- Leer Aquí, El Enigma de la Isla Oculta Capítulo 1: El Encuentro
- Leer Aquí, El Enigma de la Isla Oculta, Capítulo 2: El Misterio de los Forasteros
- Leer Aquí, El Enigma de la Isla Oculta, Capítulo 3: Despertar de la Duda
Nina permaneció en el suelo durante unos minutos, sintiendo su respiración entrecortada mientras intentaba calmarse. Las palabras de Abel y el comportamiento de Antonio se mezclaban en su cabeza, creando un torbellino de confusión y miedo. No podía creer que todo lo que sabía sobre Antonio se estuviera desmoronando en cuestión de horas. ¿Había estado ciega todo este tiempo?
El eco de los gritos del policía aún resonaba en sus oídos. Las historias de su abuelo sobre la Isla Oculta, que siempre había considerado cuentos para asustar a los niños, ahora parecían tener un significado más profundo y peligroso. ¿Qué era realmente ese lugar? ¿Y hasta dónde estaba dispuesto a llegar Antonio para obtener su poder?
Apenas había comenzado a relajarse cuando un sonido la sobresaltó: un suave golpe en la puerta principal. Nina se levantó de inmediato, con el corazón acelerado. Miró hacia la cerradura, sus pensamientos divididos entre el miedo y la curiosidad. ¿Podría ser Antonio? ¿O Abel? Su instinto le decía que no debía abrir, pero la incertidumbre la consumía.
El golpe se repitió, esta vez más fuerte.
—Nina, por favor. Soy yo, Abel. —La voz al otro lado de la puerta era inconfundible, pero estaba teñida de urgencia.
Nina titubeó unos segundos antes de acercarse lentamente a la puerta. Con las manos temblorosas, giró la cerradura y la abrió solo un poco, lo suficiente para ver el rostro de Abel.
—¿Qué haces aquí? —susurró, con la voz temblorosa.
Abel miró a su alrededor antes de responder.
—Tenía que asegurarme de que estabas bien. Antonio es más peligroso de lo que imaginas, Nina. Necesitas irte del pueblo, esta noche.
—¿Irme? No puedo simplemente huir. —La mujer negó con la cabeza, su mente todavía tratando de procesar todo—. Necesito respuestas. No puedo dejar todo atrás sin saber la verdad.
—La verdad es que la isla no es lo que parece, y Antonio lo sabe. Pero no está solo. Hay otros involucrados en esto, personas poderosas que harían cualquier cosa para obtener el control de lo que hay en ese lugar —dijo Abel, su rostro sombrío—. Y no te quedará mucho tiempo si te quedas aquí.
Nina retrocedió, sintiendo que el suelo bajo sus pies se volvía cada vez más inestable. ¿Personas poderosas? ¿Más secretos ocultos? Cada palabra que salía de la boca de Abel parecía desatar más preguntas que respuestas. Su cabeza daba vueltas.
—Si es tan peligroso, ¿por qué estás aquí? —preguntó Nina, con un hilo de voz. Quería creer en él, pero había demasiadas piezas sueltas.
Abel la miró fijamente, su expresión suavizándose por un momento.
—Estoy aquí porque... —empezó a decir, pero las palabras parecían atascarse en su garganta—. Porque no quiero que te pase nada malo. Ya he visto lo que esa isla puede hacerle a la gente, cómo los consume. No puedo dejar que te suceda lo mismo.
Un profundo silencio se instaló entre ellos. Nina bajó la mirada, luchando por encontrar sentido en lo que estaba ocurriendo. Todo su mundo, su vida en Bahía Chew, parecía desmoronarse. Y lo que era peor, no sabía en quién confiar.
—Nina, por favor —insistió Abel—. Si te quedas, Antonio vendrá por ti. Él no permitirá que interfieras en sus planes. Necesitamos encontrar una salida.
Ella lo miró a los ojos, buscando algún indicio de sinceridad. Sabía que tenía que tomar una decisión rápidamente. Las opciones eran pocas, y el peligro parecía rodearla por todos lados. No podía quedarse en el pueblo, no después de lo que había descubierto. Pero también sabía que huir sin respuestas no era suficiente. La Isla Oculta, sus misterios, todo estaba conectado de una forma que apenas comenzaba a comprender.
