencia escalofriante.

—¡Mierda! —murmuró Ana, frenando bruscamente.

—No podemos detenernos —dijo Aníbal—. ¡Si lo hacemos, estamos muertos!

La criatura dio un paso adelante. Su presencia hizo que la piedra bajo sus pies se agrietara.

El explorador no tenía suficiente espacio para rodearla.

—Voy a embestirla —dijo Ana con el rostro tenso.

—¡Es una locura! —protestó Antonio.

—No hay otra opción —respondió Aníbal.

Ana tomó aire y volvió a acelerar.

La criatura rugió y se lanzó hacia ellos.

El impacto fue brutal.

El explorador se sacudió como si hubiera chocado contra una pared de acero. La criatura se aferró al capó, sus garras atravesando el metal con facilidad. Natalia gritó mientras disparaba a quemarropa. Los disparos impactaron en su cabeza, pero la criatura se resistió, soltando un alarido inhumano.
Ana giró el volante bruscamente, haciendo que el vehículo derrapara sobre la roca.
La maniobra funcionó. La criatura perdió el equilibrio y rodó fuera del capó, cayendo por el precipicio detrás de ellos.
El explorador avanzó unos metros más antes de detenerse. El silencio se apoderó del lugar.
Antonio respiraba con dificultad.

—¿Se… se acabó?

Nadie respondió.

Aníbal salió del vehículo con cautela y miró hacia el abismo. No había rastro de la criatura. Solo el eco de su caída.

—Por ahora —dijo en voz baja.

Ana apagó los motores.

—Tenemos que seguir moviéndonos. Encontrar una de esas ciudades subterráneas.

Natalia asintió, aún con las manos temblorosas en la torreta.

—Si el Protocolo Omega se activó… significa que alguien o algo nos está esperando ahí abajo.

El grupo intercambió miradas.
El camino era más traicionero ahora, con rocas afiladas y restos de estructuras antiguas sobresaliendo de la tierra. No quedaba rastro de vegetación, solo un paisaje gris y polvoriento que parecía haber sido devorado por el tiempo.

—Deberíamos estar cerca —dijo Aníbal, revisando la pantalla de navegación—. Si los registros son correctos, la entrada a la ciudad subterránea está en algún lugar de este cañón.

Ana ajustó los controles y descendió por una pendiente rocosa. La oscuridad se espesaba a su alrededor, tragándose los últimos vestigios de luz natural.

Antonio miró por la ventana con el ceño fruncido.

—No me gusta esto. Es demasiado silencioso.

—Después de lo que enfrentamos, prefiero el silencio a otro ataque —respondió Natalia, aunque su mano seguía aferrada al rifle.

El explorador giró alrededor de una formación rocosa y se detuvo abruptamente.

Frente a ellos, semienterrada en la arena, una enorme puerta metálica bloqueaba el camino. Estaba oxidada y cubierta de grietas, con símbolos desgastados por el tiempo.

Aníbal bajó del vehículo y se acercó, pasando la mano por la superficie rugosa.

—Este es el lugar.

Ana y Antonio salieron tras él, inspeccionando la estructura. Natalia se quedó en la torreta, vigilando los alrededores.

—¿Cómo la abrimos? —preguntó Antonio, golpeando la puerta con el puño.

Ana examinó un panel al costado.

—Parece que hay un mecanismo manual aquí… pero está bloqueado. Necesitaríamos más energía para activarlo.

Aníbal sacó su comunicador y revisó los archivos del Protocolo Omega.

—Esperen… aquí dice que la mayoría de las ciudades subterráneas tenían un sistema de emergencia. Si seguimos el cableado, tal vez podamos encontrar una fuente de energía cercana.

Antonio suspiró.

—Genial. Otra caminata en la oscuridad.

Ana encendió su linterna y comenzó a seguir los restos de un viejo cable que se extendía entre las rocas.

—Vamos. Cuanto antes lo encontremos, antes estaremos bajo tierra y lejos de esas cosas.

Aníbal y Antonio la siguieron, Natalia se quedó con el explorador observando el horizonte. El aire se sentía más denso, como si algo invisible estuviera presionando contra su pecho. Y entonces, lo vio, una sombra alta se movía entre las rocas, observándolos en silencio. Su pulso se aceleró, no estaban solos.