—Voy contigo —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. Pero quiero saber todo lo que sabes sobre esa isla. No más secretos.
Abel asintió, aliviado, pero su rostro no mostraba señales de victoria. Sabía que lo que vendría no sería fácil.
—Prepárate, salimos esta noche —le dijo en un tono bajo y decidido.
Nina cerró la puerta tras él, sintiendo una mezcla de miedo y determinación. Fue hasta su habitación, tomó una mochila y metió lo esencial. Sabía que, una vez que pusiera un pie fuera de su casa, ya no habría vuelta atrás. Pero tal vez, al final de este camino, encontraría las respuestas que tanto necesitaba.
Cuando salió, Abel la esperaba en el borde del bosque, su silueta apenas visible bajo la luz de la luna. Sin decir una palabra, ambos comenzaron a caminar hacia la única respuesta que parecía quedar: la Isla Oculta.
Mientras avanzaban por el sendero oscuro que serpenteaba hacia el muelle, el viento nocturno aumentaba de intensidad, como si la misma naturaleza intentara advertirles que no siguieran adelante. Nina, con la linterna en una mano y la mochila sobre los hombros, luchaba por mantener su paso firme. El silencio entre ella y Abel se sentía denso, cargado de las preguntas que aún no habían sido respondidas.
Cuando llegaron al muelle, Abel se adelantó, indicándole que el bote estaba listo para zarpar hacia la Isla Oculta. El corazón de la joven latía con fuerza mientras veía la embarcación balancearse suavemente sobre el agua. Algo no se sentía bien. Justo cuando estaba a punto de subir, una voz fuerte rompió el silencio de la noche.
—¡Nina, no lo hagas! —gritó Antonio, emergiendo de las sombras.
Nina se giró rápidamente, encontrando a Antonio a unos metros de distancia. Su rostro estaba bañado en sombras, pero la desesperación en su voz era evidente. Abel frunció el ceño, pero no dijo nada. Nina sintió cómo el miedo la invadía.
—¡No te vayas con él! ¡No puedes confiar en él! —Antonio continuó acercándose, su expresión tensa y llena de preocupación—. No es quien dice ser.
Nina, agotada por las constantes advertencias y traiciones, gritó con frustración:
—¡No te creo, Antonio! ¡Ya no confío en ti! —se apartó unos pasos, negando con la cabeza—. Jamás pensé que tú serías capaz de traicionarme, de hacerle daño a este pueblo y de robar lo que no te pertenece.
Antonio detuvo su avance y la miró con tristeza.
—Nina... yo jamás le haría daño al pueblo. Y mucho menos a ti —dijo con la voz rota, sus ojos llenos de sinceridad.
El abuelo de Nina confiaba en él, y ese lazo de confianza fue lo que siempre lo mantuvo cerca. Pero Nina no quería escuchar. No ahora. No después de todo lo que había descubierto.
—Mi abuelo te confiaba sus secretos, ¡y tú los traicionaste! —gritó ella, retrocediendo hacia el bote—. No quiero escuchar nada más, Antonio. Déjame tranquila.
Abel, que había permanecido en silencio, aprovechó la duda de Nina.
—Nina, ven conmigo. Juntos podremos descubrir la verdad. —Su voz suave, casi hipnótica, la hacía sentir que él era su única salida en ese momento.
Antonio, viendo que las palabras no serían suficientes, suspiró profundamente. Su rostro se oscureció mientras se armaba de valor.
—No te irás hasta que sepas la verdad... —dijo finalmente. Su voz, ahora más firme, dejó claro que estaba dispuesto a contar todo, incluso lo que había guardado en secreto durante tanto tiempo—. No te irás sin saber quién soy realmente... y quién es Abel.
Nina lo miró fijamente, sintiendo que algo profundo estaba por revelarse. El silencio cayó nuevamente sobre el muelle mientras las olas rompían suavemente contra los pilares de madera. Abel permanecía inmóvil, sus ojos brillando bajo la tenue luz de la linterna.
Antonio dio un paso adelante.
—Abel y yo... no somos de este mundo, Nina. —La confesión hizo que su cuerpo se tensara. Cada palabra parecía pesada, como si estuviera liberando un peso inmenso—. Somos extraterrestres. Venimos de un lugar muy lejano, y la Isla Oculta tiene un vínculo directo con nuestro origen.
Nina sintió como si el suelo desapareciera bajo sus pies. Se quedó paralizada, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
—No... no puede ser —susurró, sacudiendo la cabeza—. Esto es... una locura.
Antonio la miró con una mezcla de tristeza y desesperación.
—Lo sé, Nina. Es difícil de creer, pero es la verdad. Abel y yo fuimos enviados aquí hace muchos años para observar, para aprender... pero las cosas cambiaron. Al conocer a tu abuelo, entendí algo que nuestra raza jamás había conocido: los sentimientos, el amor, la bondad. —Antonio hizo una pausa, su voz temblando—. Yo me quedé aquí para proteger la isla,
—Antonio… —susurró Nina, con la voz entrecortada—. Esto es demasiado. Eres Hazael... Mi abuelo me contaba historias sobre un ángel en la isla que ayudaba a los enfermos.
Antonio extendió la mano hacia ella, pero se detuvo a medio camino, como si temiera que cualquier movimiento repentino pudiera asustarla. Su mirada estaba llena de emociones, más humanas de lo que Nina jamás habría imaginado.
—Sí—respondió Antonio, su voz suave y sincera—. Solo te pido que escuches a tu corazón, que recuerdes quién he sido para ti todos estos años. Nunca te he hecho daño, siempre te he protegido porque... porque te amo, Nina.
Nina retrocedió un paso, el peso de su confesión la abrumaba. Abel, en cambio, mantenía una calma inquietante, observando cada reacción de Nina, como si calculase el momento perfecto para intervenir.
—¡No te dejes engañar, Nina! —exclamó Abel, avanzando hacia ella—. Antonio está mintiendo.
El viento del mar se arremolinaba a su alrededor, levantando las olas contra el muelle. Nina sintió el frío calar hasta sus huesos, pero no era solo el aire lo que la estremecía; era la lucha interna que se desataba en su mente.
—¿Y cómo puedo confiar en ti, Abel? —preguntó, su voz firme—. Has sido un enigma desde el principio, un desconocido. Me has manipulado, has jugado con mis dudas. ¿Por qué debería seguirte?
Abel la miró, su expresión imperturbable.
—Porque no estoy aquí por emociones humanas, Nina—dijo con un tono sin emociones—. Estoy aquí para cumplir con lo que mis superiores me han ordenado. Antonio ha violado nuestras leyes. No puede ayudar a tu raza, y mucho menos amar a una mujer.
Nina cerró los ojos por un momento, tratando de aclarar sus pensamientos. Todo lo que había creído saber sobre su vida, sobre la isla, parecía desmoronarse en un instante. Las revelaciones de Antonio la habían sacudido profundamente, pero la idea de que Abel pudiera estar manipulándola desde el principio la llenaba de un miedo silencioso.
—Entonces sí me manipulaste, Abel.
—Ya te he dicho que no entiendo de sentimientos humanos Nina. Eso que llaman bondad o maldad no está en nosotros, solo hice lo que debía para atraer a Hazael.
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Nina, mientras una mezcla de dolor, confusión y quizás un atisbo de esperanza se agitaba en su interior.
—Lamento haberte asustado, solo me desesperó la aparición de Abel. Quería protegerte a toda costa— dijo Antonio
Nina cerró los ojos de nuevo, esta vez no para buscar claridad, sino para contener las lágrimas que amenazaban con derramarse. Finalmente, levantó la vista, mirando a ambos hombres, y dijo:
—Ya no puedo seguir dudando.
Con el corazón acelerado, respiró hondo y corrió hacia Antonio, quien la observaba con una mezcla de esperanza y temor. Su cuerpo parecía estar listo para protegerla, como lo había hecho tantas veces en secreto. Pero esta vez, Nina era consciente de su presencia, de su verdadero papel en su vida.
—Tú... siempre has estado ahí —susurró, recordando momentos en los que había sentido una protección inexplicable.
Antonio asintió, sus ojos reflejaban el amor que había estado ocultando durante tanto tiempo.
—Y siempre lo estaré, si me dejas —dijo con voz temblorosa.
—Te creo —afirmó, con firmeza—. Y... yo también siento lo mismo por ti.
Al ver la conexión entre ellos, Abel retrocedió unos pasos y dijo:
—No puedes quedarte, Hazael. No eres parte de este mundo, y tu poder pertenece a nuestra especie—dijo Abel, con una voz que denotaba desespero.
De repente, un ruido sordo rompió la tensión en el aire. Desde la oscuridad, apareció el compañero de Abel, un hombre de aspecto imponente que sostenía una extraña arma, apuntando directamente a Antonio.
—¡Basta! —gritó, su voz resonando sobre el murmullo del mar—. No puedo permitir que sigan con esto.
Nina se dio la vuelta, su corazón latía con fuerza mientras el miedo se instalaba en su pecho al ver la situación volverse aún más peligrosa.
—¿Quién eres tú? —exclamó, tratando de mantener la calma a pesar de la creciente desesperación.
—Soy el compañero de Abel, K9, y estoy aquí para hacer lo que sea necesario —respondió el hombre, sus ojos fríos y calculadores—. Hazael no debería estar aquí. No es de este mundo.
Antonio se puso en pie, levantando las manos lentamente, con la esperanza de calmar la situación.
—No tienes que hacer esto —dijo con voz firme—. Solo quiero proteger a Nina.
—Tú no entiendes, Hazael —dijo K9, apretando el gatillo de su arma—. Tu amor por ella es una violación de nuestras leyes. No podemos permitir que continúe.
Nina sintió cómo su corazón se aceleraba aún más. La situación era crítica, y cada segundo contaba.
—Abel, ¿de verdad piensas que esto es lo correcto? —preguntó, volviendo su mirada hacia Abel, buscando alguna señal de compasión—. No tiene por qué llegar a esto.
Abel se mantuvo firme, pero algo en su expresión mostraba duda.
—¡Basta! No podemos actuar así K9—gritó
Abel, que había mantenido su compostura fría, bajó la vista por un momento, como si estuviera sopesando sus palabras. El viento del mar seguía soplando, haciendo que la escena pareciera suspendida en el tiempo.
—Abel, debemos llevar a Hazael a nuestro mundo como nos ordenaron —insistió K9, su voz llena de impaciencia.
Antonio no se movió, sus ojos fijos en Nina, como si todo lo demás hubiera desaparecido.
Mientras ella, con lágrimas en los ojos, sabía que el tiempo para tomar una decisión se agotaba. No podía permitir que Antonio fuera castigado por algo tan puro como el amor, ni podía ignorar lo que su corazón le gritaba.
—¡Detente! —gritó, colocándose entre Antonio y el arma de K9—. Si tienes que disparar, dispara a mí. ¡Él no ha hecho nada malo!
El gesto de Nina congeló a K9 por un segundo. La sorpresa en su rostro fue evidente, pero pronto la determinación volvió a endurecer su expresión.
—¡No te interpongas humana! —advirtió, ajustando su postura para disparar.
Justo en ese momento, Abel se lanzó sobre su compañero K9, agarrando su brazo antes de que pudiera disparar. Los dos comenzaron a forcejear violentamente.
—¡Abel! —gritó Nina, asombrada por el repentino cambio en su comportamiento.
—¡Corran! —gritó Abel mientras forcejeaba con K9, empujando a Nina y Antonio para que se alejaran—. ¡Ahora, antes de que sea demasiado tarde!
Antonio no necesitó más indicaciones. Tomó la mano de Nina, y juntos comenzaron a correr hacia la oscuridad, mientras los sonidos de la lucha entre Abel y K9 se desvanecían tras ellos.
—¿Por qué nos está ayudando? —preguntó Nina mientras corrían, sin poder creer lo que acababa de suceder.
—Tal vez, al final, él también entiende lo que es el amor —respondió Antonio, sin detenerse.
Nina remained on the floor for a few minutes, feeling her breath come in gasps as she tried to calm herself. Abel's words and Antonio's behavior swirled in her head, creating a whirlwind of confusion and fear. She couldn't believe that everything she knew about Antonio was crumbling within hours. Had she been blind all this time?
The echo of the police officer's shouts still resonated in her ears. The stories her grandfather told about the Hidden Island, which she had always considered tales to scare children, now seemed to have a deeper and more dangerous meaning. What was that place really? And how far was Antonio willing to go to obtain his power?
She had barely started to relax when a sound startled her: a soft knock on the front door. Nina jumped up immediately, her heart racing. She looked at the lock, her thoughts divided between fear and curiosity. Could it be Antonio? Or Abel? Her instinct told her not to open, but uncertainty consumed her.
The knock came again, this time louder.
—Nina, please. It's me, Abel.—The voice on the other side of the door was unmistakable, but it was laced with urgency.
Nina hesitated for a few seconds before slowly approaching the door. With trembling hands, she turned the lock and opened it just a crack, enough to see Abel's face.
—What are you doing here?—she whispered, her voice shaking.
Abel looked around before responding.
—I had to make sure you were okay. Antonio is more dangerous than you imagine, Nina. You need to leave the town, tonight.
—Leave? I can't just run away.—The woman shook her head, her mind still trying to process everything.—I need answers. I can't leave everything behind without knowing the truth.
—The truth is that the island is not what it seems, and Antonio knows it. But he’s not alone. There are others involved in this, powerful people who would do anything to gain control of what’s there—Abel said, his face grim.—And you won't have much time left if you stay here.
Nina stepped back, feeling the ground beneath her feet becoming increasingly unstable. Powerful people? More hidden secrets? Every word that came out of Abel's mouth seemed to unleash more questions than answers. Her head was spinning.
—If it’s so dangerous, why are you here?—Nina asked, her voice trembling. She wanted to believe him, but there were too many loose pieces.
Abel looked at her intently, his expression softening for a moment.
—I’m here because...—he started to say, but the words seemed to get stuck in his throat.—Because I don’t want anything bad to happen to you. I've seen what that island can do to people, how it consumes them. I can't let the same thing happen to you.
A deep silence settled between them. Nina looked down, struggling to make sense of what was happening. Her whole world, her life in Bahia Chew, seemed to be crumbling. And worse still, she didn’t know who to trust.
—Nina, please—Abel insisted—. If you stay, Antonio will come for you. He won’t allow you to interfere in his plans. We need to find a way out.
She looked into his eyes, searching for any hint of sincerity. She knew she had to make a decision quickly. The options were few, and danger seemed to surround her on all sides. She couldn’t stay in the village, not after what she had discovered. But she also knew that running away without answers wouldn’t be enough. The Hidden Island, its mysteries, everything was connected in a way she was just beginning to understand.
—I’ll go with you—she finally said, her voice barely a whisper—. But I want to know everything you know about that island. No more secrets.
Abel nodded, relieved, but his face showed no signs of victory. He knew that what was coming wouldn’t be easy.
—Get ready, we leave tonight—he told her in a low, determined tone.
Nina closed the door behind him, feeling a mix of fear and determination. She went to her room, grabbed a backpack, and packed the essentials. She knew that once she stepped outside her house, there would be no turning back. But maybe, at the end of this journey, she would find the answers she so desperately needed.
When she stepped outside, Abel was waiting for her at the edge of the forest, his silhouette barely visible under the moonlight. Without saying a word, they both began to walk toward the only answer that seemed left: the Hidden Island.
As they made their way down the dark path leading to the dock, the night wind picked up in intensity, as if nature itself were trying to warn them not to proceed. Nina, with the flashlight in one hand and the backpack over her shoulders, struggled to keep her step steady. The silence between her and Abel felt thick, laden with the unanswered questions hanging in the air.
When they reached the dock, Abel stepped ahead, indicating that the boat was ready to set sail for the Hidden Island. The young woman’s heart raced as she watched the vessel gently sway on the water. Something didn’t feel right. Just as she was about to board, a loud voice shattered the night’s silence.
—Nina, don’t do it!—Antonio shouted, emerging from the shadows.
Nina turned quickly, finding Antonio a few meters away. His face was shrouded in darkness, but the desperation in his voice was evident. Abel frowned but said nothing. Nina felt fear wash over her.
—Don’t go with him! You can’t trust him!—Antonio continued approaching, his expression tense and filled with concern—. He’s not who he says he is.
Exhausted by the constant warnings and betrayals, Nina shouted in frustration:
—I don’t believe you, Antonio! I don’t trust you anymore!—she stepped back a few paces, shaking her head—. I never thought you would be capable of betraying me, of harming this town, and stealing what doesn’t belong to you.
Antonio halted his advance and looked at her with sadness.
—Nina... I would never harm the town. And even less you—he said, his voice broken, his eyes filled with sincerity.
Nina's grandfather had trusted him, and that bond of trust was what always kept him close. But Nina didn’t want to listen. Not now. Not after everything she had discovered.
—My grandfather confided his secrets in you, and you betrayed him!—she yelled, stepping back toward the boat—. I don’t want to hear anything else, Antonio. Leave me alone.
Abel, who had remained silent, seized on Nina’s doubt.
—Nina, come with me. Together we can uncover the truth.—His soft, almost hypnotic voice made her feel that he was her only way out at that moment.
Seeing that words wouldn’t be enough, Antonio took a deep breath. His face darkened as he steeled himself.
—You won’t leave until you know the truth...—he finally said. His voice, now more resolute, made it clear that he was willing to reveal everything, even what he had kept secret for so long—. You won’t leave without knowing who I really am... and who Abel is.
Nina stared at him, feeling that something profound was about to be unveiled. Silence fell again over the dock as the waves gently lapped against the wooden pillars. Abel stood still, his eyes shining in the dim light of the flashlight.
Antonio took a step forward.
—Abel and I... we are not from this world, Nina.—The confession made her body tense. Each word felt heavy, as if he were lifting an immense weight—. We are extraterrestrials. We come from a very distant place, and the Hidden Island has a direct link to our origin.
Nina felt as if the ground had vanished beneath her feet. She froze, trying to process what she had just heard.
—No... it can’t be—she whispered, shaking her head—. This is... madness.
Antonio looked at her with a mix of sadness and desperation.
—I know, Nina. It’s hard to believe, but it’s the truth. Abel and I were sent here many years ago to observe, to learn... but things changed. By knowing your grandfather, I understood something our race had never known: feelings, love, kindness.—Antonio paused, his voice trembling—. I stayed here to protect the island.
—Antonio...—Nina whispered, her voice breaking—. This is too much. You’re Hazael... My grandfather told me stories about an angel on the island who helped the sick.
Antonio reached out his hand toward her, but stopped halfway, as if he feared that any sudden movement might scare her. His gaze was filled with emotions, more human than Nina had ever imagined.
—Yes—Antonio replied, his voice soft and sincere—. I only ask that you listen to your heart, that you remember who I have been for you all these years. I have never harmed you; I have always protected you because... because I love you, Nina.
Nina took a step back, the weight of his confession overwhelming her. Abel, on the other hand, maintained an unsettling calm, watching Nina's every reaction, as if calculating the perfect moment to intervene.
—Don't be fooled, Nina!—Abel exclaimed, advancing toward her—. Antonio is lying.
The sea wind swirled around them, lifting the waves against the dock. Nina felt the cold seep into her bones, but it wasn't just the air that chilled her; it was the internal struggle that raged in her mind.
—And how can I trust you, Abel?—she asked, her voice firm—. You've been an enigma from the start, a stranger. You’ve manipulated me, played with my doubts. Why should I follow you?
Abel looked at her, his expression unyielding.
—Because I'm not here for human emotions, Nina—he said in an emotionless tone—. I'm here to fulfill what my superiors have ordered me to do. Antonio has violated our laws. He cannot help your kind, let alone love a woman.
Nina closed her eyes for a moment, trying to clarify her thoughts. Everything she thought she knew about her life, about the island, seemed to crumble in an instant. Antonio's revelations had shaken her deeply, but the idea that Abel might have been manipulating her from the beginning filled her with a quiet fear.
—So you did manipulate me, Abel.
—I already told you, I don’t understand human feelings, Nina. That thing you call kindness or evil isn't in us; I only did what I had to do to draw Hazael here.
Tears began to well in Nina's eyes, as a mix of pain, confusion, and perhaps a glimmer of hope churned inside her.
—I’m sorry I scared you; I just panicked at Abel’s appearance. I wanted to protect you at all costs—Antonio said.
Nina closed her eyes again, this time not to seek clarity, but to hold back the tears that threatened to spill. Finally, she lifted her gaze, looking at both men, and said:
—I can’t keep doubting anymore.
With her heart racing, she took a deep breath and ran toward Antonio, who watched her with a mix of hope and fear. His body seemed ready to protect her, as it had done so many times in secret. But this time, Nina was aware of his presence, of his true role in her life.
—You... have always been there—she whispered, recalling moments when she had felt an inexplicable protection.
Antonio nodded, his eyes reflecting the love he had been hiding for so long.
—And I will always be there, if you let me—he said, his voice trembling.
—I believe you—she affirmed firmly—. And... I feel the same way about you.
Seeing the connection between them, Abel stepped back and said:
—You can't stay, Hazael. You don't belong to this world, and your power belongs to our kind—Abel said, his voice tinged with desperation.
Suddenly, a dull noise shattered the tension in the air. From the darkness emerged Abel's companion, an imposing man holding a strange weapon, pointing it directly at Antonio.
—Enough!—he shouted, his voice resonating over the murmur of the sea—. I can’t allow this to continue.
Nina turned around, her heart racing as fear settled in her chest at the sight of the situation becoming even more dangerous.
—Who are you?—she exclaimed, trying to keep calm despite the rising desperation.
—I’m Abel’s partner, K9, and I’m here to do whatever it takes—said the man, his eyes cold and calculating—. Hazael shouldn’t be here. He’s not from this world.
Antonio stood up, slowly raising his hands, hoping to calm the situation.
—You don’t have to do this—he said firmly—. I just want to protect Nina.
—You don’t understand, Hazael—K9 said, tightening the trigger of his weapon—. Your love for her is a violation of our laws. We cannot allow it to continue.
Nina felt her heart race even faster. The situation was critical, and every second counted.
—Abel, do you really think this is the right thing?—she asked, turning her gaze to Abel, searching for some sign of compassion—. It doesn’t have to come to this.
Abel remained firm, but something in his expression showed doubt.
—Enough! We can’t act like this, K9—he shouted.
Abel, who had maintained his cool composure, looked down for a moment, as if weighing his words. The sea wind continued to blow, making the scene feel suspended in time.
—Abel, we must take Hazael to our world as we were ordered—K9 insisted, his voice filled with impatience.
Antonio didn’t move, his eyes fixed on Nina, as if everything else had disappeared. Meanwhile, with tears in her eyes, she knew that time to make a decision was running out. She couldn’t allow Antonio to be punished for something as pure as love, nor could she ignore what her heart was screaming at her.
—Stop!—she shouted, stepping between Antonio and K9’s weapon—. If you have to shoot, shoot me. He hasn’t done anything wrong!
Nina’s gesture froze K9 for a second. The surprise on his face was evident, but soon determination hardened his expression once again.
—Don’t get in my way, human!—he warned, adjusting his stance to shoot.
Just then, Abel lunged at his partner K9, grabbing his arm before he could pull the trigger. The two began to struggle violently.
—Abel!—Nina shouted, astonished by the sudden change in his behavior.
—Run!—Abel shouted as he wrestled with K9, pushing Nina and Antonio to get away—. Now, before it’s too late!
Antonio didn’t need any further instructions. He took Nina's hand, and together they began to run into the darkness, while the sounds of the struggle between Abel and K9 faded behind them.
—Why is he helping us?—Nina asked as they ran, unable to believe what had just happened.
—Maybe, in the end, he understands what love is too—Antonio replied, without slowing down.
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